Capítulo 5: Mis entrañas estaban perforadas.
—Cálmate, mamá —pidió el obstetra.
¿Mamá?, ¿me llamó, mamá? Me quedé confundida por un instante. ¡Cierto, era la mamá de la criatura que llevaba dentro! Lo más importante para mí era conservar a mi hijo y que el embarazo llegara a su término felizmente, pero esta era una prueba que tenía que pasar a juro.
—¿Lo ves?
Me señaló algo en la pantalla. Achiqué los ojos tratando de definir la imagen confusa, con colores como de una película antigua.
—Ese de ahí, es tu bebé—, aseguró; yo, por mi parte, escudriñaba con atención el monitor, tratando de entender la imagen sin mucho éxito, hasta que le encontré pies y cabeza, ¡literal! Me emocioné hasta lo indecible.
—¡Tiene forma humana! —afirmé, llorando de felicidad.
—¡Claro!, es una criatura humana —rió el doctor comprensivo.
Quizás para él la exclamación era absurda, pero para mí tenía mucho sentido. De verdad esperé que se vieran alas y cuernos también. De repente, una duda me asaltó y opacó mi alegría. Me quedé sin respiración. ¿El padre era Nefilim o Owen? Quizás más adelante le salieran las otras partes que aún no tenía, apenas se estaba empezando a formar, pensé esperanzada.
—Tienes 17 semanas de gestación —confirmó el médico. La voz masculina, me sacó de mis cavilaciones.
Respiré con alivio porque no ocurrió ningún percance qué lamentar; aunque mi mente se quedó en conflicto por la duda que se sembró, al no poder estar segura de quién era su verdadero padre. ¿Sería el hijo de un humano o de un demonio? Por mi parte siempre quise que fuera de Nefilim, fue el primero que amé y el que con más profundidad me dolía su ausencia.
Todo terminó y salimos del lugar luego de despedirnos del médico. El especialista me orientó las consultas de seguimiento, sin embargo buscaría el modo para no regresar. No porque él me haya espantado por algún comportamiento inapropiado, ¡claro que no!, fue muy correcto y atento, me trató muy bien como buen profesional que era; pero tenía miedo de que pudiera notar, más adelante, algo raro con el embarazo.
—¿En qué piensas, cariño? —interrogó mi madre. Ella quería saber hasta mis pensamientos. Últimamente estaba insoportable y yo que tenía humor de perro rabioso, echábamos chispas juntas.
—Déjame en la empresa, tengo cosas que hacer.
No me tomé la molestia de contestar a su pregunta.
—No tienes porqué trabajar, eres la dueña —refutó y aunque no fue con ínfulas de grandeza o superioridad, de igual forma me molestó.
—Eso no significa que me convierta en una perezosa. Owen era su dueño y siempre trabajó.
Mencionarlo me dolió.
—No es lo que quise decir, estás embarazada, debes cuidarte —aclaró y aunque la comprendí de igual manera no iba a ceder.
—¡Y lo haré! —exclamé alterada.
¡Claro que lo haría!, cómo podía ponerlo en duda. Mi pequeño era mi prioridad, no obstante podía seguir trabajando mientras mi barriga no se notara, además la mansión me estresaba. Estar encerrada desde tan temprano no sería nada bueno para mí, ni para la criatura que se gestaba en mi interior, sabía que allá solo me deprimiría más. Nadie en la empresa sabía quién era el nuevo dueño de ese lugar y pretendía que siguiera en el anonimato, no quería ser objeto de los paparazzi o la prensa amarillista. Le había pedido al señor Moore y a mi abogado que mantuvieran mi secreto bien guardado.
—Miren quién llegó, la chica modelo. No falta aunque venga en muletas —ironizó Karla. Ella me tenía cansada. Se metía conmigo cada vez que podía.
—Hola, Karla —. No estaba de ánimos para seguir con su juego.
Puso los ojos en blanco. Era una pesada y no me refería a su peso precisamente. Ocupé mi puesto y la ignoré, no comprendía por qué razón seguía aquí si Owen no estaba.
Al día siguiente cuando nos volvimos a ver, no pude evitar soltar la pregunta que rondaba por mi mente.
—Karla, ¿por qué regresaste?, Owen se fue y no volverá.
—¿Tú que sabes? —me enfrentó altanera.
Lo sabía mejor que nadie, sin embargo no quería entrar en detalles personales. Me daba igual su opinión, mi vida ya estaba más que complicada para andar por ahí prestándole atención a personas engreídas y necias.
—Su padre me lo dijo personalmente —respondí, eludiendo la verdadera razón de mi seguridad. Entre menos supiera ella de cuán íntimos fuimos Owen y yo, era mejor para las dos.
Su expresión se entristeció y sentí compasión.
—La esperanza es lo último que se pierde —expresó reflexiva. Me extrañó su actitud inesperada.
—Eres muy joven y hermosa, no pierdas más el tiempo con alguien que no te amará, tú le recuerdas a su madre. Es imposible que te vea como mujer.
Le conté lo que Owen me había dicho una vez, no pretendía herirla con mis palabras, quería lograr que entrara en razón. Me daba lástima ver cómo esa chica sufría por él.
—Sé que no se fijará en mí y con eso que me acabas de contar me queda claro que no puedo esperar nada..., pero esto que siento está más allá de mi control —expresó afligida.
—Lo siento, entiendo muy bien cómo te sientes —. «También sufro por él», sin embargo esa parte no se la pude decir.
Después de esa conversación no volvió a ser desagradable conmigo y nos volvimos a acercar poco a poco y con más sinceridad. Noté que había madurado algo y continuó trabajando porque le gustaba, no por esperar la atención de un hombre sino por su bienestar personal. Su fuerza de voluntad me animó a superar mi dolor por la ausencia de Nefilim y Owen; aunque, para ser honesta, me estaba matando no tener ninguna noticia de ninguno de ellos.
Meses después:
Estaba en trabajo de parto, mis gritos retumbaban por toda la mansión, con un eco espeluznante. Los dolores que estaba sintiendo no eran para nada comunes, lo sabía porque no es normal que un humano traiga a un nefilim a este mundo. Podía sentir claramente y con demasiada precisión, los puntos que me estaba perforando por dentro y las alas revoloteando en mi interior, ahora sabía el porqué las aves nacen de un huevo, porque para poder salir necesitan romper el cascarón y yo era ese cascarón que estaba a punto de romperse.
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Editado: 02.07.2022