La novia indomable

22

Abrió la puerta con decisión y se encontró en el pasillo. Corría como si una manada de lobos hambrientos la persiguiera. No podía creer que Reynard le permitiera escapar tan fácilmente. Miraba hacia atrás con temor, esperando ver a alguien siguiéndola, pero nadie la perseguía. Bajo las miradas sorprendidas de los guardias que custodiaban los aposentos de Esen, corrió hacia sus propias habitaciones. Cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella. Su corazón latía con fuerza descontrolada, la respiración era agitada y las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.

Se sentía como una presa acorralada. Sabía que, sin importar dónde se escondiera, el rey la encontraría. Aquella huida parecía absurda. Con ese acto solo había provocado su ira. En cualquier momento él llegaría, irrumpiría en sus aposentos y... prefería no imaginar lo que haría con ella. Lentamente se deslizó por la puerta hasta caer al suelo, mordiéndose la mano para no gritar. Ni siquiera fingiendo ser una simple dama de compañía había conseguido evitar la atención de Reynard. Parecía que el destino se burlaba de ella, obligándola a expiar todos sus pecados.

No sabía cuánto tiempo permaneció sentada en el suelo, esperando con angustia. Incluso cuando, algo más tranquila, se recostó en la cama, nadie apareció. Sin darse cuenta, la princesa se quedó dormida, sumida en un sueño sin sueños.

Despertó con el alegre murmullo de las sirvientas. Rosie dio una palmada y exclamó:

—¿Habéis dormido con el vestido puesto?

Ayshel se frotó los ojos con los dedos y, espantando los restos del sueño, terminó de despertarse. Se estiró y se levantó de la cama, excusándose con una sonrisa:

—Al menos no tengo que vestirme.

Miró la tela arrugada y comenzó a alisarla con las palmas de las manos. Las sirvientas la cambiaron rápidamente de vestido y recogieron su cabello con esmero. Ya estaba lista para el desayuno, aunque no tenía apetito… y mucho menos ganas de encontrarse con Reynard. No la había perseguido aquella noche, y al menos por eso le estaba agradecida.

La puerta se abrió y entró Julian, el hombre que la había acompañado la noche anterior.

—Su Majestad desea verla. De inmediato.

El tono de su voz le heló la sangre, y un escalofrío recorrió el cuerpo de Ayshel. Las sirvientas se apresuraron a ponerle joyas y colorete innecesario. Ella permanecía inmóvil, como una estatua de piedra. Reynard había esperado hasta la mañana para castigarla por su desobediencia. No recordaba cómo llegó, escoltada, hasta los aposentos reales; solo volvió en sí cuando ya estaba dentro del despacho del rey.

Él estaba sentado tras el escritorio, inclinado sobre un pergamino desplegado. Sin duda había oído que ella había llegado, pero no se apresuró a mirarla. Ayshel se quedó inmóvil junto a la puerta, sin atreverse a acercarse. Bajó la cabeza y entrelazó los dedos, esperando su sentencia. Tras un prolongado silencio, el hombre dejó el pergamino a un lado y levantó la mirada.

—Sabes que no puedes escapar de mí, ¿verdad? Ni una puerta cerrada, ni una manada de bestias salvajes, ni un diluvio, ni siquiera la erupción de un volcán me detendrían. Dondequiera que vayas, te encontraré.

Solo entonces Ayshel comprendió su total indefensión. Sabía que nada podría protegerla de aquel hombre. Ni siquiera su engaño había funcionado. Sin levantar la cabeza, murmuró con voz temblorosa:

—Lo entiendo… —y, armándose de valor, se atrevió a mirarlo a los ojos—, pero aún no logro comprender por qué me quiere a su lado.

El hombre se puso de pie y, con pasos lentos, la aproximación de un depredador que ha acorralado a su presa, se acercó a ella.

—Eres mi favorita. Tus deberes son entretenerme, hablar conmigo, contarme cosas sobre Oturia y cumplir todos mis caprichos. En lugar de huir, podríamos haber tenido una conversación tranquila.

—Temía que no se conformara solo con hablar.

Ayshel sintió vergüenza al pronunciar esas palabras. Apretó los labios, esperando su reacción. Reynard negó con la cabeza y respondió con calma:

—Esen, no soy un salvaje. No haré nada contra tu voluntad.

—Pero ya lo ha hecho. Me ha encerrado aquí, me ha nombrado su favorita y no me deja volver a casa, aunque oficialmente soy ciudadana de Oturia y no su súbdita.

Una valentía inesperada se encendió en el corazón de Ayshel, y soltó aquellas palabras de un solo aliento. Reynard frunció el ceño con gesto airado, y ella se arrepintió al instante. Él suspiró profundamente, conteniendo la ira.

—Bueno… aparte de eso, no haré nada más —dijo, tocándole suavemente el mentón para obligarla a mirarlo a los ojos. Sus dedos irradiaban calor, provocándole un temblor. —Mírame. ¿Tienes miedo?

—Es natural temer a quien tiene poder sobre tu destino. Con un solo trazo de su pluma podría arrebatarme la vida.

—No te preocupes, no pienso hacerlo. Tengo otros planes para ti. —Su voz sonó enigmática, despertando mil conjeturas en la mente de la joven. Con un leve roce de sus dedos en su mentón, se apartó y tomó nuevamente el pergamino.— Las lecciones de hoy quedan canceladas. Pasea con la princesa por el jardín; querías verlo, ¿no es así?




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