La nueva luz

Capítulo 21 - Propuesta

El aire se sentía denso en el jardín. Aunque estaba rodeada de flores hermosas y un paisaje que parecía salido de un sueño, la presencia del rey Michael II lo llenaba todo con una sensación de amenaza. Zion, el príncipe, permanecía callado, sus ojos rojos seguían cada uno de mis movimientos, como si estuviera analizando cada parte de mi ser.

—Señorita Sara, debo decir que estoy impresionado —comenzó el rey, su voz gruesa resonando como un trueno a través del jardín—. Es raro que alguien con su… particular aura se atreva a caminar hasta aquí.

Me quedé en silencio, tratando de interpretar sus palabras. No quería mostrar inseguridad, pero algo en su tono me ponía los pelos de punta.

—No parece impresionada —continuó él, sonriendo de lado, pero no había calidez en esa sonrisa—. Quizá eso sea lo que me interesa de usted.

—¿Qué es lo que quiere, su majestad? —pregunté con cautela, manteniendo mi voz recta.

El rey dejó su taza de té sobre la mesa con un movimiento deliberado. Su mirada, penetrante como una espada, se clavó en la mía.

—Me gusta la gente que sabe ir al grano —dijo—. Muy bien, Sara. Te diré lo que quiero.

Hizo una pausa, como disfrutando de mi incomodidad. Zion seguía en silencio, aunque noté que sus ojos brillaban con algo que parecía… interés.

—En este reino oscuro, las alianzas lo son todo. Necesito personas útiles a mi lado, y tú, pequeña, tienes algo que incluso mis mejores consejeros no poseen. Tienes un aura que podría inclinar la balanza a mi favor.

Mi garganta se secó. No entendía completamente a qué se refería, pero no podía negar que sus palabras tenían un peso que me inquietaba.

—Lo que le ofrezco es sencillo: únete a mí. Deja a esos inútiles con los que viajas y conviértete en alguien importante aquí. Puedo garantizar tu seguridad, riquezas, e incluso libertad… Pero a cambio, me serás leal.

Sus palabras se deslizaron como veneno. La tentación estaba ahí, palpable, pero sabía que aceptar esa propuesta significaría traicionar todo por lo que habíamos luchado.

—¿Y si me niego? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

El rey Michael soltó una carcajada profunda y áspera.

—Siempre tan valiente, ¿no es así? Pero no te equivoques, Sara. No soy alguien que tolera las negativas.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Zion, sentado a su lado, permaneció impasible, aunque su mirada se volvió más intensa.

—Lo siento, su majestad —dije finalmente, esforzándome por mantener la calma—. No puedo aceptar su propuesta.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Los pájaros que revoloteaban entre las flores parecieron desaparecer, como si el mismo aire se hubiera congelado.

—¿Rechazas mi oferta? —dijo el rey, con un tono tan bajo que apenas lo escuché.

Asentí.

—Sí.

Michael golpeó la mesa con fuerza, rompiendo la porcelana de su taza en pedazos. Su expresión cambió drásticamente, mostrando una furia que no se molestó en ocultar.

—¡Fuera! —rugió, mirando a los guardias y a Aris—. ¡Todos, fuera de aquí!

Los soldados y Aris obedecieron rápidamente, aunque no sin mirarme con lástima. Zion fue el único que no se movió, pero tampoco dijo nada.

Cuando estuvimos solos, el rey se levantó lentamente de su asiento. Era enorme, y su presencia me hacía sentir diminuta.

—Te lo advertí, Sara. Nadie me dice que no.

Sin previo aviso, levantó su mano y una ráfaga de energía oscura se dirigió hacia mí. Intenté esquivarla, pero el impacto me lanzó hacia atrás, haciéndome chocar contra el suelo. Un dolor punzante se extendió por mi brazo izquierdo, y supe que estaba herido.

—¿Es esto lo mejor que tienes? —gruñó el rey mientras se acercaba lentamente—. Qué decepción.

Intenté ponerme de pie, pero otro ataque me golpeó en el costado, dejándome sin aliento. La voz en mi cabeza, esa que siempre me había guiado, estaba ausente. No había señales de ayuda, y el rey parecía dispuesto a acabar conmigo.

El tercer golpe me dejó inconsciente. Lo último que vi fue la figura imponente de Michael, mirándome desde arriba con desprecio.

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Abrí los ojos lentamente, sintiendo un dolor punzante en todo mi cuerpo. La habitación estaba oscura, y el aire era húmedo y pesado. Al intentar moverme, descubrí que estaba en una celda.

—Finalmente despiertas.

La voz me sobresaltó. Al girarme, vi a Zion sentado en el suelo frente a la celda, observándome con una expresión indescifrable.

—¿Tú? —murmuré, intentando sentarme.

Zion no respondió de inmediato. En lugar de eso, miró hacia las celdas cercanas. Siguiendo su mirada, vi a Amber y Rubí desmayadas en una celda a unos metros de la mía.

—¿Qué les hiciste? —pregunté con furia.

—Nada —respondió Zion con calma—. Ellas están bien… por ahora.

Fruncí el ceño, desconfiando de su actitud.

—¿Qué quieres?

Zion se acercó un poco más, apoyando sus brazos sobre sus rodillas.

—Hablar.

—¿Hablar de qué?

—De ti, de tu equipo… Y de mi padre.

Sus palabras me tomaron por sorpresa. No esperaba que mencionara al rey.

—¿Por qué? —pregunté, cautelosa.

Zion bajó la mirada por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Porque creo que estás en medio de algo mucho más grande de lo que imaginas —dijo finalmente—. Y porque… no estoy de acuerdo con todo lo que mi padre hace.

Me quedé en silencio, intentando descifrar sus intenciones. Zion no parecía alguien que hablara sin un propósito.

—¿Por qué me estás diciendo esto? —pregunté.

Zion suspiró.

—Porque veo potencial en ti, Sara. Potencial para cambiar cosas, incluso aquí. Mi padre puede ser poderoso, pero no es invencible.

—¿Quieres que te ayude a derrocarlo? —solté, incrédula.

Zion esbozó una leve sonrisa.

—Algo así. Pero primero, quiero saber si realmente tienes lo que se necesita para sobrevivir en este lugar.




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