Capítulo V
Farah.
Cuando estás a cargo de niños, la premisa más importante es: ante el silencio... preocúpate.
Es por eso que al no escuchar ni una risa o palabra de alguna de las gemelas, estoy casi de los nervios. Hoy no ha sido fácil para ninguna de las tres, quiero decir, ellas están castigadas y yo debo mantenerme firme ante ello, a pesar de sus intentos de que lo abandone. No claudicaré, sin embargo. Estuve los últimos quince minutos tan concentrada en dormir al pequeño Joseph que tontamente me dejé envolver por la falsa atmósfera de tranquilidad y cuando por fin reparo en ello, me asusta que sea demasiado tarde.
Ellas estaban haciendo algo y definitivamente no me sentiré orgullosa de ello. Echo un vistazo al niño que se durmió y tomo el pequeño radio cerca de su cama, con este podré saber en tiempo real si despierta, aunque espero estar de vuelta para revisarlo antes de ello.
Busco a las gemelas en la sala donde las había dejado y no están; un pensamiento se asienta en mi cabeza con fijeza, si no se encuentran en la habitación del bebé conmigo y tampoco en el lugar donde se supone que deben estar haciendo algunas tareas que decidí encomendarles, entonces, ¿dónde? Me pregunto subiendo de nuevo las escaleras.
La casa es grande, tiene dos pisos; arriba las habitaciones y en la parte de abajo la cocina, sala y salida hasta el jardín. Tampoco es como si pudieran perderse aquí dentro, ¿verdad? Siempre ha sido una casa muy bonita además agradable para vivir, pero desde que la señora Marie, su dueña decidió mudarse con su hijo, la rentan para algunos turistas que no les gusta pasar todas sus vacaciones en algún hotel, como parece ser el caso de los actuales inquilinos.
Casi a punto de llamarlas a viva voz, escucho un susurro salir de la habitación vecina a la de Joseph, el cuarto que sé que pertenece a Patrick porque me lo dijo un par de horas antes, para luego adentrarse en ella alegando que necesitaba una ducha y descanso. ¿Por qué entonces están las niñas allí?
—Se te olvidó esta. —fue esa la voz de Alice e ingreso a la habitación sin molestarme en tocar, encontrándolas allí con una toalla en sus manos mientras escuchaba la ducha dentro del cuarto de baño.
— ¿Qué diablos hacen aquí? —siseé furiosa, ambas se giraron hacia mí con los ojos desorbitados, sí, pues habían rebasado mi límite que bien sabe Dios que es extenso. — ¿De dónde sacaste esto? Respóndanme. —casi grité arrebatándole la toalla a Alice de las manos.
Como siempre ella alzó la barbilla en claro reto mientras que su fiel seguidora y posterior delatora me dijo todo lo que necesitaba saber.
—Estaban aquí en la cama dobladas —masculló Annie, recibiendo por parte de su hermana un codazo, pero eso no la detuvo. —, queríamos hacerle una broma a Patrick... —el sonido de la ducha se detuvo en seco y fui consciente de que seguíamos allí, de que seguramente él saldría en cualquier momento.
—Salgan de aquí. —dije por instinto, si él las veía en su habitación se iba a enfurecer.
— ¿Por qué? —preguntó Alice, mi respuesta fue simplemente tomarlas con fuerza de sus brazos y sacarlas de la habitación casi a empujones, ¿por qué no salí yo también? Es algo que toda la vida me preguntaré.
Aún con la toalla en mis manos, me giré para disculparme por las travesuras de mis hermanas.
Pero me distraje.
Absolutamente mojado, totalmente desnudo y evidentemente confundido estaba Patrick ante mí, sin siquiera poder refrenarlo, mis ojos bajaron por su cuerpo hasta llegar a su vientre y más abajo su... —Oh, rayos... —susurré, apartando la mirada de golpe, esta se posó en sus ojos, los mismos me perforaban sin piedad.
— ¿Qué haces aquí? —su pregunta fue baja, su voz ronca provocó un escalofrío en mi columna. — ¿Farah? —presionó al no obtener respuesta, yo evitaba en lo posible volver a enfocar mi vista en ciertas áreas, una tarea titánica, por cierto.
—Yo... lo siento.
Estaba demasiado sorprendida, sí, sé que debí haber considerado que el tipo saldría desnudo de la ducha ya que está en su habitación y le había prohibido terminantemente a las gemelas ingresar, pero la situación me sobrepasa. Sobre todo, cuando en vez de cubrirse como lo haría un caballero, él cruza sus brazos frente a su amplio y muy ejercitado cuerpo.
— ¿Qué sientes? —pregunta, mi coherencia se fue a la mierda hace unos cuantos segundos y aprieto la toalla en mis manos. No es la primera vez que veo a un hombre desnudo, pero definitivamente nunca había visto a uno como él... tan... tan confiado en sus atributos que no hace ademán ni de girarse, ni vestirse, ni nada.
—Estar aquí. —susurro.
—Lo que me lleva de nuevo a: ¿qué haces aquí? —pregunta, inquisitivo, sin retroceder ni un ápice, al principio se veía sorprendido e incluso un poco alarmado, pero ahora, se ve bastante cabreado.
Por fin pude salir de mi estupor, observando el objeto en mis manos procedo a aventárselo, directo al rostro. —Tu toalla.
La toma en su enorme mano, esa que está en perfecta medida con toda la grandeza de su cuerpo. — ¿Estás aquí para ofrecerme una toalla?