Capítulo 2: Bajo las Luces del Club
Los clubes no eran lo mío. Las luces parpadeantes, la música ensordecedora y el olor a alcohol mezclado con perfume barato se me hacían insoportables, pero el negocio era el negocio. Y si cerrar un trato con socios significaba soportar unas cuantas horas en este tipo de lugares, estaba dispuesto a aguantarlo… aunque fuera con disgusto.
Mis socios estaban absortos en la conversación, hablando de inversiones, de cifras y de expansión; sin embargo, mi atención comenzó a dispersarse. Fue algo instintivo, una chispa que encendió algo en mí sin previo aviso. Al girar la cabeza hacia el escenario, mis ojos se detuvieron en una figura que parecía resplandecer bajo la luz tenue y cambiante.
Allí, en el centro del escenario, había una mujer moviéndose con una elegancia que contrastaba con el ambiente. No era la típica bailarina del club. Cada paso que daba, cada movimiento de sus caderas y de sus brazos, parecía llevar un mensaje, una intensidad que me resultaba casi imposible ignorar. No podía verle el rostro completamente, apenas una sombra misteriosa, pues las luces la envolvían en un halo que la volvía inalcanzable, pero sus gestos y el aura que desprendía eran suficientes para hipnotizarme. Era como si su presencia llenara cada rincón, como si reclamara el espacio, dominándolo todo sin esfuerzo.
Mis compañeros seguían hablando, pero sus palabras se desvanecían en el fondo, lejos de mi atención. Me crucé de brazos, mirándola fijamente. Era extraño, yo no era alguien que perdiera el control o la concentración por algo tan trivial, mucho menos por una mujer. Pero ahí estaba, con la mirada fija en aquella figura que danzaba, como si el escenario fuese su reino y cada paso suyo dictara las leyes.
Noté cómo el tiempo se ralentizaba mientras mis ojos recorrían sus movimientos. Era esbelta, fuerte, y sus músculos parecían tensarse y relajarse al ritmo de la música. Sin embargo, había algo en su forma de moverse, en la delicadeza y la precisión de sus gestos, que me transmitía algo más que simple sensualidad. Era como si estuviera contando una historia, una historia de lucha, de desafío, de fuerza contenida. Era poderosa, y yo podía sentir esa fuerza en cada paso que daba.
—Señor De la Vega, ¿me escuchó? —La voz de uno de mis socios me devolvió de golpe a la realidad.
Parpadeé y aparté la vista del escenario con esfuerzo, tratando de recordar qué era lo que estábamos discutiendo. Asentí de forma automática, intentando que no se notara mi distracción.
—Sí, claro. Continúe —respondí con frialdad, pero mi mirada regresó una vez más al escenario, incapaz de evitarlo.
La música cambió, volviéndose más lenta y melancólica, y ella se movió con una gracia que me dejó atónito. La bailarina alzó los brazos, extendiéndolos en una pose que parecía desafiar al mundo, y en ese momento, sentí algo que hacía mucho no sentía: una atracción cruda e instantánea. No era solo deseo, sino algo más oscuro y profundo, una curiosidad insaciable, una necesidad de descubrir quién era esa mujer que me estaba atrapando sin siquiera mirarme.
No pude evitar preguntarme cómo sería su rostro. ¿Sería tan intenso y fuerte como sus movimientos? Había algo en ella que me hablaba de sacrificio, de una vida difícil, y de una voluntad que no se dejaba quebrar. No era solo una simple bailarina, de eso estaba seguro. Y, sin saber por qué, me sentí impulsado a saber más, a desentrañar cada capa que ocultaba esa fachada misteriosa.
—Disculpen un momento —dije abruptamente, levantándome de la mesa y caminando hacia el borde de la pista, ignorando las miradas sorprendidas de mis socios.
Desde allí, me acerqué un poco más, intentando captar cada detalle de su figura, su postura, el modo en que sus piernas y brazos se movían con una precisión exquisita. Todo en ella me hablaba de alguien con fuerza y determinación, alguien que, al igual que yo, parecía estar aquí por algo más que simple diversión.
La música terminó y ella hizo una última pose, inmóvil bajo la luz, con el rostro parcialmente cubierto por su cabello oscuro y el brillo de su sudor en la piel, dándole un aspecto casi etéreo. Las luces se apagaron de golpe, dejándome a oscuras y con una punzada de frustración. La atmósfera se rompió, y el lugar volvió a sumergirse en el ruido de la música alta y las risas.
Sin embargo, yo seguía ahí, inmóvil, sintiendo la adrenalina latir en mis venas. Aquella mujer… había dejado una marca en mí, una marca profunda y casi insoportable...
Editado: 16.11.2024