El sueño fue dominado a Layla y sus ojos se cerraron sin poder evitarlo. Se removió inquieta por culpa de la claridad molesta de la mañana, que traspasaba sus párpados aún cerrados. Abrió los ojos y se sorprendió al ver a Owen a su lado, aún dormido. Sabía que Nefilim y Owen eran el mismo individuo, pero era la primera vez que se acostaba con él en su forma de nefilim y despertaba al lado del humano, le pareció increíble y maravilloso. Lo observó sin repartos.
—¿No te cansas?—. Owen abrió los ojos y la miró con un brillo de diversión y felicidad. Completamente dichoso de despertar siendo admirado por su mujer.
—Oh, ¿cansarme? —estaba confundida.
—De mirarme —aclaró.
—No —dijo abiertamente. Le gustaba demasiado y no tenía intenciones de ocultarlo.
—Es mi turno —. En un movimiento rápido lo tenía encima suyo. Sus ojos azules la miraban con deseo, tragó en seco—. Eres mía y siempre lo serás, te amo desde mucho antes de lo que sabía... Eres mi mujer.
Layla era su mujer y quería casarse con ella por las leyes humanas, era lo que más deseaba, pero no sabía cómo proponérselo, jamás lo había hecho y la única vez que intentó hacerlo, hacía más de 900 años atrás, ella se había quitado la vida frente a él. Ese experiencia tan desgarradora, se había convertido en una especie de trauma psicólogo para Owen. Pero a pesar de eso estaba decidido a encontrar el momento adecuado para la propuesta, era algo que no podía dilatar más, porque todo se había salido de control y habían terminado por invertir los pasos, el hijo ya estaba nacido, y el matrimonio no había sido siquiera mencionado. Layla era única, no se quejaba por nada y lo comprendía todo, no podía seguir abusado de su gran generosidad. Aunque definitivamente este no era el mejor momento para una propuesta de matrimonio. En cuanto sacara la empresa de las dificultades financieras por las que estaba atravesando, le daría la boda más hermosa del mundo. Estaba decidido.
—Es hora de levantarse, yo tengo que ir para la empresa y tú no debes faltar a la escuela —terminó por decirle, no era lo que quería, su cuerpo pedía a gritos otra cosa; pero ella estaba lastimanda.
—No lo haré —aseguró risueña.
—Pero si te duele mucho la herida puedes quedarte o mejor te curo —decidió.
—Noooo —se apresuró en decir y se alejó, al ver la expresión de insatisfacción de Owen continúo hablando endulzando la voz—. No es tan grave, además no quiero que seas tú quien sufra el dolor en mi lugar, hay mucho por hacer en la empresa.
—Soy mucho más fuerte y resistente por ser lo que soy, déjame curarte —insistió, quería hacerlo, no soportaba verla herida. Hizo un ademán para quitarle la bata de dormir, pero ella se alejó.
—Estoy bien, de verdad, y puedo ir a mis clases —aseguró ofreciéndole su mejor sonrisa. Lo desarmó.
—De acuerdo, pero promete que si sientes mucho dolor me llamaras.
—Está bien, lo prometo; ve tú primero al baño, yo voy después.
—No es necesario —. Le dio un beso fugaz en los labios y abrió sus alas para marcharse. Layla lo miró asombrada, no era nuevo para ella verlo con alas pero de día nunca antes, ella creía que solo se transformaba por las noches.
—¡Espera!, ¿por qué tienes alas?
No salía de su asombro, además se veía increíblemente hermoso con su cuerpo humano y sus alas rojizas. Era una visión asombrosa y espectacular.
—Tonta, yo puedo sacar mis alas cada vez que quiera, solo no lo hago para que nadie me vea, de día hay más inconvenientes.
—Oh, no sabía...
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, pero irás conociendo en el camino —. Le guiñó un ojo y se fue volando por el balcón. Layla se quedó observando anonadada por dónde se marchó, aún después de haber salido del alcance de su vista. Se levantó al escuchar que la llamaban a la puerta, era William que venía a tratar sus heridas. Abrió la puerta por inercia, aún desconcertada por el nuevo descubrimiento.
—¿Cómo amaneciste, preciosa?
—Muy bien —sonrió tontamente como una enamorada.
—Se te nota la felicidad en tu rostro, Owen vino y te hipnotizó.
—No seas así, para él no fue fácil...
—¿Y para tí sí?
No, tampoco lo había sido para ella, pero no lo juzgaba para nada, todo lo contrario, lo comprendía perfectamente.
—Vino anoche, no muy tarde y se disculpó.
—Y te convenció —. No era una pregunta, era una afirmación.
—Yo lo entiendo.
—Pero yo no, no del todo —rectificó.
—No seas rencoroso, quién no se ha equivocado en la vida, tuvo un mal comportamiento pero rectificó, eso es lo importante, y yo estoy feliz de que estemos bien —agregó.
William suspiró bajando la guardia.
—Eso no tienes que decirlo, se te nota a leguas.
Layla sonrió alegre.
—¿Y mi niño cómo está?
—Lo dejé con Jessica.
—¿Puedo ir a verlo?
—Claro que puedes hacerlo, pero después de que cure tu herida.
William cerró la puerta con seguro y se puso en acción, sus manos eran muy hábiles y en poco tiempo terminó con la curación.
—Listo.
—¿ Puedes esperarme un momento?, necesito ir al baño.
—Tomate el tiempo que necesites, tengo que hacer una llamada.
Layla tomó las cosas que necesitaba y entró al baño y William caminó en sentido contrario al de ella y salió al balcón con el teléfono en la mano.
Poco tiempo después:
Por primera vez cursaba los límites del tercer piso con sus propios pies y de día, lo había hecho antes, pero de manera muy distinta y todo fue tan rápido y estaba tan asustada y choqueada, que no asimiló mucha información en aquella ocasión.
—Sígueme —le dijo William para llamar su atención, era evidente que su mente estaba distraída y se había quedado parada observando todo, bajo la mirada inteligente del médico no posó desapercibido su estado. Él la comprendía perfectamente, llevaba mucho más tiempo conociendo sobre la existencia sobrenatural de su benefactor y todavía muchas cosas seguían sorprendiéndolo. Caminaron por varios pasillos, era tan grande ese lugar que a ella le pareció un laberinto sin salida. Llegaron a una puerta muy alta y gruesa, se detuvieron frente a ella y William la abrió.
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Editado: 02.07.2022