Los tres amigos caminaban por una de las calles del patito tracero de la mansión, era muy extensa la propiedad y fascinante el diseño del jardín, de pronto Alan vio algo que le pareció increíble.
—Miren, es un cervatillo —señaló con el dedo, emocionado.
Las dos chicas miraron en la dirección señalada.
—Sí, es Bambi —respondió Layla.
—¿Bambi?, ¿el mismo Bambi del campamento? —preguntó con incredulidad.
—Sí —volvió a asentir Layla alegre, mirando el rostro traslúcido de su amigo.
—¡Cómo es posible!
—Todo es posible... —se limitó a decir, esperando que su amigo captara el mensaje oculto.
A Alan no le quedó dudas de la veracidad de esa afirmación, quería preguntar muchas cosas, pero Emma estaba presente. Sabía que no podía hacerlo en ese momento, había prometido guardar el secreto. Entendía que era lo mejor para todos; además, en caso de querer contarle al mundo la verdad que sabía, ¿quién le creería? Más bien lo tacharían de loco. Si a él que le había tocado verlo con sus propios ojos, le había costado creerlo.
—Bambi —Layla llamó al ciervo y enseguida obedeció y vino corriendo a su encuentro como si fuera una mascota.
—Increíble —exclamó Emma.
—Asombroso —expresó Alan.
—Es muy lindo ¿verdad? —dijo su cuidadora.
—Sí, lo es —constató Emma emocionada e intentó tocar al animalito, pero este no se dejó.
—Es muy arisco —aseguró Emma frustrada.
Layla se acercó a Bambi y lo acarició sin ninguna dificultad.
—Solo nos deja acercarnos a Owen y a mí —les comentó pasado su mano por el lomo del animal.
Owen llegó en ese instante.
—Hola, chicos.
—¿No estabas trabando? —Layla alzó la mirada al escuchar la profunda voz varonil. Sus ojos brillantes de emoción por la precencia del hombre que amaba, pero extrañada de que estuviera allí tan temprano en la mañana. A pesar de que era domingo fue a trabajar, aunque fuera fin de semana Owen iba a la empresa, necesitaba que volviera a la normalidad lo más pronto posible; pero no se podía contestar por la preocupación y decidió regresar.
—¿No me quieres aquí? —inquirió con fingida molestia.
—Por supuesto que sí, amor; pero como eres tan responsable y trabajador...
—Mi prioridad eres tú —no la dejó terminar de hablar. Con sus grandes zancadas acortó la distancia que los separaba y le dio un beso fugaz en los labios carmesí. Owen se apartó reacio, fue necesario porque no tenían privacidad. Conocía muy bien a su mujer, era tímida y reservada con su intimidad. El rojo intenso que tiñó sus mejillas se lo constató. Sonrió conmovido. Cada día le parecía más hermosa.
—Alan, acompáñame a la piscina —pidió Emma. Alan la siguió sin decir palabras, también se dió cuenta de que sobraban.
—¿Por qué lo hiciste? —reclamó una vez solos.
—Te saludé —se encogió de hombros con independencia.
—Pero estaban mis amigos.
—Y qué, ellos no son unos niños.
—Me dió pena —hizo puchero.
—Lo sé, pero no me pude aguantar —se mostró tal y como cualquier humano que deja aflorar sus emociones, Layla lograba arrancar su máscara de frialdad, ironía o indiferencia.
—Eres Fuego —sus ojos brillantes eran reveladores de su deseo carnal.
—Ni te imaginas..., no sabes lo que deseo ahora.
Pero sí lo sabía, el bulto latente detrás del cierre de su pantalón de vestir, era palpable. Hasta la corbata en su cuello le pareció sexi y deseó tomarla en sus manos y tirar de ella hasta pegarlo a su cuerpo caliente.
—No podemos... —entró en razón la chica.
—Por qué no —rebatió el hombre, su mente estaba más allá de la razón.
—Tú sabes...
Owen no sabía nada, su mente estaba nublada por el deseo y su cuerpo reclama placer absoluto.
—Casi nunca podemos hacerlo en mi forma humana —se quejó.
—Pero todas las noches lo hacemos... —dijo tímida.
—No es igual... —aseguró con voz enriquecida y gutural.
—No, ¿por qué no? No te gusta —estaba sorprendida. Su calentura se congeló.
—Ese es el problema, me gusta demasiado, me vuelves loco y me tengo que contener para no lastimarte —expresó con ardor extremo, su voz se alzó sin poder dominar su intensidad, debido a la gama de emociones reprimidas hasta entonces.
—Sssssssssh nos pueden oír —se alarmó y buscó por instinto a sus amigos con la mirada. Sintió alivio al ver que estaban bastante lejos y conversando entretenidos, sin mirar en la dirección en la que estaban ella y Owen. Layla comprendió que para él era un problema hacer el amor en su forma de nefilim, no había pensado en eso y se sintió muy mal por ello.
—Lo siento mucho.
—Por qué lo sientes, no es tu culpa —aseguró tajante.
—Pero me adapté a hacerlo de noche y no pensé en tí.
—Yo estoy bien, no te estoy reprochando nada. Disculpa por hacerte sentir mal. Olvida mis palabras y ven aquí.
Abrió sus fuertes brazos en jarras y ella se echó en ellos sin vacilar. Owen acarició su cabeza.
—Solo con tenerte así, mi felicidad es completa —expresó con voz gutural.
Bambi chocó su cabeza con ligereza, en los pies de la pareja, como si quisiera separarlos o estar incluido en el abrazo.
—Pequeño amigo, qué sucede? —habló Owen y acarició la cabeza del amialito con afecto. Bambi se quedó tranquilo, permitiendo gustoso el contacto.
—Está malcriado, no le gusta ser ignorado —aseguró Layla, con una sonrisa. Owen la observó deleitado, su boca le pareció un botón de rosa abriéndose con exquisita belleza.
Noche de Halloween.
Llegó la noche de Halloween y Layla insistió en ir a pasarla con sus amigos a pesar de que Owen se opuso, sin embargo terminó por acceder dada la insistencia de su amada. No estaba del todo convencido, su segundad le preocupaba; no obstante Layla era muy caprichosa, cuando se le metía algo entre ceja y ceja, no había modo de disuadirla. Consideró que no debía ir, a pesar de que era noche de Halloween, su forma era demasiado realista para pasar desapercibido ante los ojos de las personas, prefería evitar sospechas innecesarias. No había tenido noticias de la demonio, así que se sintió un poco más confiado. Owen se escudó en el trabajo, cómo cada noche, nadie que no supiera su secreto podía verlo después de ocultarse el sol. A Emma no le parecía tan extraño como al principio, desde que se quedaba en la mansión, no lo había visto ninguna noche.
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Editado: 02.07.2022