La Obsesión Del Diablo

El Sabor de la Ceniza

La mañana siguiente, el sol que entraba por los ventanales del ático de Demon parecía más brillante. Bella se sentía... ligera. Por primera vez desde su caída, no se había despertado con una bola de angustia en el estómago, sino con una chispa de expectación. La venganza era un plato que, servido frío, resultaba ser delicioso.

Mientras tomaba café con Demon en un silencio cargado de la energía de la noche anterior, el teléfono de él vibró sobre la mesa de mármol. Era un mensaje de Lena.

Demon lo leyó y una sonrisa casi imperceptible, pero innegablemente satisfecha, curvó sus labios. Deslizó el teléfono sobre la mesa hacia Bella.

El mensaje era un enlace a un vídeo. La fuente era una cámara de seguridad de un pasillo de Vero, claramente obtenida por Kael. La calidad era granulada, pero la escena era inconfundible.

Isabella, con el rostro desencajado por la furia, estaba gritándole a un subordinado. Su cabello rubio, normalmente impecable, estaba desordenado, y sus gestos eran salvajes. Aunque no había audio, se podía leer la desesperación en su lenguaje corporal. El titular del mensaje de Lena decía: "Isabella Lombardi ha sido informada de la cancelación del pedido de telas. Reacción inicial."

—Parece que alguien está teniendo una mala mañana —dijo Demon, su voz un murmullo grave mientras tomaba un sorbo de su café, sus ojos negros fijos en Bella, observando su reacción.

Bella observó la silenciosa rabieta de su hermanastra. No sintió la oleada de triunfo que esperaba. En su lugar, sintió una calma fría y distante. Era la satisfacción de un estratega viendo cómo su plan se desarrollaba a la perfección.

—Este es solo el principio —susurró Bella, devolviéndole el teléfono.

—Lo es —convino Demon. Su mano cubrió la de ella sobre la mesa, un gesto que fue a la vez una felicitación y una toma de posesión. Su pulgar rozó el dorso de la mano de Bella, un contacto fugaz que envió una descarga eléctrica por su brazo—. Y lo estás haciendo excepcionalmente bien.

Bella retiró la mano, no por rechazo, sino por un instinto de autoprotección contra la intensidad de su mirada. —Solo estoy haciendo lo que dice nuestro contrato.

—Nuestro contrato no especificaba que debías ser brillante en ello —replicó él, y por un segundo, Bella vio un atisbo de genuina admiración en sus ojos oscuros.

La desesperación, sin embargo, convirtió a Isabella en un animal acorralado. Esa misma tarde, cometió su primer gran error. Utilizando a su ahora inútil novio como intermediario, filtró a un tabloide de segunda fila una historia inventada sobre Demon Gardner, acusándolo de prácticas empresariales depredadoras y de "atrapar" a la vulnerable Bella en un compromiso forzado para robar los secretos de Vero.

La noticia llegó a la sala de guerra mientras Bella y el equipo planificaban su siguiente movimiento.

—Es patético —dijo Lena con desdén—. El tabloide apenas tiene credibilidad. Nadie se lo tomará en serio.

—No subestimes a una víbora, por muy patética que sea —intervino Rhys—. El barro, aunque no mate, mancha.

Bella miró la pantalla donde se mostraba el artículo, con una foto suya de paparazzi, claramente tomada ese mismo día, saliendo del edificio Gardner. Se sintió expuesta, violada.

—Quieren pintarme como una tonta indefensa y a él como un monstruo —dijo en voz baja.

Antes de que nadie pudiera responder, Demon, que había estado observando en silencio, se levantó.

—Rhys, quiero el nombre del fotógrafo y del periodista. Y quiero saber quién pagó. Lena, prepara una demanda por difamación que los deje en la ruina. Pero no la presentes todavía. —Se giró hacia Bella, su rostro una máscara de furia helada—. Vamos.

—¿A dónde? —preguntó Bella, sorprendida.

—Vamos a darles a los tabloides lo que quieren. Una foto.

No le dio tiempo a reaccionar. La tomó de la mano, su agarre firme e inflexible, y la sacó de la sala de guerra, dejando a su equipo en un silencio atónito. La condujo al ascensor y bajaron al vestíbulo principal del edificio, un espacio cavernoso de mármol y cristal.

—Demon, ¿qué estás haciendo? —preguntó Bella, nerviosa al ver a la gente girarse para mirarlos.

—Cambiando la narrativa —respondió él, su voz baja y resonante.

Justo cuando llegaban a las puertas giratorias que daban a la calle, Demon se detuvo. Se giró hacia ella, colocando sus manos a ambos lados de su rostro. Su mirada era tan intensa que Bella sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía.

—Confía en mí —susurró.

Y entonces, la besó.

No fue un beso tierno. Fue un beso de posesión, de desafío. Un acto público y deliberado de reclamación. Sus labios eran firmes y exigentes, un beso que no dejaba lugar a dudas sobre quién estaba al mando. Bella se quedó paralizada por la sorpresa, pero solo por un instante. Luego, impulsada por una mezcla de rabia contra Isabella y una abrumadora atracción por el hombre que la estaba besando, le devolvió el beso. Le rodeó el cuello con los brazos, respondiendo a su fuego con el suyo propio.

Los flashes de las cámaras explotaron a su alrededor. Los paparazzi, sin duda alertados por el equipo de Demon, habían aparecido como por arte de magia.

El beso duró solo unos segundos, pero pareció una eternidad. Cuando Demon finalmente se apartó, sus frentes quedaron apoyadas la una en la otra. El caos de los flashes y los gritos de los fotógrafos los envolvía, pero en ese pequeño espacio entre ellos, solo había silencio.

—Ahora —dijo Demon, su aliento cálido contra los labios de Bella, sus ojos negros ardiendo con triunfo—, la historia no es que un monstruo atrapa a una víctima. La historia es que el rey ha reclamado a su reina. Y que ambos están listos para la guerra.

La guio a través de la tormenta de flashes hasta el sedán negro que los esperaba, dejándola en el coche con el corazón desbocado y el sabor de su beso todavía en los labios. El pacto se había vuelto peligrosamente, irrevocablemente personal.




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