Capítulo IX
Farah.
No quiero despertar. Aunque técnicamente lo estoy, así que puedo cambiar eso a: no deseo abrir los ojos. Estoy demasiado cómoda, ¿desde cuándo es mi cama tan suave? No recuerdo nunca haber despertado como si estuviese durmiendo entre nubes, y menos, como si me arropara la delicadeza del agua, en tanto, no es normal que la luz del sol se filtre hasta calentarme las mejillas o que ese sonido molesto no me permita continuar descansando... mis ojos se abren de golpe ante la comprensión de que no estoy en mi casa, y si a eso vamos; tampoco dormí en mi cama. Al casi caerme de la misma en mi afán para salir de allí tuve la sensación de deja vú, mi aliento se entrecorta ante esa extraña reacción apretándome el pecho, sacudí la cabeza para espantarla y me centré en el presente, que es lo realmente importante.
Las paredes pintadas con azul claro de este lugar no son nada parecidas a las de mi habitación, como tampoco los objetos que aquí permanecen como el televisor de plasma, ropa en el clóset, y zapatos de marca perfectamente ordenados en el suelo. Además de dos laptops y un móvil de alta gama que no ha dejado de sonar, el que me despertó.
Estoy en la habitación de Patrick, no hay dudas en ello, lo recuerdo perfectamente de la vez anterior que estuve en este lugar, lo que me lleva a: ¿qué demonios hago yo aquí, de nuevo? Mi mente me arroja hasta la noche pasada, después de que Joseph nos sorprendió con su primera palabra, siento como el sonrojo cubre mis mejillas, me dormí casi en los brazos del hombre y por mi presencia en su cama presiento que mi cabeza no fue lo único que estuvo en contacto con su cuerpo.
Oh, Dios mío. ¿Por qué no me ha despedido? Soy absolutamente desastrosa, ni siquiera supe donde y cuando se durmieron las gemelas. He de ser la peor niñera de toda la jodida historia. Con el sonido incesante del timbre de llamada del teléfono de mi jefe, que me acompaña como banda sonora en mi camino de la vergüenza hasta la sala, donde escucho respiraciones agitadas provenientes del hombre al cual tengo que hacerle varias preguntas.
El hombre que hace flexiones como si su vida dependiera de ello, me lanza una mirada la cual me es difícil de descifrar, siguiendo con lo suyo como si mi presencia a esta hora y en estas fachas fuese lo más normal del mundo. Patrick está sudado lo que indica que no tiene cinco minutos haciendo esto, se trata de un entrenamiento largo e intenso, su cabello rubio se ve más oscuro de lo habitual mientras que sus músculos se tensan y destensan con cada movimiento, haciéndole ver frenético, descontrolado. Bien sabe Dios que no soy muy fan de hacer ejercicio y cuando mucho, troto cuatro veces a la semana, pero puedo darme cuenta que él no está haciendo las cosas bien. Se esfuerza más de lo que debe y si sigue así, hará más de lo que su cuerpo puede resistir.
Me apoyo en el marco de la puerta fingiendo tranquilidad. — ¿Estás bien? —pregunto en voz alta.
— ¿Me veo como si estuviera mal? —devuelve con cierto aire defensivo, no sé si lo imagino o sus repeticiones se vuelven más aceleradas.
—Te ves como alguien que está a punto de sufrir una lesión. —soy sincera, él quita su mirada de mí para continuar lo que hace. — ¿Dónde están los niños? —pregunto. Bien, ese es mi trabajo saberlo, sin embargo, espero que no lo diga.
—Dormidos. —Está perdiendo el aliento.
—Tu móvil está sonando desde hace rato.
—No es importante.
— ¿Cómo lo sabes?
Sus respiraciones y jadeos acelerados cubren la estancia, ya no puede, eso es evidente. Pero lo intenta, vaya si lo hace. Creo que ni siquiera él sabe hasta donde quiere llegar, porque entre toda esta energía agresiva que es emanada de él se olvidó de algo primordial: el cronómetro, aquel que veía concentrado antes de que yo le hablara.
No puedo soportarlo más. — ¿Puedes detenerte? —me ignora, sin embargo, hay ansiedad en mí, quizás lo mismo que le posee a él para continuar, me envuelve a mí tanto como para acercarme, solo un poco, hasta donde está. —Por favor, Patrick, detente. —digo en un susurro, porque, ¿qué más puedo hacer?
¿Qué pasa en su cabeza en este momento? Quizá jamás lo averiguaré, pero lo hace, abruptamente se pausa para respirar soltar grandes bocanadas de aire, mostrándose exhausto, pero bien podría seguir, es lo suficientemente terco para ello.
— ¡Maldición! —dice, cuando por fin puede hablar. —, ¿sabes que estuve a punto de romper mi propio puto récord?
—Sí, y de romperte otras cosas también, ¿haces esto todos los días? No estás preparado para ese nivel y lo sabes. —confronté.
Sus ojos verdes se posaron en mí, gran enojo cubrió su rostro en dos segundos luego de mi declaración. De pie en el sitio donde casi deja la vida, transpirando y agotado se veía más imponente que nunca, más molesto... definitivamente más amenazante; recordándome lo mucho que alejo a este tipo de hombres de mi vida; a los que no saben cuándo abandonar algo que los daña a ellos y a su alrededor, los que no tienen sus prioridades claras, a aquellos que no se muestran tal como son.
Cuando como por arte de magia él borra esa expresión como si no fuese la primera vez en su vida que debe controlarse porque no es el momento correcto para explotar, lo hizo con tal maestría que otra persona quizá no lo hubiera notado. Pero yo sí, porque reconozco lo que hace; él evade, suprime y luego ataca. He visto ese comportamiento antes, el actuar de un embustero, un farsante, el de alguien que sabe cómo, cuándo, cuánto mentir y esconder para llegar a sus fines.