Al llegar a Armire, mis ojos se llenaron de asombro al ver el bullicioso mercado. Las calles estaban llenas de puestos con alimentos y mercancías exóticas, todo bañado en una luz cálida por las llamas que parecían danzar por todas partes. El ambiente era vibrante y acogedor, aunque el calor era casi insoportable.
—¡Miren esto!
Exclamé, girando sobre mis talones para captar cada detalle, los colores vivos de las telas, los aromas exquisitos de las comidas y las risas resonando en el aire.
—Sara, antes de que te emociones demasiado, tenemos que asegurarnos de que no llames la atención.
Protestó Amber, tirando suavemente de mi brazo.
—¿Y cómo se supone que hagamos eso?
Pregunté, aún maravillada por el entorno, mientras mi mente intentaba procesar todas las nuevas sensaciones.
—Hay un lago de barro de cristal de fuego aquí cerca. Si te bañas en él, eliminará tu olor a humana.
Respondió Rubí, con un toque de sarcasmo en su voz.
—No queremos que los habitantes se den cuenta de que no eres de aquí.
—¿Barro de cristal de fuego?
Pregunté con escepticismo, levantando una ceja.
—¿Eso es siquiera seguro?
—Es seguro, solo un poco… ardiente.
Respondió Ezra, tratando de contener una risa.
Seguimos a Amber a través de las calles hasta llegar a un lago rodeado de vapores cálidos. El agua burbujeaba, llena de cristales rojos que reflejaban la luz de las llamas circundantes. El paisaje era surrealista, como si hubiésemos entrado en un cuadro pintado con los colores más vivos y exóticos.
—Vamos, Sara. No tenemos todo el día.
Protestó Amber, empujándome suavemente hacia el agua.
—Muy bien, pero si termino pareciéndome a un pimiento asado, será tu culpa.
Respondí, sacándole una carcajada a Ezra.
Me metí en el lago de barro, sintiendo el calor que envolvía mi cuerpo. A pesar del ardor inicial, el barro tenía una textura sorprendentemente suave y relajante. Cerré los ojos y dejé que el barro me cubriera, esperando que realmente eliminara cualquier rastro de mi humanidad.
—Esto no es tan malo.
Admití, sumergiéndome más en el barro y dejando que mis preocupaciones se disiparan momentáneamente.
—Te lo dije.
Respondió Amber.
—Ahora, asegúrate de cubrirte bien para que no quede rastro de tu olor a humana.
Después de un buen rato en el lago, salí y Rubí me entregó ropa limpia: una blusa blanca, una falda negra, medias negras y unas botas negras. La combinación era simple pero elegante, y muy diferente a lo que solía usar.
—Esto debería hacerte encajar mejor.
Comentó Rubí, sonriendo con algo de burla.
—Y, además, te ves bastante bien.
—Gracias, supongo.
Respondí, dándome cuenta de que, a pesar del sarcasmo, su comentario era un cumplido.
Nos dirigimos nuevamente hacia el mercado, donde el ruido y la actividad eran aún más intensos. Las calles estaban llenas de vida, con comerciantes gritando para atraer a los clientes y niños corriendo de un lado a otro, jugando y riendo.
—Bien, chicos, mantengámonos juntos
Ordenó Amber, tratando de mantenernos en fila.
—No queremos perdernos en este caos.
—Claro, Amber, pero ¿has visto eso?
Ezra señaló un enorme cartel que anunciaba un carnaval cercano. Las luces parpadeaban y la música llegaba hasta nosotros, prometiendo una noche llena de diversión.
—No, no vamos a...
Comenzó Amber, pero su voz se perdió cuando Rubí y Ezra ya habían comenzado a moverse hacia el carnaval, jalándome con ellos.
—¡Vamos, Amber!
Gritó Rubí por encima del hombro.
—¡Un poco de diversión no nos hará daño!
Amber suspiró, resignada, y nos siguió. El carnaval era un espectáculo de colores y sonidos. Había música, juegos y una variedad interminable de puestos de comida. Las luces brillaban en todas partes, creando un ambiente mágico que me hizo olvidar cualquier preocupación.
—Esto es increíble.
Exclamé, mis ojos brillando de emoción mientras trataba de decidir por dónde empezar.
—¿Te apetece algo de comer?
Preguntó Ezra, señalando un puesto de comida donde se cocinaban delicias que nunca había visto antes.
—¡Sí, por favor!
Respondí con entusiasmo, sintiendo cómo mi estómago gruñía ante la vista de la comida.
Nos acercamos al puesto y pedimos una variedad de comidas que no reconocía pero que olían deliciosas. Había frutas cubiertas de miel, carne asada en pinchos y dulces que chisporroteaban al morderlos. Cada bocado era una explosión de sabores que nunca antes había experimentado.
—Esto es lo mejor que he probado.
Hable con la boca llena, provocando una risa de Ezra.
—Sara, por favor, compórtate.
Habló Amber, aunque no pudo evitar sonreír ante mi entusiasmo.
Mientras caminábamos por el carnaval, Ezra me levantó sobre sus hombros para que pudiera ver mejor. Desde esa altura, todo se veía aún más espectacular. Las luces, los colores y la música se combinaban en una experiencia sensorial que me dejó sin aliento.
—¡Esto es increíble!
Grité, viendo las luces y las atracciones desde arriba, sintiendo la brisa en mi rostro.
—¿Te estás divirtiendo?
Preguntó Ezra, sonriendo.
—¡Muchísimo! Gracias, Ezra.
Pasamos por varios puestos de juegos, y Rubí, con su sarcasmo habitual, hizo comentarios que nos hicieron reír a todos. Ganamos algunos premios pequeños, y Ezra incluso ganó un enorme peluche que me entregó con una sonrisa.
—Para que recuerdes esta noche.
Habló en tono coqueto, guiñándome un ojo.
El tiempo pasó volando mientras disfrutábamos del carnaval. Vimos un espectáculo de fuegos artificiales que iluminó el cielo con colores brillantes, y bailamos al ritmo de la música que resonaba en el aire. Rubí, a pesar de su habitual sarcasmo, parecía estar pasándola bien también.
—No está tan mal después de todo.
Editado: 21.10.2024