La novia indomable

27

—Un poco —respondió la joven, sin ver sentido en mentir. No creía que él fuera su verdugo. Envuelto en los reflejos dorados de la luz, parecía más un salvador que alguien que trajera consigo la perdición—. Yo no robé el anillo.

—Lo sé. No habrías podido hacerlo.

Lo dijo con tal seguridad, como si nunca, ni por un instante, hubiera considerado esa posibilidad. Cerró los ojos y pasó los dedos una vez más sobre la marca rojiza de su piel. De sus manos brotó una tenue luz, y las heridas se cerraron. Ayshel dejó de sentir el molesto escozor en las muñecas y el dolor punzante en la espalda. Solo el corazón seguía doliendo, herido por la humillación.

Sorprendida, la joven dejó escapar un jadeo. Arikan, asustado, soltó sus manos de inmediato, como si hubiera tocado un fruto prohibido… pero deseado.

—No soy del todo un mago de batalla —explicó con voz baja—. En la corte ése es mi deber, pero no muestra todo lo que sé hacer.

—¿Quién eres en realidad? —preguntó Ayshel, observándolo con atención. Su mirada recorrió los tatuajes en espiral que cubrían los músculos de sus brazos. Aquellas runas le resultaban extrañamente familiares, aunque no recordaba dónde las había visto antes. No pudo resistirse: con la yema del dedo, rozó con delicadeza uno de los símbolos, siguiendo lentamente su contorno—. Eres diferente a los demás lemirianos. Tu piel morena, tus ojos negros, tu cabello… Te pareces más a un oturiano.

Arikan guardó silencio. No parecía dispuesto a revelar su secreto. Su pecho subía y bajaba con rapidez, y su mirada se aferraba al rostro de la joven, hasta detenerse en sus labios. En sus ojos de antracita brilló un destello, y el hombre se inclinó ligeramente hacia ella.

Ayshel se quedó inmóvil, conteniendo la respiración. Ya no trazaba figuras sobre su piel; su dedo descansaba en el borde del tatuaje negro. Un deseo irresistible la dominó: quería besarlo, sentir sus labios sobre los suyos, descubrir cómo sería aquel primer beso del que tanto había soñado.

Parecía que Arikan había leído su pensamiento. Sin apartar la vista de su boca, dejó que su respiración cálida rozara sus labios. Finalmente, cerró los ojos y, como si se obligara a recuperar el control, exhaló un suspiro que se mezcló con el aire entre ambos.

—Vamos —dijo en voz ronca—. El rey te está esperando.

Ayshel, como si despertara de un hechizo, retiró bruscamente la mano y rompió el contacto. Ni ella misma sabía qué le había ocurrido. Se sorprendía de haberlo tocado, pero lo que más la avergonzaba eran sus propios deseos.

Los ojos oscuros del hombre la miraban fijamente, sin apartarse de los suyos. Ella, con un hilo de voz, casi confesando un secreto del alma, murmuró:

—¿Me van a ejecutar?

—No, tranquila —respondió él con convicción—. Estoy seguro de ello. Reynard no podrá hacerlo, aunque quisiera.

Aquella seguridad la inquietó. Una duda helada le atravesó el corazón: ¿y si el rey sabía quién era en realidad?

—¿Por qué? —susurró apenas, como temiendo la respuesta.

—Pregúntaselo a él. Vamos, ¿o acaso te gusta este lugar? —replicó Arikan, girando bruscamente sobre sus talones y avanzando con paso firme.

La joven se apresuró a seguirlo.

—No, este sitio es horrible —dijo con sinceridad.

Caminaba junto a él, y todos sus miedos parecían desvanecerse. A su lado se sentía protegida, como si nada pudiera hacerle daño. Pero, al pasar de nuevo frente al preso que antes había hecho comentarios obscenos, el hombre volvió a lanzar una carcajada.

—¡Ah, ya entiendo! —se burló—. Así que esta dulce dama calentará no solo la cama del rey, sino también la de su fiel sabueso. Qué nobleza la suya.

Arikan ni siquiera le dirigió una mirada. Sin detenerse, alzó la mano en su dirección, y de su palma brotó una ráfaga de aire que arrojó al prisionero contra la pared. El hombre cayó al suelo con un golpe seco. El mago siguió su camino con el rostro impasible. De él emanaba poder, fuerza, autoridad.

Atravesaron el largo pasillo en dirección a los aposentos reales. Nadie se atrevió siquiera a susurrar. Ayshel sentía sobre sí las miradas de censura. Bajó la cabeza y empezó a contar los pasos que la separaban del despacho del rey. La inminente reunión con Reynard la llenaba de angustia: temía su castigo.

Entró con timidez en el despacho. La presencia de Arikan le daba algo de calma. Reynard caminaba de un lado a otro, visiblemente alterado, y al verlos entrar se detuvo en seco.

Ayshel no levantó la vista. Hizo una reverencia y esperó en silencio su sentencia. Su corazón latía con tanta fuerza que podía oírlo en las sienes, y sus manos, súbitamente, se humedecieron.

El rey se acercó y la abrazó. Sus dedos rozaron sus delicados hombros, provocándole un leve temblor. Ella permaneció quieta, con los brazos a los lados, observándolo con recelo. Reynard se apartó apenas, deslizó las manos por sus brazos hasta tomar sus frías manos entre las suyas.

—Mi niña… ¿Por qué me haces esto? Solo tienes que pedirlo, y pondré todos los tesoros del mundo a tus pies.

Ayshel reunió valor y alzó la vista hacia esos ojos azules como el océano. Una punzada de dolor le atravesó el pecho. A diferencia de Arikan, él sí había creído en su culpa. Y, aun así, no parecía enojado.

—Pero yo no robé nada. No necesito joyas. Alguien colocó ese anillo en mi vestido. Sería absurdo de mi parte llevar encima un objeto robado, sabiendo que lo están buscando.




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