Solo entonces la joven sintió cómo el frío se le colaba por los dedos de los pies, clavándose como agujas heladas y provocándole un leve cosquilleo. Para proteger al menos los talones del contacto gélido, Ayshel se puso de puntillas y avanzó de esa manera. Se alegraba de que la mano cálida de Arikan la reconfortara.
En Oturia, nadie se habría atrevido a tocarla; aquí, en cambio, esa prohibición no existía. En Limeria las costumbres eran más libres en lo referente a las relaciones, y aquello la asustaba. No sabía qué esperar después del escandaloso anuncio del rey de hacerla su favorita.
Arikan caminaba a su lado y no tardó en notar el modo extraño en que la joven se movía. El suelo de mármol, frío como el hielo, no estaba hecho para caminar descalzo. El hombre frunció el ceño y, de pronto, la levantó en brazos. Para no caer, ella rodeó su cuello con los brazos.
—¿Qué estás haciendo? —exclamó.
—No puedo permitir que enfermes. El rey me cortaría la cabeza por algo así. ¿En qué estabas pensando al salir sin calzado?
La actitud del hombre la irritó. Le hablaba con tono despectivo, tratándola de “tú” y sin tener en cuenta sus palabras. Aquel reproche en su voz la sacaba de quicio, como si realmente le importara cómo iba vestida. Ayshel apoyó una mano en su pecho e intentó apartarlo con un empujón débil.
—Puedo caminar sola, suéltame.
—Si no estuvieras descalza, lo haría con gusto. Créeme, llevar en brazos a la favorita del rey no es precisamente un placer. No te preocupes, lo hago solo por él.
—No soy su favorita —replicó Ayshel de inmediato, negando aquello que en el fondo temía admitir. Sabía que Reynard ya lo había decidido todo, pero ella no tenía intención alguna de asumir ese papel. El tono de desaprobación con el que él había pronunciado la palabra “favorita” no le agradó. No quería resignarse a ese destino.
—¿Ah, no? —Arikan se detuvo un instante y arqueó una ceja con sorpresa. Le lanzó una mirada rápida y prosiguió su camino—. Él aseguró lo contrario.
—No he aceptado. ¿El rey siempre es tan poco exigente?
—No. Diría que es muy selectivo —respondió el hombre, desviando hábilmente el tema para no revelar detalles íntimos de la vida del monarca—. ¿Qué hacías descalza fuera?
—Solo quería saber a quién pertenecía ese rugido. Por cierto, creí que los leopardos no rugían.
—Así es, pero este leopardo es especial.
Ayshel comprendió que el hombre no tenía intención de revelar el secreto de aquella criatura. Subía las escaleras en silencio, y la joven podía oír su corazón acelerado y su respiración agitada. Era la primera vez que la llevaban en brazos, y le gustaba. El calor de su cuerpo la envolvía, haciéndola sentir protegida. Sospechaba que debía de resultarle pesado, de otro modo ¿por qué latiría tan deprisa su corazón?
Al llegar al segundo piso, la princesa intentó liberarse de sus brazos.
—Suéltame, aquí puedo caminar sola. Hay alfombras por todas partes.
—Un poco más. No te preocupes, no me pesa.
—Ni me preocupa. Si te duelen los brazos, será tu culpa —Ayshel infló las mejillas de forma teatral y apartó la mirada. Intentaba no perderse en esos ojos oscuros que la desarmaban. Aquella cercanía la ponía nerviosa, le provocaba un extraño temblor en el corazón y una calidez difícil de explicar.
Bajo las miradas reprobatorias de los guardias, Arikan la llevó hasta sus aposentos. En cuanto los pies de la joven tocaron la alfombra mullida, el hombre se dirigió hacia la puerta.
—Buenas noches. Y no vuelvas a andar descalza.
Parecía dispuesto a marcharse sin quedarse ni un segundo más. Ayshel, desesperada, lo tomó de la mano. Él se detuvo y la miró sorprendido. En sus ojos, la muchacha vio una chispa de esperanza, una posible salvación, y se arriesgó a confiar en aquel desconocido.
—Ayúdame, por favor. No quiero convertirme en la favorita del rey. Deseo volver a Oturia. Ayúdame a escapar, o convéncelo para que me deje ir.
Su voz temblaba, a veces apenas se entendía, pero Arikan escuchó con claridad todo lo que ella temía pronunciar. De un tirón, liberó su mano del agarre de la joven y la congeló con una mirada de hielo.
—¿Y por qué supones que te ayudaría? No me interesa nada que tenga que ver con las amantes del rey, ni lo que ocurra en su cama. A partir de ahora, mi tarea será vigilarte para que no escapes. —El hombre se dio media vuelta y se dirigió a la salida. Antes de cruzar la puerta, volvió a mirarla—. Si no quieres salir perjudicada, te aconsejo no hacer tonterías. Cuanto antes aceptes tu destino, mejor para ti.