Capítulo 13 Ella era su monomanía.
Lucifer conoce a Ariete cuando ella tenía 16 años de edad, la joven pare a su hijo híbrido y muere a los 18, Ariadna le llevaba 2 años a su hermana menor por lo que tenía 20 cuando falleció Ariete y cría a Owen hasta sus diez años; por lo tanto muere a los 30, por causa de una enfermedad mortal en aquella época. Renace un año después y sus padres la bautizaron con el nombre de Arnette. Owen conoce a Arnette cuando la chica tenía 15 años de edad, en plena flor de su juventud y él tenía 26, pero aparentaba 18 cómo máximo. Owen olvidó el rostro de su tía por el trauma de perderla siendo tan joven y por quedarse solo en el mundo; la única imagen que guardaba en su cabeza era la de su progenitora y era porque conservaba la pintura que le dio su adorada tía en el lecho de muerte.
Cuando su tía Ariadna muere se vio obligado a abandonar la propiedad de manera inmediata, cuando un grupo de personas la invadieron creyéndola desocupada tras el deceso de la difunta; debido a que no tenía más familiares vivos o parientes consanguíneos cercanos o lejanos, las autoridades del pueblo decidieron confiscar todos los bienes materiales. El pobre niño no tuvo tiempo de llevarse nada consigo, a no ser la pintura de su fallecida madre, que siempre tenía cerca como único consuelo en la vida. Se vio forzado a vivir en una cueva como un ermitaño, a alimentarse de animales salvajes, de frutas silvestres y beber agua de ríos o manantiales. Casi se convierte en un animal más de la selva de no ser porque conservó dicha pintura y el recuerdo de la voz de su tía, sus palabras y sus enseñanzas. Eso lo ayudó a preservar su humanidad. No sabía por qué razón se había borrado el rostro de su madre de crianza de su memoria; trataba de recordarla, pero solo acudía a su mente un largo cabello rojizo y un rostro difuso. Con el paso de los años fue olvidando hasta el sonido de su voz.
Un día se acercó demasiado a la ciudad por accidente, al estar cazando a un tigre de malas mañas. Era un peligroso animal que se había acostumbrado a acechar a las personas y convertirlas en su presa. Owen lo vio una vez matar a un hombre, pero el astuto animal logró escapar delante de sus narices. Esta vez estaba decidido a no dejarlo ir. Lo alcanzó volando entre los árboles, su gran tamaño le dificultaba trasladarse debido a que siempre intentaba ocultarse, no quería que nadie notara su cuerpo gigantesco, en esos tiempos abundaban mortales trastornados que se dedicaban a la cacería de brujas y seres mitológicos, existían muchas creencias y supersticiones. No se acercaba a ningún territorio de humanos para evitar encuentros indeseados, sabía que era un monstruo a la vista de cualquier persona.
Owen y el tigre lucharon ferozmente, y al final el híbrido ganó la batalla. Tenía su forma humana porque era de día, sin embargo era un gigante de 5 metros de altura. Estaba comiéndose al tigre gustosamente cuando el sonido de unos pasos suaves captó su atención. Se puso en alerta, dejó de comer y se movió agachas tratando de esconder lo más posible, el cuerpo gigantesco entre la espesa vegetación. Normalmente se hubiera ido, pero le entró curiosidad por saber qué tipo de persona podía pisar con tanto cuidado; debía ser alguien muy ligero y pequeño. Por el camino, poco transitado, caminaba temerosa una chica solitaria. Llamó su atención su hermosa figura femenina, fue para él como ver por primera vez a una mujer real, no recordaba haber visto alguna antes además de su tía, y no era capaz de recordarla con exactitud.
Mirando su pequeña y delicada figura se sintió más gigante que nunca, fue más consciente de su tamaño descomunal. Pensando en eso deseó con todas sus fuerzas tener un tamaño normal y para su sorpresa su estatura disminuyó considerablemente, se impresionó en gran medida. Miró sus brazos con curiosidad y luego hacia abajo, recorriendo cada parte de su cuerpo con mirada de desvarío, hasta detenerse en los pies. «¡Soy humano!», pensó emocionado hasta lo indecible. Era algo extraordinario, jamás imaginó que pudiera lograr parecerse a un hombre normal, alzó la vista y miró a la chica; por alguna extraña razón se sintió identificado y atraído hacia ella. No quería dejarla ir, sentía que algo superior a su voluntad lo unía a ella. Siguió a la joven desde la distancia y lo hizo incluso al entrar en la ciudad, era de noche por lo que se trasladó por los tejados tratando de no hacerse notar. Se sorprendió que hasta en su forma de demonio, pudo controlar su tamaño por primera vez, al menos no era un gigante descomunal. Vio entrar a la chica a una casa y esperó a que saliera, pero no lo hizo; por lo que dedujo que ese debía ser su hogar. Regresó volando a su cueva y al día siguiente salió al mundo humano, no podía sacar la imagen de la chica de su mente y quería volver a verla.
Robó ropas de un tendedero ubicado en el patio de una casucha a las afueras de la ciudad y entró al mundo humano por primera vez al descubierto. Se sentía temeroso y estaba muy arisco. Todo lo sobresaltaba y le era desconocido. El bullicio de las personas en la mañana era demasiado para él, estaba asustado y desorientado. Había olvidado como comunicarse y el ruido de la ciudad lo atormentaba. Pensó en regresar a su escondrijo y no salir jamás; pero recordó a la chica misteriosa y decidió que debía encontrarla. Se dirigió hacia el sitio que recordaba y al llegar frente a la vivienda se detuvo; esperó por varias horas sin apenas moverse bajo el intenso sol de verano, hasta que por fin la vio salir. La observó desde una prudencial distancia, siguió cada uno de sus pasos como un acosador desde las sombras y lo continuó haciendo por mucho tiempo. Cada día iba a la ciudad tan solo para verla de lejos y por la noche regresaba para verla por su ventana desde la distancia. Ella era su monomanía, la obsesión del monstruo.
A medida que veía y convivía en el mundo humano fue comprendiendo como eran sus vidas y lo que necesitaba para integrarse a este. Supo, sin que nadie le dijera, que si quería cortejar a la mujer que amaba tenía que tener vienes materiales para ofrecerle una vida digna y holgada. Owen era una persona muy inteligente y con habilidades únicas, su primer trabajo fue como ayudante de un herrero y lo primero que hizo fue una daga. Adornó su empuñadura con piedras preciosas que había recolectado y guardado en su cueva aislada, por mucho tiempo. Pronto se dio cuenta que con todo lo que poseía en piedras preciosas y perlas del mar, era muy rico. Estableció su propio negocio y compró una inmensa propiedad donde construyó la mansión que se conservaba en la actualidad y que le regaló a Layla. El herrero que le tendió la mano y que le enseñó mucho del mundo mortal, era un antepasado de Isaac y de William, fue el primer Moore que conoció. Su primera creación, la impresionante daga, la guardó como un recuerdo de sus inicios en el mundo humano; pero después decidió dársela a la persona más importante para él. Nunca imaginó que ese preciado instrumento sería utilizado para un fin tan desafortunado y doloroso.
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Editado: 02.07.2022