Capítulo IV
Patrick.
Si alguna vez alguien me pregunta por qué entre todas las empleadas que mi dinero puede pagar elegí a la probablemente menos capacitada para ello, no voy saber qué contestar.
Porque fue un impulso.
No soy una persona que se deje llevar fácilmente, es más, tiendo a ser frío en la toma de decisiones tanto fuera como dentro del rink, es algo que he trabajado arduamente y ha sido eso precisamente lo que me ha permitido ser uno de los jugadores mejor pagados de la NHL, siguiendo ese orden, ¿entonces por qué no lo pensé mejor antes de hacerle esa propuesta laboral a Farah? A una muchacha que, evidentemente poco puede hacer para controlar a sus propias hermanas.
Joseph se remueve un poco en su sueño, el doctor dijo que lo darían de alta en la tarde, gracias al cielo la fiebre ha remitido y con ello mi exacerbada preocupación. El pensamiento de que algo malo le suceda es algo que me incomoda profundamente.
Ante el recuerdo de la madrugada anterior y cómo ella tuvo que ayudarme para salir de mi parálisis de terror casi me golpeo a mí mismo, pocas veces me doy permiso para relajarme ante mi debilidad, considero en base a los últimos acontecimientos que me he relajado demasiado. Estoy cometiendo errores de niño, definitivamente no puedo permitir eso. Porque, ¿qué otra cosa tengo si no es la perfección y el dinero? Nada. Sin ellos, yo no soy nada. Así pues, debo terminar con esta mierda de nervios si no quiero perder todo lo que duramente he trabajado.
El sonido de la llamada entrante en mi teléfono me tensa, reconozco ese tono, es específico para todo lo relacionado con el equipo, a pesar de que no quiero atender, debo hacerlo.
—Rutledge. —impregno toda la frialdad posible en mi voz, como si no me importara. Casi como si no estuviera esperando una llamada como esta desde el momento en que salí de casa.
—Estoy sorprendido de lo profesional que pareces a veces. —esa voz burlona logra que la tensión creada en mis hombros se relaje, es lo que tiene contestar sin ver, a veces, uno se sorprende.
Dorian, mi mejor amigo en el equipo, o más bien el único es quien está llamando, aunque no sé si sentirme aliviado por ello. —Rayos, pensé que era...
—Me imaginé —interrumpe. —, ¿cómo estás?
—He tenido tiempos mejores, que no te quepa duda. —Joseph despertó, tomando mi brazo para babear en él. —El pequeño se ha sentido mal. —hablé, ocultando lo mucho que ha pasado últimamente.
— ¿Qué tiene?
—Tuvo fiebre la noche anterior, aunque parece algo viral, según el doctor. —respondo.
El respiró profundamente. —Tu mamá me llamó.
—A pesar de todo, no me sorprende. —resoplo.
—Consiguió que te convirtieras en la imagen de una importante marca de bebidas, con el contrato por cinco años y ni te cuento la suma porque te vas hacia atrás. Es una gran oportunidad, amigo.
Maldición. —No puedo. —respondo apretando el teléfono en mi mano. Es jodidamente gran cosa y en otras circunstancias no dudaría en aceptarlo. —No puedo. —repito. No sé si para convencerlo a él o a mí mismo.
— ¿O no quieres? —pregunta.
—No es conveniente y lo sabes perfectamente.
—Patrick —dice, con fuerza. —, en cualquier momento eso saldrá a la luz y tienes que enfrentarlo, no puedes ocultarte por siempre. No debes irte por ese camino, tu madre dijo que estás tan paranoico que ni siquiera te llevaste a la niñera del pequeño.
—Ella no quiso venir. —me defendí.
—Tú podías mejorar su disposición y no lo hiciste. ¿Sabes por qué? Porque tienes miedo.
Me tenso, con furia bullendo en mi interior. —Si estuvieras frente a mí, te juro que te molería a golpes por decir tal cosa. —Yo no soy un jodido cobarde.
—Y es exactamente allí donde radica el problema, ¿verdad? ¡No te gusta aceptar que eres humano! Que tienes problemas, emociones y que no tienes idea de cómo actuar conforme a ellas. ¿Por qué no aceptas de una vez que está bien equivocarse a veces?
—Porque eso no es lo que soy, Dorian —dije ya enfurecido. —. No soy un jodido mediocre, no nací para ser un perdedor. —Estaba tan enojado, furioso y desconcertado que no reparé a mi hijo alejarse de mí asustado.
Emanaba furia, violencia y rencor, él tenía razón; porque estaba aterrado de perderlo todo, de ser como mi padre. Aunque bueno, siempre he sido su copia fiel y exacta.
—Sin embargo, estás solo, ¿no es así? —rebatió.
—Porque no necesito compañía.
—Porque no sabes cómo mantener una buena compañía.
— ¿Quién eres ahora? ¿Mi terapeuta?
— ¿Necesitas uno? Porque puedo facilitarte una cita.
— ¡Vete a la mierda! —grité, haciendo que mi hijo llorara, como nunca lo había hecho en mi presencia, porque mi grito lo sobresaltó. Colgué, ya después hablaría con Dorian, odiaba cuando alguien se inmiscuía demasiado en mi vida, no suelo ser muy conversador y mi mejor amigo sabe que teclas pisar para exasperarme. No obstante, yo debo ser mejor que eso.