La odisea del soldado Sosa

Capítulo 12

Mi destino era Nairobi, y mi objetivo, lograr que me deportasen a Estados Unidos por falta de documentaciones.

Todas las cosas de valor que llevaba conmigo en la maleta que hurté en la villa del señor Long, las tuve en consideración para hacer trueques, o al menos eso tenía en mente mientras me alejaba de la costa.

Mi objetivo era llegar a la capital de Kenia dependiendo de los aventones y no sabía qué tan lejos estaba la ciudad, pero el poco dinero en efectivo que tenía no lo quería gastar durante ese trayecto.

Watamu quedaba atrás poco a poco; la gente empezaba a calmarse después de las inundaciones y, a lo lejos, se veía en la costa una calma y una belleza dignas de capturar con una fotografía.

Cómo me hubiese encantado pasear por aquellas zonas en una situación diferente, pero acepté las consecuencias de mis decisiones y seguí adelante con mi objetivo en mente.

Por otra parte, alejarme de Matu y Kiwi me afectó un poco a nivel emocional; no esperaba que dejarlos sería tan difícil de asimilar.

En más de una ocasión quise regresar con ellos, pero mi voluntad de seguir adelante y terminar de una vez por todas con la responsabilidad que me encomendó el general Dalton me permitió mantener el enfoque.

En ocasiones pensaba en Karolina Müller y su plan. La idea de reencontrarme con ella una vez terminase con mi misión me pareció absurda.

Ya no sentía rencor hacia ella, pero no quería saber de su vida ni lo que me había propuesto; mi único deseo era llegar a Estados Unidos, entregar el pendrive y solicitar mi baja.

Tenía veintitrés años de edad en ese entonces, así que estaba a tiempo para estudiar una carrera universitaria.

También pensé en las cartas que envié a mi familia y lo ansioso que estaba porque les llegasen y supiesen que, a pesar de todo lo que me había pasado, me encontraba sano y salvo.

En fin, de repente, mis pensamientos se vieron interrumpidos por una extraña sensación de temblor en el suelo.

De inmediato toqué mis piernas al creer que estaba temblando, pero al cruzar miradas con un muchacho que iba de pasada, comprobé que se trataba de un sismo.

Mantuve la calma al principio porque fue un sismo leve. Además, mi tiempo de estadía en Watamu me permitió saber que los sismos leves eran comunes en la zona.

Sin embargo, ese sismo en particular empezó a intensificarse de tal manera que fue difícil mantenerse de pie.

Los perros callejeros y otros animales empezaron a alejarse de la costa con erráticas y rápidas carreras, a la vez que los postes se movían como flácidos palillos de gelatina que no pudieron sostener el sistema de cableado eléctrico.

Empezó de ese modo una tragedia, ya que pequeñas estructuras sucumbieron en cuestión de minutos, mientras algunos lugares se incendiaban a causa de los cables caídos que generaban explosiones al contacto con varios materiales conductores de electricidad.

De hecho, pude ver cómo algunas personas morían electrocutadas; fue desalentador.

Jamás había presenciado semejante suceso, y lo mejor que pude hacer fue buscar un sitio seguro y seguir alejándome de la costa, pues Watamu seguía estando cerca a pesar de lo mucho que caminé; no estaba del todo a salvo.

Por instantes, conforme corría por mi vida, temí por el bienestar de Matu y Kiwi, pero no podía regresar para ayudarles, por mucho que lo quisiese. Por ende, me limité a rogar a Dios en mis pensamientos que los mantuviese a salvo, aunque a lo lejos, cerca del hotel del señor Long, algunas edificaciones empezaron a sucumbir; la tragedia de Watamu se intensificó y mis esperanzas se desvanecieron.

Con la sensación de vacío en mi pecho y las lágrimas brotando de mis ojos, corrí sin detenerme hasta que alcancé una zona despejada y desértica, aunque al cabo de unos minutos, reinó el terror en todos aquellos que nos refugiamos en ese lugar.

Llantos y lamentos se escuchaban por doquier, además de gente que se desmayaba ante la imposibilidad de controlar sus nervios. También había algunos heridos a los que me vi en la necesidad de atender primero; di gracias por haber estudiado medicina durante mi formación militar.

La carencia de insumos médicos me dificultó realizar un trabajo eficiente, pero al menos logré mantener con vida a aquellos que estaban en una situación grave; los paramédicos se centraron en la zona del desastre.

Aquel día, después de una inundación a causa de la lluvia, Watamu enfrentó la tragedia de un potente terremoto, lo cual me llevó a pensar en la posibilidad de un tsunami considerando la cercanía de la costa.

Debido a tal pensamiento, informé a todos aquellos que me rodeaban que se alejasen lo más posible de la costa y huyesen a lugares altos, pues cabía la posibilidad de ser víctimas de un tsunami.

La voz se corrió entre los extranjeros que no hablaban inglés, español ni suajili, por lo que al cabo de una hora, todos empezaron a movilizarse y cargar con aquellos que no podían caminar; era una escena desgarradora y esperanzadora al mismo tiempo.

Fue así como, después de varias horas de caminatas, en las que tomamos esporádicos descansos, llegamos a un pueblo cercano a una carretera.

Era un lugar comercial dedicado a la gastronomía local, por lo que la mayoría de los que tenían dinero compraron grandes cantidades de comida para repartir entre aquellos que no podían comprar nada.

Me habría encantado grabar la manera en que no importó la diferencia de clases sociales y color de piel, aunque al mismo tiempo, me desesperanzó que, solo por medio de la tragedia, fuésemos capaces de dejar nuestras diferencias a un lado.

En fin, considerando que en ese punto todos estaban a salvo y recibirían ayuda de los lugareños, me centré en un sujeto que estaba por subir a un camión; no dudé en acercármele y preguntarle cuánto me cobraba por llevarme a Nairobi.

El precio lo consideré excesivo, pero no me importó con tal de llegar a la capital keniana y lograr mi objetivo, así que de la maleta saqué uno de los relojes de lujo que hurté en la villa del señor Long y se lo ofrecí a modo de pago.




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