—No puede ser cierto —se quejó Pansy, negando con vehemencia.
—No acostumbro bromear con cosas serias Pansy —le respondió Draco rodando los ojos por octava vez.
—Sería un incordio de ser verdad —masculló Blaise dejándose caer en el sofá a su lado.
Había estado caminando en círculos por la sala común mientras Draco relataba su horrorosa versión de una broma. No tendrían que extrañarse, cuando los reunió a Pansy y a él decidido a hablar, tuvo que haber sospechado que nada bueno podía venir cuando echó a todos los alumnos a sus respectivos cuartos para tener privacidad. Debió tener miedo en ese momento pero la intriga lo cegó. Ahora las palabras «amo a Potter, lo quiero para mí y ustedes me tienen que ayudar» pendían sobre ellos casi fantasmagóricamente demostrándole que nunca jamás en la vida debía confiarse y decir que ya lo había visto todo.
La guerra había dejado a todos en un estado un tanto... aturdido. Gente como Draco Malfoy lograron salvarse de Azkaban pero no podía decirse que salieron victoriosos; solo Merlín podía saber lo que era convivir con el Lord y ahora se daban cuenta que no era sólo la imposibilidad de estar a oscuras y su irracional fobia a que lo tocasen desde un ángulo en que no lo viese venir o sin ningún aviso; a esas secuelas parecía ahora tener que sumarse el estar enamorado de su peor enemigo. No lo podía culpar, el cuatro ojos estaba de buen ver. La edad y la puertad fueron generosas con el niño dorado, también podía reconocer que cuando lo veían reírse, a lo lejos, su risa casi podía obligar a la de uno a acompañarlo, pero no iba más allá. Su pelo era un completo e irremediable desastre. ¿Y su necesidad de juntarse con gente tan extraña y ridícula? Sus amistades era una simple muestra de eso ¿Weasley? ¿La Granger? Podía estar horas pensando y no sabría por dónde empezar con Lovegood.
Miró a Draco de costado cuando este siguió discutiendo la veracidad de sus palabras con Pansy, pasando de su comentario.
—Draco —se quejó frustrada.
—Pansy no me molestes. ¡Me gusta Harry Potter y no lo voy a seguir discutiendo! —le gritó lleno de rabia y sus ojos grises desprendían un aura de locura que la obligó a encogerse en su butaca.
Pansy miró a Blaise en busca de un poco de ayuda, pero su amigo pasaba de ella y su necesidad de hacer que Draco entrase en razón. Al parecer había aceptado sus palabras sin más y ahora que ella esperaba ayuda, no había. Que se jodieran, ella no podía aceptar eso.
La primera razón era su orgullo, antes de la mierda de guerra, Draco era para ella, siempre lo había sido, incluso cuando los rumores de una posible unión con Astoria surgieron ella sabía que Draco siempre la iba a elegir. Los siguientes motivos eran más evidentes, Potty declaró a favor de Draco en el juicio, es todo lo que podía decirse a su favor, nada más. No dio jamás una mínima muestra de ser homosexual más allá de la que los Slytherin lo supieran desde siempre. Ese gusto por las chicas —que de chicas y delicadas tenían tanto como ella— hablaba por sí solos, pero su estúpida fijación con Draco develaba el misterio. Si no aceptar su sexualidad no era suficiente incentivo para alejar a Draco del condenado elegido, su aparente relación con la sabandija Weasley lo era. La muy condenada había demostrado ser una maga hábil y Draco podía pasarla muy, muy mal si decidía sacarle a la abeja reina su precioso Potter.
—No le grites Draco —dijo Blaise calmado, mientras estiraba la mano para que Draco la viera antes de apoyarla en su hombro.
Un retorcijón le dio vuelta al estómago al ver la pobre excusa en que se había convertido Draco. Claro qué si te atrevieras a tocarlo sin que se lo esperase, te arriesgabas bajo tu propio criterio. Le había tomado a toda su casa una sola Cruciatus entender que no era mentira que el estrés que habitaba en el cuerpo de su amigo no era algo con lo que jugar. Había aprendido a fingir muy bien, pero podía escucharlo gemir y gritar en sueños, rogando para que el Señor Tenebroso dejara de torturarlo y ese fue el recuerdo que la obligó a aceptar ayudar a Draco a conseguir a Potter. Si tenía que mantenerlo a su lado bajo el Imperius, que así sea. Nadie se merecía la miseria de no poder vivir tranquilo ni en sus sueños.
—Dejen de molestar con lo mismo —se quejó fastidiado
—Ya, bien —dijo con una ceja arqueada—. ¿Qué necesitas de nosotros?
Draco dejó que su sonrisa le cubriera el rostro. Tanto Blaise como ella tuvieron miedo. Nada bueno salía de esa sonrisa y eso era algo que habían aprendido con el tiempo.
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Editado: 05.02.2021