La terraza resultó tener una salida abierta al jardín. La mirada de Ayşel se detuvo enseguida en las flores que decoraban todo el lugar. Sus aromas llenaban el pecho, mientras las piedras lunares iluminaban la terraza, regalándole una sensación de calidez y sosiego. En el centro había un banco de madera con un respaldo de hierro forjado, cubierto por una tela roja. La joven no se atrevió a sentarse; prefirió avanzar unos pasos y detenerse al borde mismo de la veranda.
Apoyó las palmas sobre la barandilla de madera y se quedó mirando el jardín, buscando con la vista a Reynard. Sabía que estaba cerca; aquella sensación de libertad era solo una ilusión, y ni siquiera el brillo de las estrellas ni la luz de la luna lograban tranquilizarla.
Pensó en intentar escapar. Si la descubrían, diría que buscaba al rey. El corazón comenzó a latirle con más fuerza, haciéndole cosquillas en el pecho. No podía desperdiciar aquella oportunidad. Se puso de puntillas y, como una ladrona, dio dos pasos hacia un lado, pasando la mano por la barandilla. Al ver que nadie la detenía, se decidió por fin. Levantó un pie del suelo, pero una voz conocida sonó tan cerca de su oído que la hizo estremecerse y volver a apoyarlo.
—¿Te gusta el jardín?
Ayşel soltó un grito ahogado y dio un salto del susto. Se volvió bruscamente y se llevó una mano al pecho. A su lado estaba Reynard, sonriendo divertido. La joven no sabía de dónde había aparecido ni cómo no lo había oído acercarse. En sus ojos brillaba la alegría; en cambio, ella no pudo ocultar su indignación.
—¿Quién se presenta así? ¡Qué susto me ha dado!
—No sabía que fueras de las asustadizas.
—Normalmente no lo soy, pero usted lo ha conseguido —murmuró, avergonzada, bajando la mirada al suelo. La presencia de aquel hombre la turbaba, la hacía sentir vulnerable. No se atrevía a mirarlo a la cara; contuvo la respiración y escuchó su voz, grave y suave, que le provocaba un ligero temblor.
—No has respondido. ¿Te ha gustado el jardín?
—No lo sé. Con la oscuridad de la noche no he podido apreciarlo bien, y de día estamos demasiado ocupadas con las lecciones como para pasear por él.
—¿Quieres dar un paseo? —Reynard le ofreció el brazo, y Ayşel comprendió que no era una invitación, sino una orden. Con timidez, rozó la suave tela de terciopelo de su jubón y rodeó su brazo con los dedos. Dio un paso hacia el jardín, bajó los dos escalones y comenzaron a caminar despacio.
El silencio que se instauró entre ellos no parecía incomodar al rey. Avanzaba con calma, la vista fija al frente, absorto en sus pensamientos. Ayşel no soportó más aquella tensión invisible y rompió el silencio:
—Vi un leopardo enorme corriendo por el jardín. ¿Es su mascota?
—¿Te gustó? —El rey pareció animarse de repente y buscó sus ojos oscuros. A Ayşel le resultó incómodo ese contacto visual; apartó la mirada hacia los rosales para escapar de aquel brillo que le alteraba el corazón.
—Es un animal impresionante. Nunca había visto una criatura así.
—He oído que te aceptó. Que os habéis hecho amigos.
—¿Está el leopardo ahora en el jardín? —preguntó con voz temerosa, deteniéndose sin atreverse a avanzar. Esa reacción hizo que él aminorara el paso.
—No lo verás esta noche —respondió con firmeza, con la seguridad de quien conoce cada movimiento de la bestia. Reynard continuó caminando, y a la joven no le quedó más remedio que seguirlo. Como si quisiera evitar ciertos temas, él cambió de conversación rápidamente:
—¿Te has acostumbrado ya a la vida en palacio?
—Nunca podría hacerlo. Usted sabe lo que deseo. Quiero regresar a mi hogar. Déjeme marchar.
El rey se detuvo de golpe y le tomó la mano. Si antes en su corazón aún brillaba una pequeña llama de esperanza, ahora se extinguía al encontrarse con los azules océanos de sus ojos. Ayşel comprendió que él no la dejaría ir. Y sus sospechas se confirmaron cuando sintió cómo apretaba con fuerza sus dedos, como temiendo que ella escapara.
—Eso es imposible. No vuelvas a mencionar ese tema. Mi decisión es definitiva.
—¿Pero por qué? —Ayşel realmente no entendía por qué el hombre se negaba a dejarla ir. Sospechaba que tenía motivos importantes o que Reynard conocía la verdad y jugaba con ella, esperando que se delatara. Él guardó silencio, evidentemente sin intención de responder. La joven insistió:
—Elija a una de sus damas de compañía. Las he visto hoy, todas son hermosas y desean su atención. En especial Dafna. ¿Es cierto que planeaba casarse con ella?