El juego de poder
La noche se sentía más pesada que de costumbre. Había una calma forzada en la mansión, como si el aire mismo contuviera la respiración. Leonardo estaba diferente, más silencioso, más sombrío. Desde que recibió aquella llamada esa tarde, no había vuelto a mirarme igual.
Yo lo notaba todo.
El modo en que apretaba los puños cuando pensaba. La forma en que su voz se volvía más baja, casi un susurro helado cuando hablaba con alguien por teléfono. Ese alguien era Enzo Moretti. Y yo lo sabía, aunque él no lo dijera.
Me acerqué al ventanal donde la lluvia golpeaba el cristal. La mansión, con su grandeza silenciosa y sus pasillos interminables, me recordaba que seguía atrapada. Leonardo decía que me mantenía “a salvo”, pero la verdad era que me había cambiado de una jaula a otra, más lujosa, más dorada… y más peligrosa.
Cuando lo escuché entrar en el salón, supe que algo estaba por suceder.
El sonido de sus pasos era distinto, más firme, más medido. Lo seguía otra presencia. Una que hizo que mi piel se erizara incluso antes de verlo.
—Meredith… —dijo Leonardo, su voz profunda y contenida—. Tenemos visita.
Giré lentamente.
El hombre que lo acompañaba tenía una sonrisa que no llegaba a los ojos. Traje negro, reloj caro, mirada afilada. Enzo Moretti. Su nombre era suficiente para hacer temblar a cualquiera en mi mundo… y ahora estaba frente a mí, de pie en el salón de Leonardo, como si perteneciera allí.
—Así que tú eres la razón por la que nuestro amigo se está distrayendo de los negocios —dijo Enzo, mirándome con descaro, como si quisiera leer mi miedo.
—No tienes por qué hablarle —respondió Leonardo, su tono tan frío que podría haber congelado el aire entre ellos.
—Tranquilo, De la Vega —replicó Enzo con una sonrisa cargada de veneno—. Solo estoy conociendo a la mujer que te está haciendo perder la cabeza.
Leonardo avanzó un paso. No gritó, no lo amenazó. Pero la energía en su cuerpo era pura tensión. Su mirada oscura no dejaba espacio para el juego.
—Dime qué quieres, Moretti.
Enzo se giró lentamente, con ese aire de quien disfruta controlando la situación.
—Negocios, Leonardo. Siempre negocios. —Sus ojos se desviaron hacia mí de nuevo—. Aunque admito que tus “negocios” se han vuelto más interesantes últimamente.
Sentí el impulso de irme, de salir de ese salón antes de que algo explotara. Pero no pude moverme. Era como presenciar un duelo invisible, un choque de titanes donde las palabras eran armas.
—Meredith no tiene nada que ver contigo —dijo Leonardo, firme.
—Oh, claro que sí —replicó Enzo, ladeando la cabeza con una sonrisa que helaba la sangre—. Su hermana me debe mucho dinero. Y cuando alguien me debe… todo me pertenece. Hasta lo que ama.
Sus palabras fueron como un golpe directo al pecho.
Leonardo dio un paso más. En ese instante, su control se quebró.
—Si la tocas… te destruyo.
El tono fue tan bajo, tan cargado de peligro, que incluso Enzo pareció disfrutarlo.
—Ahí está —susurró—. El verdadero De la Vega. El que es capaz de todo cuando algo le importa.
Enzo se acercó a la puerta, satisfecho. Antes de irse, me miró una última vez.
—Cuídala, Leonardo. Aunque todos sabemos que los hombres como tú no protegen… poseen.
Cuando se fue, el silencio que quedó fue peor que su presencia.
Leonardo se quedó quieto, mirando el suelo como si tratara de contener una tormenta. Yo apenas respiraba. Podía sentir el fuego bajo su piel, la furia, la impotencia. Me acerqué despacio, sin saber si era buena idea tocarlo.
—¿Por qué vino? —pregunté con voz baja.
—Porque quiere recordarme que tiene poder —respondió, sin mirarme—. Y porque sabe que tú eres mi punto débil.
Su confesión me heló.
Él, el hombre que todo lo controla, acababa de admitir que yo era su debilidad.
—No puedes involucrarte más —le dije, con la voz temblando—. No sabes en qué te estás metiendo. Enzo no es un hombre al que se le gane con dinero o amenazas.
—No me importa.
—Pues debería —dije, dando un paso hacia él—. Porque meterte en mi vida puede costarte caro. No soy una mujer que pueda ser salvada, Leonardo. No soy una historia con final feliz.
Por un momento, pensé que se alejaría. Que su orgullo y su frialdad lo harían retroceder. Pero no.
Me tomó de la muñeca y me atrajo hacia él con fuerza controlada. Su respiración estaba agitada, su mirada encendida, una mezcla de rabia y deseo contenida.
—¿Y tú crees que me importa el final? —susurró—. No sé en qué momento empezaste a importarme tanto, Meredith. Pero ya es tarde.
El contacto fue inevitable.
Su boca rozó la mía, y el mundo se desmoronó. Fue un beso breve, pero devastador. No hubo dulzura, solo necesidad, fuego y advertencia. Un choque de dos almas heridas intentando quemar lo que las consume.
Cuando se apartó, ambos estábamos respirando con dificultad.
—No vuelvas a hacer eso —dije, aunque mi voz traicionó el temblor que me recorría.
—No vuelvas a mirarme así —respondió él, con los ojos clavados en los míos—. Porque no sé si la próxima vez voy a poder detenerme.
Nos quedamos en silencio. Afuera, la lluvia volvía a golpear los cristales, como si el mundo intentara ahogar lo que acababa de nacer entre nosotros. Algo peligroso, intenso… y real.
Leonardo se giró y se alejó hacia el despacho, su figura perdiéndose entre las sombras de la mansión.
Yo me quedé allí, con los labios aún temblando y el corazón hecho un caos.
Por primera vez, comprendí que no solo estaba huyendo de Enzo Moretti.
También estaba huyendo de él… de Leonardo De la Vega.
Y no estaba segura de cuál de los dos me asustaba más.
Editado: 09.11.2025