Un día Lucifer se le apareció a Ariadna, ella se sintió muy indignada. «Ese demonio no se apareció ni siquiera en el funeral de mi pobre hermana fallecida y se atreve a aparecerse ante mí, ¡qué desvergonzado!», su furia se notó en sus pensamientos y se vio reflejada en su rostro.
—¡Alejate, demonio! No quiero volver a verte nunca más.
—Te entiendo, pero hay algo importante que necesitas saber sobre tú sobrino.
—Pronto cumplirá 4 años de edad y no te hemos necesitado —espetó digna.
Lucifer ignoró su actitud desafiante y despectiva, había un asunto mucho más importante, el cuál lo obligó a dar la cara.
—En cada eclipse de luna debe estar solo, encerrado y encadenado.
Ariadna lo miró con una mezcla de asombro y enojo.
—¡Jamás le haría eso a mí niño!
—Es por su bien, por el tuyo y el de los humanos que pueda lastimar...
«Humanos..., lastimar...» Esas dos palabras en combinación la aturdieron.
—No entiendo...
Lucifer le explicó la situación con exactitud. Ariadna no podía creer todo lo que le había contado.
—Perderá el conocimiento y podría atacar a un humano e incluso, ¿comérselo? —. Estaba impactada.
—Bien, ahora que entiendes la gravedad de la situación, te ayudaré.
Escogieron el sótano y Lucifer hizo una especie de cárcel, por último colocó las cadenas con grilletes en una silla de hierro, las fundió y soldó con su fuego infernal. Ariadna observó el resultado final con gran dolor y varias lágrimas se le escaparon sin poder evitarlo, él solo hecho de imaginar a su pequeño encadenado allí le partía el corazón.
—Todo está listo a tiempo, mañana habrá un eclipse de Luna.
Ariadna le iba a preguntar qué cómo lo sabía, pero recordó que él era el mismo diablo en persona, ¿«qué no podría saber?» Lucifer había venido en secreto para evitar que lastimara a alguien durante los eclipses anteriores; pero cada vez se ponía más fuerte su pequeño y estar tanto tiempo en la tierra lo debilita. Por ese motivo decidió advertir directamente a Ariadna y ocuparse de su hijo de otra forma que no requiriera tanto tiempo de él en la tierra. También le advirtió que no bajara al sótano bajo ninguna circunstancia, que no lo hiciera escuchara lo que escuchara; incluso le pidió que se quedara en otra parte solo por esa noche, le explicó que eso sería lo mejor para ella y luego se marchó.
Al día siguiente, cerca del anochecer.
—Tía, ¿por qué me traes aquí?
El pequeño niño miró con recelos todo el lugar.
—Hoy tienes que quedarte aquí, mi cielo.
—¿Y por qué? —. Frunció el entrecejo.
—Porque si no lo haces podrías lastimarme, ¿te quedarías aquí por mi seguridad?
—Sí es por tu bien, lo haré.
—Eres un niño muy bueno, el mejor.
—Pero no llores.
—Lo siento, no quiero dejarte aquí solo, pero tengo que hacerlo.
—Estaré bien, lo prometo, soy un niño grande.
Ariadna, besó sus mejillas, su niño era de su tamaño.
—Ven, debes sentarte aquí.
Owen la obedeció y ella colocó los grilletes en sus extremidades inferiores y superiores.
—¿Esto es necesario? —preguntó el pequeño gigante con inocencia.
—Lo es mi niño y créeme que esto me duele tanto o más que a tí.
—Entiendo.
—No te lo dije antes para no preocuparte, tampoco sabía cómo decírtelo; pero mañana, cuando todo esto pase, te lo explicaré todo.
—No te sientas mal, yo estoy bien.
—Eres demasiado maduro para tu corta edad. Me tengo que ir. En la mañana vengo para liberarte.
Después de su promesa se marchó, sintiendo un profundo dolor en el pecho. No quería dejarlo allí, pero si era verdad todo lo que le contó Lucifer y su pequeño la mataba sin querer... ¿quién cuidaría después de él? Ella no le tenía miedo a la muerte, lo que más temía era dejar solo a su pequeño.
En vez de irse como le aconsejó Lucifer, se quedó, desde su cama podía ver el cielo nocturno, dejó las puertas de su balcón abiertas y cuando comenzó el eclipse, escuchó el sonidos de las cadenas y rugidos como de una fiera enjaulada. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Saber que su pequeño se estaba lastimando no la dejaba en paz, ignoró las advertencias de Lucifer y decidió bajar al sótano.
Bajó las escaleras con temor y ansiedad, al llegar a las escaleras oscuras del sótano se detuvo, tomó un candelabro colocado en una base a la pared y lo prendió. Los sonidos provenientes del fondo eran cada vez más intensos y escalofriantes, una clara advertencia de que debía dar la medida vuelta e irse de ese lugar; pero no se detuvo. Al llegar frente a la reja lo que vio la dejó sin aliento, era una bestia ambrienta y furiosa lo que había en ese lugar, sus ojos estaban muy lejos de ser los de su niño noble y comprensivo. Esos ojos carentes de sentimientos, la miraban con deseo aseñsino y su boca babeaba con ganas de comersela. Ariadna comprendió que en ese momento solo era un platillo apetitoso para él, la veía con ojos de un hambriento y los ruidos de bestia que emitía se lo demostraban. Tiraba de las cadenas con ferocidad, de tal manera que parecían a punto de quebrarse, sus aleteos lo hacían ver más intimidante y feroz.
Al retroceder afectada trastabilló y el candelabro cayó al suelo, algunas de sus velas y el líquido derretido cayó sobre ella lastimándole la piel. Todo quedó a oscuras y se volvió más aterrador. Se incorporó con dificultad y se marchó a tientas, golpeándose aquí y allá, con las paredes o los filos de las escaleras. Le quedó muy claro que Lucifer tenía toda la razón, su pequeño dejaba de razonar bajo la influencia de la Luna de sangre.
#9799 en Fantasía
#4889 en Thriller
#2600 en Misterio
demonios y humana, romance fantasía acción aventuras, peligros y adrenalina
Editado: 02.07.2022