Capítulo 4: Entre Café y Tentación
Desde el incidente del café, había algo que no podía sacudirme. Aún cuando mi vida en la cafetería seguía como siempre, sentía una presencia que interrumpía mi rutina. Cada mañana, como si de un ritual se tratase, Leonardo aparecía en la puerta, con ese andar decidido y esa mirada impenetrable que parecía examinar cada detalle a su alrededor… y, últimamente, cada detalle mío.
La primera vez pensé que sería una coincidencia; tal vez su oficina estaba cerca o había encontrado en esta cafetería un lugar tranquilo donde desconectar de su mundo de lujos. Pero después de tres días seguidos de verlo entrar por la misma puerta, pedir el mismo espresso doble y mirarme con la misma intensidad, empecé a darme cuenta de que no era casualidad.
Al principio, trataba de ignorarlo. Hacer mi trabajo como si él no estuviera ahí, evitando el contacto visual y enfocándome en atender al resto de los clientes. Pero Leonardo tenía un don para llamar la atención sin decir ni una sola palabra. Su mera presencia era imponente, y notaba cómo algunas de las clientas lo miraban de reojo, intrigadas por el misterio de aquel hombre de traje perfecto y expresión seria. Pero él no parecía fijarse en nadie más. Era como si sus ojos no dejaran de buscarme a través del mostrador.
Un día, cuando menos lo esperaba, se acercó a la barra en lugar de sentarse en su mesa habitual al fondo. La distancia entre nosotros se redujo, y por primera vez desde el accidente del café, me miró directamente, sin dejar un ápice de su intensidad.
—Un espresso doble… Aurora, ¿verdad? —dijo, pronunciando mi nombre con una familiaridad que me hizo estremecer.
—Veo que tiene buena memoria —respondí, alzando una ceja, sorprendida de que se hubiera molestado en recordar mi nombre.
Él me miró sin pestañear, sus ojos oscuros sosteniendo mi mirada, desafiantes. Por un instante, me pareció ver una chispa en su expresión, una mezcla de atracción y curiosidad, algo que lo confundía tanto como a mí.
—Digamos que no suelo olvidar las cosas… o las personas que llaman mi atención —respondió, sus palabras cargadas de una intensidad que me obligó a respirar hondo.
No podía permitir que me intimidara. Sentía su intento de dominar la situación, de hacerme sentir vulnerable bajo esa mirada profunda y posesiva, pero no iba a dejar que lo lograra. Le preparé su espresso sin prisa, manteniendo la compostura, mientras él me observaba como si esperara una reacción que yo me negaba a darle.
—Aquí tiene, señor "memoria perfecta" —le dije, entregándole la taza sin apartar mis ojos de los suyos.
Él sonrió apenas, un gesto minúsculo que parecía fuera de lugar en su rostro serio. Tomó el café y dio un sorbo, sin despegarse de la barra. Estaba claro que no tenía intención de irse tan rápido, lo cual me ponía en una situación incómoda. El silencio entre nosotros era espeso, cargado de algo que no sabía si me gustaba o me incomodaba.
—¿Siempre trabajas en las mañanas? —preguntó de repente, su tono tranquilo pero cargado de curiosidad.
Esa pregunta me alertó. Sabía que era un intento de acercarse, de entender más sobre mí. Pero yo tenía mis límites, y no iba a dejar que alguien como él, por más atractivo y poderoso que fuera, se entrometiera en mi vida tan fácilmente.
—Trabajo cuando hace falta, como cualquiera que tenga que pagar las cuentas —contesté con un toque de ironía, esperando que comprendiera que no le iba a dar acceso a mis horarios o a mi vida.
Leonardo no pareció inmutarse. Al contrario, mis respuestas secas parecían intrigarlo más, y podía ver en su mirada algo oscuro y retador, como si lo excitara el hecho de que yo no me doblegara a su control. Algo en sus ojos me decía que estaba acostumbrado a tener lo que quería, y quizá por eso le frustraba mi resistencia.
—Curioso… porque no pareces del tipo que trabaja en una cafetería —soltó, inclinándose levemente hacia mí, como si buscara una confesión.
Me forcé a mantener la calma. Si tan solo supiera que en las noches yo era otra persona, que bajo el nombre de Jade, bailaba en un club para poder saldar la deuda que mi hermana había dejado con gente peligrosa… Pero él no tenía idea, y no iba a dársela.
—Bueno, no siempre las cosas son lo que parecen —respondí, con una sonrisa desafiante que noté lo desconcertó.
Leonardo frunció el ceño, pero no dijo nada más. En lugar de eso, me miró una última vez con esa mezcla de atracción y frustración antes de girarse y caminar hacia la salida. Respiré hondo, sintiendo cómo el aire regresaba a mis pulmones cuando él cruzó la puerta, pero una parte de mí sabía que esto no había terminado. Su insistencia, sus visitas, su atención constante… todo me decía que Leonardo no estaba acostumbrado a perder.
Y así, al día siguiente, él regresó, y luego el siguiente también. Sus visitas se volvieron una constante en mi rutina, una intrusión que, aunque irritante, también tenía un extraño efecto en mí. Había algo en su presencia que me atraía tanto como me enfurecía.
A veces, mientras limpiaba la barra o tomaba un pedido, lo sentía observarme desde su lugar, y en esos momentos sus ojos me decían que quería acercarse más, que le frustraba el misterio que representaba para él. Pero yo no se lo iba a poner fácil. Después de todo, en esta extraña danza que habíamos comenzado, yo también tenía algo de control, y eso me daba una satisfacción inesperada.
Tal vez no entendía por qué este hombre, con su mundo de lujos y su mirada fría, había empezado a invadir mi espacio. Pero algo me decía que Leonardo y yo estábamos atrapados en una espiral de atracción y desafío de la que ninguno de los dos sabría cómo salir...
Editado: 23.11.2024