Capítulo 5: Confesiones Inoportunas
El sonido de la campana de la puerta me sacó de mis pensamientos mientras limpiaba las mesas. Había sido una mañana tranquila en la cafetería, lo cual agradecía después de otra noche agotadora en el club. Levanté la vista esperando ver a un cliente cualquiera, pero ahí estaba él, Leonardo, con su impecable traje negro y su aura de autoridad que parecía llenar todo el espacio a su alrededor.
Solo que esta vez no estaba solo. A su lado, agarrado de su mano, había un niño de unos siete u ocho años, con el cabello castaño desordenado y una sonrisa traviesa que contrastaba con la seriedad de su tío. El pequeño llevaba una mochila de superhéroes y me miraba con la curiosidad típica de los niños, mientras Leonardo parecía más rígido que nunca.
No pude evitar arquear una ceja. ¿Ahora traía compañía? Esto era nuevo.
—¿Una reunión familiar en mi cafetería? —pregunté, con un tono ligeramente burlón, mientras me acercaba a la barra.
—Es mi sobrino, Mateo —respondió Leonardo con sequedad, como si quisiera dejar claro que no estaba allí para pasar el rato.
Mateo, sin embargo, no compartía el carácter frío de su tío. En cuanto escuchó su nombre, levantó la mano y me saludó con entusiasmo.
—¡Hola! ¿Eres la chica del café? —preguntó, sonriendo de oreja a oreja.
—Algo así —respondí, divertida por su energía. Me agaché un poco para estar a su altura—. ¿Y tú qué haces aquí con este hombre tan serio?
Mateo soltó una risita y se inclinó hacia mí como si fuera a contarme un secreto.
—Tío Leo dijo que teníamos que venir aquí porque el café es bueno… pero yo creo que le gustas tú —susurró, aunque lo suficientemente alto como para que Leonardo lo escuchara.
Mi sorpresa fue instantánea, pero se desvaneció en una carcajada que no pude contener. El niño me miraba con ojos brillantes, completamente ajeno al hecho de que acababa de arrojar a su tío debajo del autobús.
Leonardo, por otro lado, estaba rígido como una estatua. Pude ver cómo la línea de su mandíbula se tensaba mientras sus mejillas tomaban un leve color carmesí. ¿Leonardo De la Vega, el magnate impasible, ruborizado? Era una visión que jamás pensé presenciar.
—¿Es eso cierto, señor "memoria perfecta"? —pregunté, entre risas, mientras me cruzaba de brazos.
Él me lanzó una mirada asesina, pero en lugar de responderme, se inclinó hacia Mateo con una expresión que mezclaba exasperación y vergüenza.
—Mateo, ¿por qué no eliges algo del mostrador mientras hablo con la señorita? —dijo, su tono tenso pero controlado.
Mateo no parecía entender la incomodidad de su tío, pero obedeció con entusiasmo, corriendo hacia el mostrador para inspeccionar los postres.
Cuando nos quedamos solos, Leonardo se volvió hacia mí, su expresión una mezcla de enojo y frustración.
—¿Es gracioso para ti? —espetó, su voz baja pero cargada de irritación.
—Un poco, sí —admití, tratando de contener otra risa—. No todos los días un niño adorable revela los secretos de un magnate impenetrable.
—No era un secreto. Fue… una interpretación equivocada de un niño —dijo, con ese tono de autoridad que parecía usar para poner fin a las discusiones.
—Claro, lo que tú digas —respondí, sin molestia alguna por su actitud. La situación era demasiado buena como para dejarla pasar sin un poco de diversión—. Pero, por si acaso, espero que el café sea lo único que te guste aquí.
Leonardo me miró con esos ojos oscuros que parecían desentrañar todo lo que yo era. Durante un segundo, pensé que iba a soltar alguna respuesta mordaz, pero en lugar de eso, respiró hondo, como si intentara recuperar el control de la situación.
—Eres increíblemente insolente, ¿lo sabes? —dijo al final, su tono más bajo, casi como si hablara consigo mismo.
—¿Y tú increíblemente controlador, verdad? —respondí, disfrutando del pequeño tira y afloja.
Mateo regresó en ese momento, con un cupcake en la mano y una sonrisa que iluminaba todo su rostro.
—¿Podemos venir más seguido, tío Leo? Me gusta esta cafetería —dijo, completamente ajeno a la tensión que flotaba entre nosotros.
Leonardo le dio una palmadita en la cabeza, pero no apartó la mirada de mí.
—Veremos, Mateo. Todo depende de cómo se comporten aquí —dijo, con una sutil advertencia en su tono que no pasó desapercibida para mí.
Mientras se iban, no pude evitar sonreír para mis adentros. Leonardo estaba acostumbrado a tener el control, pero algo me decía que conmigo no lo iba a tener tan fácil. Y, por alguna razón, eso me daba más satisfacción de la que estaba dispuesta a admitir.
Editado: 23.11.2024