Al ver el rubor en el rostro de la muchacha, Reynard apartó los dedos de los papeles que solo servían para distraerlo. Caminó lentamente hasta el aparador, eligió una botella de vino tinto, la descorchó y llenó una copa. Sin esperar respuesta, se acercó a su invitada temblorosa y le ofreció el cáliz.
—¿Sabes lo que es una favorita oficial?
—He oído algo —Ayshel no se apresuró a tomar la copa ofrecida. El hombre rozó con sus dedos ardientes la palma de ella, obligándola casi a sujetar el vaso. Aquel contacto hizo que el cuerpo de la joven se estremeciera. El rey no soltó su mano; continuó sosteniéndola mientras hablaba.
—Es un cargo de alto rango en la corte. Una favorita oficial puede influir en la política, dictar la moda, establecer tradiciones culturales, dedicarse a la caridad… Tiene sus propios sirvientes, aposentos lujosos, joyas, regalos costosos, y eso no es todo. Lo más importante es su lugar en la cama y en el corazón del rey. En este momento, ese puesto está vacante, y te lo ofrezco a ti.
El corazón de Ayshel, que latía desbocado, pareció detenerse por completo. Era como una cruel broma del destino. Nada temía más que repetir la vida de su madre, y aquel miedo acababa de hacerse realidad. No quería recibir dos veces la atención de un rey, solo para ser olvidada después, como le ocurrió a ella. Ayshel soñaba con un amor grande y sincero, con un hombre fiel para quien ella fuera la única. Pero eso, sin duda, no describía a Reynard.
Tiró de sus manos para liberarse del calor ajeno. Una vez libre de su contacto, pudo hablar:
—No me interesa. Tengo un prometido. Nos casaremos en cuanto regrese a casa.
De improviso, el rey le arrebató la copa de las manos y la vació de un solo trago. En sus ojos color aguamarina centelleó la ira; luego lanzó el vaso al suelo y rugió como una fiera:
—¿Lo amas?
—¡Sí!
—Ya lo veremos. No puedes amar a otro, tú eres mía... —Reynard se detuvo, consciente de que había dicho demasiado.
Ayshel comprendió entonces que él no aceptaba un no por respuesta. Sonrió para sí misma: había huido con tanto empeño de él que terminó cambiando el lugar de reina por el de favorita. Nada salía según lo planeado. Intentó apelar a la razón del hombre.
—No creo que la princesa apruebe su elección. La existencia de una favorita podría disgustarla mucho.
—¿Por qué? Hasta donde sé, en Oturia existe todo un harén.
—Sí, pero ¿por qué cree que eso no entristece a la sultana?
—Te seré sincero. No planeaba tener favoritas, al menos no tan pronto. Pero cuando te vi, todo cambió. He tomado mi decisión y no está sujeta a discusión. Desde ahora eres mi favorita, así que acostúmbrate a ese estatus. No voy a esconderme contigo en los rincones y la opinión de la princesa no me interesa. Al fin y al cabo, su único deber es darme un heredero. Espero que comprendas la seriedad de mis intenciones.
Las palabras del rey cayeron sobre ella como un golpe. El corazón de Ayshel se encogió de dolor. Así que eso era lo que se esperaba de ella: ser una incubadora destinada a “empollar polluelos”. Desde el principio no se había equivocado con sus sospechas; aquellas mismas que la habían empujado a urdir la sustitución. Las lágrimas le humedecieron los ojos.
—Pero eso está mal. Hará que la princesa me odie, y mi prometido no lo entenderá.
—Ya no tienes prometido. Olvídalo. Te daré tiempo para acostumbrarte a la idea. Puedes retirarte. Mañana por la noche retomaremos esta conversación.
Ayshel se sintió tan aliviada ante la posibilidad de abandonar aquella habitación sofocante que ni siquiera hizo una reverencia; salió corriendo hacia la puerta. Al llegar al pasillo, no sabía hacia dónde ir. Al venir había estado tan sumida en sus pensamientos sombríos que no había notado el camino. Los guardias la escoltaron de regreso a su aposento y, solo después de echar el cerrojo, pudo exhalar aliviada.
Se sentía horrible, atrapada en una jaula sin saber cómo alcanzar la ansiada libertad. Se dejó caer boca abajo sobre la cama y se cubrió la cabeza con la almohada. A pesar de todos sus esfuerzos por evitar ese matrimonio, el destino parecía empeñado en unirla a ese hombre.
No sabía cuánto tiempo permaneció inmóvil, cuando un rugido de bestia salvaje rompió el silencio. Asustada, apartó la almohada y aguzó el oído. El rugido volvió a escucharse, esta vez más prolongado y profundo.