Silencio
.
El primer rayo de sol se colaba por la ventana del desván, polvoriento y pálido, pero era sol al fin. Elías yacía en el suelo, temblando, no por el frío que ya cedía, sino por el shock postraumático. Cada célula de su cuerpo gritaba que lo que había vivido era real. El olor dulzón aún impregnaba el aire, un recordatorio fantasmal de la visita.
Un golpe seco en la puerta principal lo hizo saltar. No era el golpe monstruoso del Eco, sino un llamado firme y humano de una autoridad.
—¡Señor! ¿Se encuentra bien? ¡Abra, es el Sheriff Mills!
Con las piernas aún de gelatina, Elías bajó las escaleras. La puerta principal, marcada con profundos arañazos que no estaban ahí el día anterior, crujió al abrirse.
Afuera, el Sheriff Ben Mills, con su gabardina y su sombrero empapado, lo observaba con severa preocupación. Detrás de él, un pequeño grupo de vecinos curiosos, entre ellos el viejo Walter, el dueño de la ferretería, un hombre de espalda encorvada y mirada penetrante que siempre había vivido en Duskwood. Y que Elías se encontró en la tienda, la mañana anterior, quién le dio el pésame por la muerte de Agnes.
—Dios santo, muchacho —murmuró el Sheriff, su mirada de arriba abajo en Elías, cual estaba pálido y desencajado, pasando a los arañazos en la puerta—. La tormenta debió haber sido feroz por aquí. El roble...
—¡No fue la tormenta! —cortó Elías, su voz ronca por los gritos de la noche anterior y el miedo. Los ojos mostraban una urgencia desesperada—. Fue... Eso. Del bosque. La cosa. Mi abuela... Ofrenda… Pacto.
Un vomito errático de palabras salió de la boca de Elías.
La palabra —pacto— cayó como una losa, dejando un silencio. Los murmullos de los vecinos cesaron de golpe. El Sheriff palideció ligeramente, una sombra de comprensión, de miedo, cruzando su rostro.
Pero fue el viejo Walter quién dio un paso al frente. Su mirada ya no era la de un anciano inofensivo, sino la de un hombre que cargaba con un secreto de por vida.
—¡Cállate, muchacho! —susurró Walter, con una voz áspera pero no desagradable, cargada de una fatiga infinita—. No hables de eso en la calle.
El Sheriff asintió lentamente, recuperando la compostura. —Walter tiene razón. Vamos dentro, Elías. Necesitas sentarte. Y un trago.
Minutos después, Elías estaba en la cocina, con un vaso de whisky en la mano que no recordaba haber aceptado.
El Sheriff y Walter estaban con él. La puerta, cerrada. La multitud ya se había retirado.
—¿Saben? —preguntó Elías, mirando fijamente el líquido ámbar—. ¿Saben lo que pasó aquí anoche? ¿Saben lo que mi abuela hacía?
Walter suspiró, un sonido que parecía venir desde lo más profundo de los años que tenía encima.
—No solo lo sabíamos —dijo, con amargura—. Dependíamos de ello. El Pacto de la Cosecha no era solo de los tuyos, muchacho. Era de todo Duskwood.
La revelación le golpeó como un puño en el estómago.
—Hace más de un siglo —continuó Walter—, el pueblo se moría. Las cosechas se pudrían, el ganado enfermaba, los niños... desaparecían en el bosque. Los primeros habitantes hicieron un trato con lo que habita en el Bosque Viejo. Una ofrenda anual, una vida, a cambio de paz y prosperidad para el resto. Al principio, se elegía por sorteo. Pero con los años, el peso cayó sobre unas pocas familias que... tenían el don de contenerlos. Tu familia, los Blackwood, era la principal. Los Henderson y los McLeod, también. Pero los Henderson que conocían el pacto se extinguieron hace décadas y los McLeod que hace mucho no cooperan, cobardes, dejando toda la carga sobre Agnes.
Elías lo miraba, horrorizado. No era una maldición familiar. ¡Era un sistema! Un sacrificio ritual en el que todo el pueblo era cómplice para su propio beneficio.
—Mi abuela... ¿no estaba loca? —murmuró Elías, más para sí mismo.
—Estaba atrapada, como su padre antes que ella —dijo el Sheriff, con voz sombría—. Mantenía a raya a los Ecos. Su vela y su... sacrificio... mantenían el velo cerrado. La tormenta de anoche, el árbol... eran advertencias porque la ofrenda de este año no se había hecho. Agnes murió antes de poder... prepararla.
Los ecos, Elías los escuchaba como si fuera varias cosas, y solo era uno el que entro en la casa ayer. Talvez eran varios, pero Elías creía que no, solo era uno, esa cosa, esa entidad era lo suficientemente grande y poderosa para contener el pueblo en su inicio.
—¿Y quién era la ofrenda este año? —preguntó Elías, casi sin querer saber la respuesta.
Walter y el Sheriff intercambiaron una mirada cargada.
—No había una elegida —susurró Walter, sus ojos ancianos llenos de un miedo renovado—. Por eso la furia del Bosque fue tan grande. Y por eso... anoche no se llevaron a nadie. El pacto se ha quebrado. Después de más de cien años, la Cosecha ha fallado.
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier grito. Elías comprendió la magnitud de su —victoria—. No había escapado a una maldición personal. Había desatado una maldición a todo el pueblo.
—¿Y ahora? —preguntó Elías, su voz apenas un hilo—. ¿Qué pasa ahora?
#701 en Thriller
#316 en Misterio
#208 en Paranormal
historia corta de misterio, sustitucion pactos misterio folklore, pueblo rural
Editado: 02.11.2025