La odisea del soldado Sosa

Capítulo 1

Entre aquellos soldados, quienes no tenían idea del lugar al que nos dirigíamos, estábamos infiltrados mi mejor amigo, Jason Bell, y yo. Enviados para un simple objetivo que confirmaría un escándalo que comprometería la moral y autoridad de las fuerzas armadas de los Estados Unidos e incluso al gobierno.

—¡Esto es una mierda! —exclamó Jason.

[Nota del autor: Cuando los diálogos están en negrita, quiere decir que los personajes hablan en español]

No podemos hacer nada… Y el señor Webber confía en nosotros —respondí.

Bueno, por lo menos solo es recibir ese informe, y luego a casa —comentó.

Sí, confío en que el señor Webber cumplirá su palabra. Ya ansío esos tres meses de baja —dije.

Oye, y a todas estas, ¿qué pasó con Amy? —preguntó con repentino interés.

Nada, solo me asombró que fuese la hija del señor Webber y que, para su edad, destacase tanto como nosotros. De no haber sido por ella, nuestra última misión en México hubiese fracasado —respondí.

No me refiero a eso, idiota. Lo que quiero decir es que, a causa de las misiones de alto riesgo, terminaste tu relación con Mary Ann. Pero, durante la misión en México, pasaste varios meses con Amy a solas… ¿No hubo nada entre ustedes? —insistió.

Si te digo la verdad, te pondrás impaciente, así que mejor te cuento después —respondí.

¿¡Qué!? Ah, vamos, amigo… Dime qué fue lo que pasó.

La curiosidad llevó a Jason a hacer un pequeño berrinche, por lo que llamó la atención de quien fungía como nuestro superior.

—A ver, señoritas, ¿cuál es el chisme? Yo también quiero saber —intervino el sargento de primera clase Jimmy Sykes.

—Perdone, mi sargento, solo compartíamos una anécdota —respondí con seriedad.

—¿¡Y por qué mejor no cierran la puta boca!? Aquí no se viene a perder el tiempo. Compórtense como lo que son, miembros del ejército más poderoso del mundo —reclamó.

El sargento Sykes nos miró con rabia, aunque luego se dio la vuelta para dar unas indicaciones al piloto del avión.

Payaso —musitó Jason.

Imbécil —continué.

De igual manera, a pesar de la molestia que nos generó la intervención del sargento, hicimos caso y mantuvimos silencio durante el resto del viaje.

—Esta mierda no es Trípoli, ¿dónde carajos estamos? —le preguntó el sargento al piloto del avión con severidad.

El piloto no respondió y frunció el ceño al mirarlo, por lo que el sargento regresó a su asiento. Luego, caminó hasta nuestra dirección y nos miró fijamente; nos dio la orden de cubrir la zona de aterrizaje mientras la tropa se dirigía a la base militar.

Conforme el avión descendía, Jason y yo nos posicionamos con nuestros pesados morrales y fusiles en mano en la compuerta, esperando a que se abriese para cumplir la orden del sargento.

Tan pronto se abrió la compuerta, nos dejamos llevar un poco por el asombro, pues el panorama que se nos presentaba era bastante inusual.

Aun así, retomando la concentración, cubrimos la zona hasta que la tropa se dirigió a la base militar y finalmente nos dirigimos a la misma para integrarnos con los demás soldados.

Una vez que nos reunimos con todos, de repente se nos acercó un hombre de porte imponente, aunque de semblante relajado. Gracias a las fotos que nos había enseñado el señor Webber, supimos que se trataba del general de brigada Oliver Dalton, o mayor Lewis Bergman, como se nos pidió que lo llamásemos.

—¡Bienvenidos a Kenia, caballeros! —dijo el general al vernos—. Hacía días que los esperaba.

El sargento Sykes se mostró receloso ante el recibimiento e incluso trató de persuadir al general, pero este le ordenó que regresase a la formación con la tropa.

—¡Señor! Soldado Arturo Estrada a sus servicios. Es un honor conocerlo —dije al presentarme.

—¡Señor! Soldado Preston Dallas a sus servicios. Es un honor conocerlo —continuó Jason.

—Descansen, soldados, y síganme, por favor —indicó el general.

—¡Señor! —intervino el sargento Sykes—. Estos soldados pertenecen a mi tropa, así que no puede…

—¿No puedo qué? —replicó el general con severidad.

—Nada, señor, mis disculpas —respondió el sargento con notable temor.

—Sargento, procure reunirse con el teniente Dillon e infórmele que estoy en mi oficina con estos soldados. Dígale que no nos interrumpan —ordenó el general.

—¡Entendido, señor! —respondió el sargento.

Tal como nos indicó el general Dalton, lo acompañamos hasta su oficina, la cual se encontraba bastante despejada; evidencia de que estaba por dejar el país.

—Tomen asiento, caballeros —ordenó el general.

—Gracias, señor —respondimos Jason y yo, casi al unísono.

Después de tomar asiento, el general tomó dos carpetas de su escritorio y le echó un vistazo a una de ellas; estaba identificado con mi nombre real.

—Alexander Sosa, veintidós años de edad, enlistado a los diecisiete. Ranger del ejército y miembro del primer Destacamento Operacional de Fuerzas Especiales-Delta, ¿estoy en lo correcto? —me preguntó el general.

—Sí, señor —respondí.

—Ocho misiones cumplidas, dos infiltraciones de alto riesgo y trece bajas confirmadas —musitó conforme seguía revisando mi información—. Tengo entendido que eres bueno en combate cuerpo a cuerpo y manejo de armas de corto alcance… Me impresiona que a tu edad cuentes con este historial.

—Cometo muchos errores, señor. Todavía no cuento con la experiencia necesaria para las misiones de más alto nivel —respondí.

—Su historial dice lo contrario —comentó.

El general dejó a un lado mi carpeta y se centró en la de Jason.

—Jason Bell, veintitrés años de edad, enlistado a los diecisiete. Ranger del ejército y miembro del primer Destacamento Operacional de Fuerzas Especiales-Delta, ¿estoy en lo correcto? —le preguntó el general.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.