—¡Eres una maldita! —espetó con ojos rojos, literal, y Layla retrocedió asustada.
—Hablas de tí —se atrevió a responder, a pesar de presentir que no debía.
En un movimiento rápido, Meka la tenía agarrada por su cuello y la estaba estrangunlando sin piedad.
—Te lo buscaste, por hablar lo que no debes, ¿no te han enseñado a guardar silencio oportuno? Morirás por tu lengua filosa.
Layla luchaba con todas sus fuerzas para liberarse; pero era inútil, su rival era mucho más fuerte. Sin dudas estaba perdida, así lo sentía.
«El pez muere por su boca. Debí mantener mi bocota cerrada. Pero es demasiado tarde, no creo que sobreviva para hacer el cuento.» Pensó agitada, quedándose sin aliento. A su mente vino la imagen de Owen y de su hijo, lamentaba irse tan pronto y dejarlos solos.
«Adiós» se despidió en su mente de sus seres queridos, y una lágrima silenciosos rodó por su mejilla, aterrizando sobre la mano transformada de la demonio, grande y musculosa.
«No puedo matarla así, tiene que ser como lo he planificando para que Owen no sospechara de mí.» La soltó.
—Te doy 3 días para que decidas, si no lo haces, tú serás la responsable de la muerte de todos tus seres queridos.
Layla tosía encorvada y se frotaba la garganta sin poder hablar.
—Loca... —logró decir con dificultad.
—¡3 días, recuerda! —le advirtió Meka y se marchó.
Como una automata caminó de salida, hasta llegar a donde la llevó el instinto.
—Layla, ¿dónde estabas?, ¿por qué tardaste tanto tiempo? —le preguntó su amigo Alan, en cuanto la vio llegar. La estaba esperando a la entrada de la cafetería.
—Estaba en el baño —no quiso contarle lo que le pasó allí, estaba aterrada, con los nervios de punta y la cabeza vuelta un lío; pero sabía que lo único que ganaría con contarle a su amigo, era preocuparlo. Él no podía hacer nada, ningún humano podría.
—Tardaste mucho, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien —aseguró a pesar de ser todo lo contrario.
—No lo parece.
Su amigo era muy observador, y más cuando se trataba de ella.
—De verdad estoy bien, Alan; vamos a comer algo, nos queda muy poco tiempo —sugirió para cambiar de tema. No quería comer nada, pero era la única forma de disuadir a su amigo. Alan era muy quisquilloso cuando se le metía algo entre ceja y ceja, ella no estaba para nada, su cabeza estaba en otra parte. Compraron lo que qusieron y luego se sentaron en una mesa desocupada.
—¿Y los demás? —preguntó Layla por hacer un tema de conversación diferente, la verdad es que no le importaba, todo había dejado de importanle, en su cabeza solo estaban grabadas las últimas palabras de su doppelgänger:
—Te doy 3 días para que decidas, si no lo haces, tú serás la responsable de la muerte de todos tus seres queridos. ¡3 días, recuerda!
«3 días para morir», se dijo con melancólica ironía.
—Se fueron después de comer —respondió Alan con la boca llena, había aguantado el hambre por esperarla.
—¿Por qué te quedaste?
—¿Es en serio? Tenía que esperarte.
Le pareció increíble que Layla le preguntara eso. Sabía que ella se había quedado sola, «¡cómo no esperarla!» No era ningún descosiderado y menos, un mal amigo.
—Eres muy bueno.
Al menos lo reconocía, se sintió reconfortado.
—Soy tu amigo.
—Eres el hermano que siempre quise tener.
—Lástima que solo me veas así.
—No empieces...
—No lo haré, Layla; me conformo con eso.
—Espero que sea verdad, no quisiera tener que alejarme de tí.
—Siempre estaré para ti, si lo único que quieres es mi amistad pues así será.
—Te necesito de verdad, Alan. Trata de verme en el futuro como a una hermana, porque de verdad te quiero tener a mi lado por siempre.
—De acuerdo, te prometo que haré todo lo posible y hasta lo imposible de ser necesario.
—Eres un exagerado.
Pero Alan no estaba exagerando, la amaba profundamente y no quería perderla, por ese motivo estaba decidido a transformar todo ese amor de hombre, en un amor más fraternal, así como ella quería; pero no era algo posible de lograr, de la noche a la mañana, tal vez nunca lo lograría. De lo único que estaba seguro, era de que también quería estar a su lado por siempre, aunque le tocara como hermano.
En la tarde.
—Aran, no estoy de acuerdo, me parece que así es mejor...
Aran y Layla discutían sobre un asunto de trabajo, llevaban un buen rato en eso y no se ponían de acuerdo.
—¡Qué pasa aquí!
La voz rígida de Owen inmovilizó a Aran. Layla solo se giró y lo miró directamente, con algo de senaura, pero sin palabras. No le gustaba que imtimidara a todos.
—Vicepresidente, no pasa nada, estamos discutiendo un asunto de trabajo —contestó el chico, tembloroso de repente.
—¿Y de qué se trata? —inquirió Owen con el ceño fruncido, manteniendo su voz glaciar.
—Es sobre el proyecto de... —el líder estudiantil... —puso al corriente a su superior, y le dio su opinión personal y la que tenía Layla al respecto.
—Se hará como dice, Layla —dictaminó al final. No estaba siendo parcial, no tomaba partido por ella porque era importante para él, por su basta experiencia en el mundo financiero, sabía que la ideas de su mujer era más factible. Le haría algunas mejorías luego, pero en general, era muy buena: genial, admiró para sus adentros, estaba muy orgulloso de ella.
—Será como usted diga, vicepresidente.
—Puedes retirarte, Aran —ordenó frío.
—¿Me acompañas, Layla? —pidió Aran.
—¡No! —respondió Owen seco. Lanzándole una mirada de fuego, qué intimidó al chico, apabullándolo por completo —. Tengo otro asunto que discutir con ella. Sígueme a mí oficina —le ordenó a su chica. Ella obedeció sin rechistar. Al llegar frente a la puerta del lugar señalado se detuvieron, él abrió y le pidió que entrara. La siguió y cerró tras su paso. Apenas lo hizo la tomó por la cintura y la atrajo hasta su pecho.
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Editado: 02.07.2022