La novia indomable

4

— ¡Chsss! —Ayshel siseó con tanta fuerza, que pareció que una ráfaga de viento recorriera los aposentos—. No me llames así, podrían oírnos. No te alarmes, esta noche le dirás al rey que estás cansada de mi presencia, que no deseas que nadie te recuerde Oturia y que será mejor si me marcho.

A Esen no hubo que insistirle demasiado: aceptó enseguida aquella idea.

Se oyó un golpe en la puerta y entraron dos doncellas. Traían un cofre, que colocaron en el centro de la estancia. Hicieron una reverencia y una de ellas habló con timidez:

— Soy Rosie, y ella es Zelda. Estaremos a su servicio. —Se arrodilló y abrió el cofre, donde relucían varios vestidos—. Nos han ordenado elegir su ropa, y más tarde vendrá el sastre para tomarle las medidas. ¿Desea algo más?

— Un baño —pidió Ayshel, mordiéndose el labio al notar las miradas sorprendidas de las muchachas. Debía acostumbrarse a que ya no era una sultana. Se corrigió enseguida—: La princesa desea tomar un baño, necesita quitarse el polvo del viaje. Y yo tampoco estaría mal si pudiera hacerlo.

Las doncellas se miraron entre sí con asombro, pero no comentaron nada. Una salió de la habitación, mientras la otra seguía mostrando los vestidos.

Ayshel los encontraba extraños, y al escuchar que debían llevar un armazón especial debajo para darles volumen, se quedó completamente perpleja. No podía imaginar cómo moverse con aquello, aunque al recordar a la duquesa Harrison y la gracia con la que se desenvolvía, logró tranquilizarse un poco.

Lo más irritante era que, aun siendo dama de compañía, también a ella la obligaban a usar un vestido voluminoso. Miró con cierta envidia la ropa de las doncellas, libres de aquel espantoso armazón que infundía temor. En Oturia las túnicas con faldas sueltas eran lo habitual, así que semejante atuendo le parecía una crueldad hacia las mujeres.

Finalmente, Zelda regresó para anunciar que el baño estaba listo.

Condujeron a Esen al tocador, donde además de un canapé, una mesa de cosméticos, un biombo para cambiarse y un armario, había en el centro una bañera de madera con agua humeante.

Ayshel ya imaginaba el placer de sumergirse por fin, después de tantos días de viaje, en el agua tibia y descansar. Durante todo el trayecto solo se habían detenido dos veces en posadas, así que no podía llamarse un viaje cómodo.

Pero su ilusión se desvaneció al ver que empezaban a desvestir a Esen, y no a ella. Le costaba acostumbrarse a que la princesa ya no era ella.

Las doncellas retiraron el velo y comenzaron a desabrochar el vestido. La sultana no pudo contenerse y preguntó:

— ¿Y mi baño?

— Se bañará después de la princesa.

Aquella respuesta la dejó en shock. Le pareció una barbaridad.

Esen, al ver cómo se tensaba Ayshel, pareció leerle el pensamiento y se apresuró a ordenar:

— Preparad agua limpia y otra bañera para mi dama de compañía. No se bañará después de mí. No sé cómo se hace aquí, pero en Oturia a una acompañante se la trata casi como a una sultana.

Claro que exageró, pero eso bastó para que las doncellas mostraran respeto hacia Ayshel.

Rosie bufó con desdén, aunque salió de la estancia.

Esen se desnudó por completo y se sumergió en la bañera. Zelda empezó a frotarle la piel con aceites aromáticos, llenando la habitación con un perfume embriagador.

Al poco tiempo regresó Rosie y condujo a Ayshel a otro cuarto, donde la esperaba una bañera igual de caliente.

Mientras la doncella la ayudaba a quitarse el velo, preguntó:

— ¿Desea que la ayude a bañarse?

— Por supuesto. Antes tenía criadas, no estoy acostumbrada a hacerlo sola.

— ¿Entonces no servía usted a la princesa? —la voz de Rosie denotaba sorpresa.

— Claro que no. Soy su compañera. Mis deberes consisten en entretenerla con conversaciones, cumplir pequeños encargos y organizar el trabajo de los sirvientes para asegurar el confort de la sultana.

Ayshel casi no mentía. Esen era su sirvienta principal, solo que se encargaba de supervisar y controlar, no de ensuciarse las manos.

Al sumergirse en el agua caliente, Ayshel apoyó la cabeza contra el borde de la bañera y se relajó. Hacía mucho que no sentía semejante placer. Rosie añadió más agua caliente de una jarra, y el calor envolvió su cuerpo con suavidad.

— Traeré unos aceites. Dejan la piel tan suave como la seda.

La joven salió de la habitación, y la princesa cerró los ojos con relajación. Estaba acostumbrada a que la ayudaran durante el baño, a menudo más de una sirvienta, pero sabía que aquel no era el momento para mostrarse caprichosa.

Tomó aire y se sumergió bajo el agua. Cuando emergió, con el cabello empapado, se recostó otra vez en la bañera.

Su calma se rompió con los gritos que provenían del otro cuarto. Tras la puerta se oían pasos apresurados, voces masculinas y una gran confusión. La curiosidad la devoraba, pero Rosie no regresaba.

El alboroto aumentaba, aunque no lograba entender ninguna palabra. Su mirada se posó en la toalla, y justo cuando se decidió a salir y averiguar qué ocurría, Rosie irrumpió en la estancia, aterrada.

De su ceja corría un hilo de sangre, y dijo sin aliento:

— Han intentado ahogar a la princesa. Ella exige verle de inmediato.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.