La odisea del soldado Sosa

Capítulo 10

Era un viernes lluvioso, algo que creí extraño debido a que estábamos en pleno verano y en un área tropical. La avenida principal por la que rondaba contaba con la presencia de algunos turistas que, a pesar del aguacero, con paraguas caminaban y disfrutaban del ambiente que seguía siendo agradable.

Los autos iban y venían, los empleados en las tiendas buscaban clientes gritando sus ofertas y los puestos de comida callejera impregnaban el ambiente de un olor agradable que despertó por un instante mi apetito.

Iba de camino a una oficina de encomiendas internaciones para enviar todas las cartas que había escrito para mi familia, ya que no podía contar con el internet del área, que era un poco lento y problemático por la ausencia de un navegador web eficiente.

Me sentía calmado y a gusto en ese lugar, a pesar de los pocos días que llevaba trabajando en el hotel. La tranquilidad de la zona, aun con la afluencia de turistas, me ayudó a reflexionar sobre las decisiones que había tomado hasta entonces, que no fueron las mejores, lo admito.

Sin embargo, no todo era reproche hacia mí mismo, ya que, a pesar de haber fallado en mi misión personal y estar muy lejos de cumplirla, no me dejé llevar por el fracaso y me mantuve enfocado en mi regreso a Estados Unidos; tenía en mi poder el pendrive del general Dalton.

En fin, hacía mucho que no disfrutaba una caminata bajo la lluvia, aunque seguía haciéndolo con leves dificultades debido a la cirugía en mi pierna, de la que tenía secuelas que se me complicaban superar.

Esa zona de Watamu era una maravilla; se notaba la diferencia de etnias y culturas entre las personas, incluyendo turistas y lugareños.

Era un paraíso turístico en el que, aun con la lluvia, se podía uno relajar conforme admiraba algunas zonas interesantes en compañía de amigos o familiares.

Después de unos veinte minutos caminando desde que salí del hotel en mi hora libre, llegué a la oficina de encomiendas y seguí el protocolo establecido para realizar un envío, lo cual fue bastante rápido y eficiente.

El costo del envío fue relativamente económico, por eso dejé que familia se encargase de pagar la encomienda, aun cuando el señor Long, mi jefe, me prestó mil chelines que me permitieron comprobar que, en efecto, era un hombre compasivo y considerado.

Gracias a ese dinero, pude comprar algunas postales para mi familia al realizar el envío y luego un pincho de carne de ciervo en un puesto de comida rápida al salir; al final, le regresé seiscientos chelines a mi jefe tras regresar al hotel.

Al salir de la oficina de mi jefe, aproveché los minutos libres que me quedaban para almorzar y tomar en cuenta algunas consideraciones referentes a mi futuro, aunque fui distraído por una empleada de limpieza que había mostrado interés en mí.

Al parecer, ser recepcionista en el hotel aumentaba el atractivo de quien tomase el trabajo, pues no solo ella se había mostrado interesada en mí, sino que además el resto de las empleadas que también me hicieron propuestas indecentes; a todas las rechacé con amabilidad.

Por otra parte, y considerando las verdaderas ventajas de mi puesto laboral, donde gracias a mis habilidades sociales pude conocer gente interesante y adinerada, logré conseguir buenas propinas.

Otra ventaja que tenía era la de estar al mando de un computador, un poco obsoleto, pero lo suficientemente bueno como para entrar de vez en cuando a Facebook, red social en la que abrí un perfil falso para intentar hablar con mi hermano, aunque eso nunca fue posible.

El acceso a internet era pésimo para usar las redes sociales, aunque al menos me permitía mantenerme al día con las noticias locales, mismas que no me revelaron nada relacionado con la estadía del ejército estadounidense en Kenia.

Gracias a ese detalle, llegó a dos conclusiones posibles.

Primero, el periodismo keniano carecía de calidad y profesionalismo, o segundo, los medios de comunicación locales ignoraban de manera descarada que una tragedia sanitaria estaba por amenazar a toda África si no se actuaba a tiempo.

Fue desesperante llegar a tales conclusiones, pero era poco lo que podía hacer al respecto.

Así que me centré en adaptarme a la nueva cultura y gastronomía mientras ahorraba el dinero necesario para volver a Estados Unidos.

La estancia en Watamu, por lo menos, se tornó agradable gracias a las conversaciones que tuve con los turistas. En su mayoría eran asiáticos que, aunque no hablaban muy bien el inglés o el español, lográbamos comunicarnos de manera decente.

También, de manera estratégica para ascender o ganarme su confianza, solía pasar tiempo con el señor Long, con quien tuve una excelente relación laboral, aunque no la suficiente como para que confiase de lleno en mí.

Supongo que lo mejor que pude hacer fue poner en práctica mi paciencia y esperar el momento para partir, aunque lograrlo parecía casi imposible por el salario y la manera en que, por el simple hecho de ser extranjero, los dueños de barcos con destino a Sudáfrica querían cobrarme más de lo que podía ofrecer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.