La Obsesión del Monstruo 2

Capítulo#36 T2 Final

 

—¡Owen!, ¿qué tienes? —preguntó Carla alarmada.

Layla no lo esperaría aquí nunca más, no volvería a ver su rostro hermoso, no escucharía de nuevo su voz armoniosa. No caminaría por este suelo pulido, su risa no estaría presente nunca más para alegrarle la vida. No dormiría a su lado, no compartirían el mismo bañó jamás, no podría amamtar a su bebé... Era infinitamente doloroso, insoportable, sentía que iba a enloquecer en cualquier momento.

—Nada, no me pasa nada..., quizás el paso del tiempo pueda aliviar este dolor —la segunda oración fue más para sí, el dolor era tan palpable que a Carla se le aguaron los ojos, hasta Alan se compadeció un poco, no solo fue por su voz, su expresión atormentada era evidente y conmovedora—. Voy a ver a mi hijo—dijo por último y se marchó volando, por dónde mismo entró.

Tuvo que salir de allí lo más rápido posible, nunca le gustó que le tuvieran lástima, ¿tan mal estaba que hasta Alan lo miró con cara de lástima? Aunque tuviera el alma hecha pedazos no debía ser tan evidente, ¡era un nefilim, el hijo de Lucifer!, nadie podía ver su debilidad. La única que podía hacer aflorar sus emociones ya no estaba..., y precisamente por ese motivo era que estaba descontrolado por completo. Sostenía una fuerte lucha interna por mantener sus poderes bajo control.

Owen se detuvo recordando algo importante, la noticia de lo sucedido no podía salir a los medios de comunicación tal cual había sucedido, tenía que encubrir su existencia, era primordial encargarse de ese asunto primero. A pesar de su dolor tenía que ser responsable, no podía revelar al mundo la existencia de criaturas sobrenaturales. Se desvío de su ruta preestablecida y voló hasta la 4 planta de la mansión. Tomó su celular de encima de un mueble y llamó a su abogado. Esperaba que el Dr. Walker contestará su llamada para no tener que personarse en su casa, no tenía ningún deseo de ver a nadie. Tras el cuarto tono respondió el hombre soñoliento.

—Sí, dígame.

—Soy Owen.

—¡¡¡Señor!!!, ¡es usted!, lo siento —se despabiló al instante.

—Ocurrió algo..., y quiero que te encargues tú personalmente de arreglarlo todo —su voz dominante y gruesa, más sombría que nunca, intimidó de sobremanera al abogado.

—Cómo ordene señor, ¿dígame qué tengo que hacer?

Owen le contó lo que había pasado y le explicó cómo debía actuar en consecuencia. No quiso anunciar públicamente el fallecimiento de Layla. La conocía perfectamente, sabía que a ella en vida jamás le gustó ser el centro de atención, menos le gustaría después de muerta. Quería respetar su voluntad, Layla era tan sencilla, que jamás reveló que era la dueña la la empresa (una de las primeras del mercado nacional e internacional cabe destacar), y además era poseedora de múltiples propiedades y vienes materiales (yates, avión privado, etcétera); no obstante, a pesar de su gran fortuna, siempre mantuvo un bajo perfil. Luego de las instrucciones, dio por terminada la conversación y colgó. Se sentía extenuado, sin fuerzas para seguir adelante. Él, que siempre fue hiperactivo y con energía inagotable, capaz de volar alrededor del mundo sin agotarse, estaba en tan lamentable condición. Llegó a la habitación de su hijo como por inercia, su mente no estaba bien y sentía que ya no quería seguir viendo. Tenía que ver a su bebé, para ver si le infundía fuerzas para continuar.

—¿Owen, qué pasó? —inquirió William en cuanto lo vio aparecer. Presintió al mirarlo, que algo andaba mal. El semblante de Owen era revelador, tenía la tragedia reflejada en su rostro.

—Layla está... —se detuvo, incapaz de decir la palabra fatal.

—¿Layla está qué? —apremió William, sintiendo una inquietud rara en su interior.

—Muerta —concluyó con un nudo en la garganta.

—¡Muerta!, imposible, no lo creo —William se negaba a aceptar la realidad. Era difícil aceptar así de fácil, la muerte repentina e inesperada de un ser querido. Incluso viendo el cadáver acostado en el ataúd, cuesta aceptarlo.

—Es verdad —aseguró sin fuerzas, con voz rota.

—No juegues así —le reprochó William.

—¡Cres que yo jugaría con algo tan grande! —Owen se alteró y sus ojos cambiaron de color.

A William no le quedó ninguna duda de la veracidad de la noticia. Owen jamás bromearia con algo tan grave. La verdad es que nunca lo había hecho, al menos con él, y la enorme tristeza que se reflejaba en su rostro, hablaba por sí sola de la tragedia ocurrida.

—Pero..., ¿cuándo?, ¿cómo?

—Fue Meka, no me dio tiempo a llegar hasta ella y un carro la atropelló... —se le quebró la voz, desolado por lo sucedido. No tenía vuelta atrás y eso lo estaba matando.

De qué sirve la inmobiliaria, si no son inmoales las personas que amas.

—¡Oh, no puede ser! —se le nublaron los ojos al doctor, estaba realmente impactado con la noticia. Conmocionado. Había llegado a querer mucho a Layla, la veía como familia—. Todavía no lo creo —murmuró, estaba aturdido. El bebé comenzó a llorar, captando la atención de los dos presentes—. Su madre lo amamantaba a esta hora aproximadamente —expresó William con pesar.

—No podrá hacerlo nunca más, prepara un biberón con leche tibia, yo se lo daré.

Owen decidió que debía ser más fuerte por su hijo, si se dejaba llevar por los sentimientos, moriría sin remedio y su bebé quedaría huérfano, eso no podía permitirlo, Layla jamás se lo perdonaría. Tenía que asumir su responsabilidad y esforzarse en cuidarlo desempeñando el papel de madre y padre a la vez, tendría que asumir ambos roles a partir de ahora, se lo había prometido a Layla. Sin embargo una cosa era lo que quería y otra lo que sentía, estaba devastado y sin ganas de seguir viviendo. Ni siquiera él llanto demandante de su hijo lo animaba para continuar, lágrimas de desesperación se escaparon de sus ojos peculiares, mientras observaba a la criatura en la cuna, sin atreverse a cargarlo. Se sintió muy mal, porque ni siquiera su hijo era capaz de hacerle sentir ganas de vivir.




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