La nueva niñera de Anya

Prólogo

Prólogo

Lucas

Las luces de casa están encendidas y eso nunca es un buen indicativo.

Son más de las 11 de la noche, a esta hora Anya ya debe estar en la cama. Si las luces están encendidas es porque Sugar, su anciana niñera, no ha logrado tal hazaña.

Suelto un suspiro, mirando al cielo. Dios, no debería ser tan difícil hacer que una niña de siete años se vaya a dormir, pero sabiendo cómo es mi hija, no puedo reprocharle nada a Sugar. La mujer es bastante mayor, la pobre no debería estar soportando a un niño inquieto a estas alturas de su vida. Sugar debería estar en su casa, durmiendo o viendo la TV. O ambas. En cambio, está aquí, cuidando de mi hija.

No tengo idea de qué ha pasado, pero creo que lo mejor será despedir a Sugar. Ella no es mala persona y sé que no cuida mal de Anya. Sin embargo, ya está bastante mayor para estar pendiente de una niña inquieta.

Sé que la mujer sigue cuidando de Anya para ayudarme, porque no hay otra persona en el pueblo que esté dispuesta a hacerlo. Pero no puedo permitir que Sugar se desgaste de esta forma.

No puedo seguir permitiendo tal cosa, la mujer necesita un descanso en su vejez.

Mis pisadas crujen en el camino de grava a medida que me acerco a la puerta. Agudizo el oído para tener una idea de lo que está pasando, pero no se oye nada desde dentro. Se me ponen los pelos de punta; es bien sabido que lo más peligroso cuando se tienen hijos es el silencio.

Cuadro los hombros y pido al cielo que todo se deba a que Anya está dormida y a que Sugar se le olvidó apagar las luces.

Subo las escaleras del porche y en dos pasos ya estoy en la puerta. Me tomo unos segundos de preparación y abro.

Agua.

Hay agua en todo el piso, con un poco de espuma flotando en la superficie, así como unos cuantos juguetes pequeños.

Anya inundó la casa.

La alfombra está empapada, el perro está trepado al sofá y me mira con desesperación, y Sugar duerme plácidamente en el sillón, con los pies alzados para su suerte. Se oye el agua correr y no tengo que hacer más que mirar hacia la cocina para detectar de dónde viene el agua.

El grifo del fregadero está abierto y el agua se desparrama por el borde. Corro hacia ese lugar y cierro la llave, destapando el desagüe, que tiene puesto el tapón.

Paseo la mirada sobre el lugar, preguntándome cómo rayos voy a limpiar todo esto.

En eso, un sonido proveniente de la escalera me alerta justo a tiempo para ver a Anya llegar a la planta baja y detenerse en el primer escalón al ver el agua. Luego de evaluar los daños, sus ojos me encuentran y me da una cara de circunstancias.

Definitivamente fue ella.

—Hola, papi.

—Anya —digo en voz baja—, ¿qué pasó aquí?

Ella sonríe, una sonrisa de disculpas.

—El piso de la cocina estaba sucio y Sugar estaba dormida —explica, alzando un dedo en el proceso—. Me dije: Anya, no puedes dejar que sea papá quien llegue a limpiar, alzo tú. —Hace un pausa para tomar aire—. Busqué el trapeador, pero no lo encontré por ningún lado, así que me dije: Si dejas caer un poco de agua al piso y luego lo limpias con una toalla, todo quedará limpio. —Me sujeto el tabique con los dedos índice y pulgar, escuchando su maravillosa historia—. Abrí el grifo, puse el tapón y un poco de jabón en el agua, y fui arriba a buscar una toalla. Aquí está. —La alza en su mano—. Pero no creí que toda la casa se fuera a llenar tan rápido.

Me repito una y otra vez que ella tenía buena intenciones, que no lo hizo para molestar, pero el hecho de tener que limpiar todo esto cuando tengo que levantarme con el sol mañana temprano, me pone de mal humor.

Respiro profundo y dejo ir el aire por la boca, calmando mi mal genio. Cuando mi molestia ha menguado, miro a Anya.

—Ve a lavarte los dientes y prepárate para dormir, mañana tienes que ir a la escuela temprano.

Ella me mira confundida, como si no pudiera creer que no estoy explotando por su mala acción. Es extraño, tiene razón, pero tampoco soy un ogro con poco seso. Esto no fue del todo su culpa, ella solo quería ayudar y no puedo castigarla por eso.

—¿No estás enojado, papi?

Su voz fina, la inclinación de la cabeza y su expresión de esperanza me dan un poco de pena. Ella estaba segura de que iba a darle el regaño de su vida y eso no está pasando. Al contrario, la estoy dejando ir sin ningún castigo.

No es algo que pase a menudo.

—No estoy enojado, pero estoy cansado y tengo muchas cosas qué hacer, así que ve a lavarte los dientes y métete en la cama —ordeno con voz suave, pero firme—. Iré en unos minutos a darte un beso de buenas noches.

Ella asiente, todavía sorprendida.

—Puedo ayudarte —sugiere, lo que acaba de ablandarme.

Es demasiado buena para hacer las cosas con mala intención, por ello no puedo ser tan duro con ella como debería. Tal vez por ello es que sigue siendo tan traviesa como siempre.

Es todo mi culpa.




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