El silencio era mi único compañero en la celda. El eco de mi propia respiración parecía llenar cada rincón del espacio oscuro, y el frío de las piedras bajo mis pies me recordaba constantemente dónde estaba. Zion había desaparecido hacía horas… o tal vez días. No lo sabía. Aquí, el tiempo carecía de sentido.
Cada intento de moverme era un recordatorio de lo vulnerable que estaba. Mi cuerpo dolía, como si cada hueso estuviera protestando contra el peso de mis fracasos. No había escapatoria, no había esperanza. Y sin embargo, algo dentro de mí, una chispa diminuta, se negaba a apagarse.
—Estúpido castillo… —murmuré, con la voz apenas un susurro que se perdió en la oscuridad—. Estúpido Zion… estúpida yo…
Me quedé en silencio, esperando que mi propio eco me respondiera, pero solo obtuve lo mismo de siempre: nada.
Apoyé mi cabeza contra la pared, cerrando los ojos, intentando encontrar un resquicio de calma. Pero algo era diferente. Un zumbido leve, apenas perceptible, comenzó a llenar mi mente. Al principio pensé que era mi imaginación, producto del hambre, el cansancio o el encierro. Pero el zumbido creció, convirtiéndose en una vibración constante que sentí más que escuché.
Y entonces, lo oí.
—¿Eso es todo? ¿Lamentarte? Qué decepción.
Mi corazón dio un vuelco. La voz no provenía de ningún lugar a mi alrededor; estaba en mi cabeza, clara como si alguien estuviera hablándome al oído. Me incorporé de golpe, mirando a mi alrededor como si esperara encontrar a alguien escondido en la oscuridad.
—¿Quién está ahí? —pregunté en voz alta, mi voz rota por el miedo y la confusión.
Una risa resonó en mi mente, burlona y cruel.
—Vaya, por fin reaccionas. Y yo pensando que habías perdido toda chispa.
—¿Quién eres? —dije, mi voz subiendo un tono. Mi cuerpo entero estaba tenso, esperando lo peor.
—¿Quién soy? —repitió la voz con un tono exageradamente dramático—. Oh, querida, la verdadera pregunta es: ¿por qué tardaste tanto en notar mi presencia?
Mi respiración se aceleró mientras la vibración en mi mente aumentaba. Antes de que pudiera responder, una luz cegadora llenó mi visión. Instintivamente cerré los ojos, pero el brillo traspasó mis párpados. Cuando finalmente los abrí, me di cuenta de que ya no estaba en la celda.
El lugar donde me encontraba ahora era un vacío inmenso, iluminado por una luz dorada y blanca que parecía emanar de todas partes. Miré a mi alrededor, perpleja, hasta que lo vi.
Frente a mí, emergiendo de la luz, estaba un león. Pero no era un león común. Su cuerpo parecía estar hecho de pura energía, un resplandor cálido que era tanto hermoso como inquietante. Su melena brillaba como el sol, y sus ojos, de un blanco intenso, parecían ver más allá de lo que yo podía comprender.
—¿Qué es esto? —susurré, incapaz de apartar la vista de la majestuosa figura.
El león ladeó la cabeza, y por un momento, me pareció que sonreía.
—Esto, pequeña, es tu mente. Bueno, una versión algo menos deprimente. Tu celda real es… francamente insoportable.
Dio un paso hacia mí, y la luz que emanaba de su cuerpo iluminó todo a su alrededor. Instintivamente retrocedí, pero tropecé con la nada y caí de rodillas.
—¿Qué eres? —logré preguntar, mi voz temblando.
El león soltó una carcajada baja, que retumbó en el vacío.
—Soy lo que siempre he sido, Sara. Una parte de ti que nunca quisiste aceptar. Llámame luz, destino, poder… lo que prefieras. Pero estoy aquí porque tú me necesitas.
—¿Necesitarte? —repliqué, con una mezcla de incredulidad y desconfianza—. ¿Por qué debería confiar en ti?
—No dije que debías confiar en mí. Dije que me necesitas. Hay una diferencia, ¿sabes?
Su tono burlón me irritó, pero la desesperación era más fuerte que mi orgullo.
—¿Qué quieres de mí? —pregunté, poniéndome de pie con esfuerzo.
El león comenzó a caminar en círculos a mi alrededor, su melena de luz brillando con cada paso.
—Un trato, querida. Te doy el poder que necesitas para salir de este agujero y salvar a tus amigos, y a cambio, tú me das algo que quiero.
—¿Y qué es eso?
—Un espacio en tu mente. Un pequeño rincón, nada más.
Fruncí el ceño, cruzando los brazos.
—¿Un espacio? ¿Para qué?
El león se detuvo frente a mí, inclinando la cabeza como si evaluara mi inteligencia.
—Para estar ahí, Sara. Para ayudarte… o empujarte, cuando sea necesario. Piénsalo como un mentor.
—Eso suena como manipulación.
—Qué palabra tan fea. Prefiero llamarlo "asociación estratégica".
Apreté los dientes, intentando mantener la calma.
—¿Y si digo que no?
El león se encogió de hombros, como si mi rechazo no le importara en lo más mínimo.
—Nada. Sigues atrapada aquí, tus amigos mueren, y yo me busco a alguien más interesante.
La frialdad de sus palabras me hizo estremecer. Sabía que estaba jugando conmigo, pero también sabía que tenía razón.
—¿Cómo sé que no me traicionarás?
El león sonrió, un gesto que parecía más una amenaza que un consuelo.
—No lo sabes. Pero, querida, ¿acaso tienes otra opción?
Las palabras golpearon mi mente como un martillo. No podía quedarme aquí. No podía dejar que Amber y Rubí enfrentaran esto solas. Pero aceptar su trato… era como invitar a un extraño a habitar mi mente.
—¿Qué pasa si no puedo controlar lo que hagas? —pregunté finalmente, mi voz apenas un susurro.
—Entonces, aprenderás a lidiar con ello. Pero, vamos, no te subestimes. Creo que lo harás bien.
El sarcasmo en su tono me irritó, pero no podía seguir dudando. Cerré los ojos, respirando profundamente.
—Está bien. Acepto.
El león se detuvo, mirándome fijamente.
—Buena elección. Ahora, prepárate. Esto podría doler un poco.
Antes de que pudiera responder, la luz que lo rodeaba se expandió, envolviéndome por completo. Sentí un calor abrasador atravesar mi cuerpo, como si mi mente estuviera siendo quemada y reconstruida al mismo tiempo. Quise gritar, pero no tenía voz.
Editado: 28.01.2025