La Ofrenda del Pacto Ancestral

Capítulo 7

La Cosecha de los Culpables

La “paz” que siguió a la noche de Halloween fue una mentira frágil y delgada como el hielo en un charco podrido. Las horas del primero de noviembre se deslizaban por la ventana, Elías, encerrado en la casa de su abuela, podía sentirla resquebrajarse.

El pueblo de Duskwood no se recuperó; se pudrió desde adentro.

Las horas pasaban y la vida del lugar, poco a poco dejaba ver las actividades del día a día. las personas que se amontonaron en la puerta a primera hora del día, habían dicho cosas no eran completamente verdaderas. El sheriff y el viejo Walter no volvieron tocar la puerta de la casa de Agnes.

Los susurros y murmullos de los hombres y mujeres de Duskwood llegaron hasta Elías, la primera en hablar fue la señora Henderson. Heredando ese apellido de su madre soltera, una que según las palabras de los visitantes de la mañana era ignorante de todo. Que gritaba que su gato, un animal viejo y astuto según rumores, apareció muerto en su porche, congelado en un bloque de hielo puro en el pasar del día que no había bajado de los cinco grados.

—Lo miró—, balbuceó a quién quisiera escucharla, sus ojos desorbitados. —Lo miró desde el bosque, con esos ojos de fuego, y el pobre animal... se heló desde adentro hacia afuera.

Elías desestimo ese comentario, ni si quiera miro a la señora Henderson cuando la escuchó decir eso cerca de la pequeña tienda a horas de la tarde, con la compra de su comida del día. Tenía que alimentarse, y comprar suministros, no sabía si esa cosa aparecería de nuevo.

Luego fue el turno de los niños.

La pequeña Lily McLeod juró que un —Hombre muy flaco y elegante— la observaba desde el límite del bosque cuando volvía del colegio. Le ofrecía caramelos que brillaban con una luz pálida. Los padres ahora acompañaban a sus hijos, y Elías solo suspiro, algunos vecinos decían que todo estaba siendo silenciado. Ya los niños no jugaban cerca del Bosque Viejo. Sus risas habían sido reemplazadas por un silencio vigilante.

Elías se convirtió en el chivo expiatorio perfecto.

Sus intentos de explicar la verdad, de hablar solo alimentaron el miedo y la ira. Así que dejo de explicarse. Parecía que no importaba que la gente solo quería oír lo que deseaban.

A los tres días, hubo una reunión, lo cual sorprendió un poco a Elías, escuchó lo que decían todos, estaba sentado hasta atrás, casi oculto cerca de las vigas de la puerta.

—¡Él lo provocó! —, gritó el hijo del Sheriff, un joven impetuoso llamado Jake, en la reunión de la iglesia que se convirtió en un juicio popular.

—¡Mientras la vieja Agnes cumplía, estábamos a salvo! ¡Él quebró el pacto y ahora la Bestia viene por todos nosotros!

Walter y los más viejos guardaban silencio. Su complicidad era un peso que los hundía en sus asientos. Ya no había sabiduría en sus ojos, solo un terror cansado y la vergüenza de saber que habían entregado a una de los suyos, y que no había sido suficiente.

La gota que colmó el vaso fue el pozo de los Miller. Amaneció seco. No gradualmente, sino de la noche a la mañana, como si algo hubiera bebido toda el agua de un solo trago. Y alrededor del brocal, la tierra estaba cubierta de una escarcha negra y crujiente que despedía ese olor dulzón que Elías conocía demasiado bien.

Decidió salir, no ganaba nada escuchando los lamentos y los gritos sin sentido de todos los descendientes que ahora sabía quedaban de las familias antiguas del pueblo maldito.

Agnes debe de estar tan intranquila en el más allá.

Regresando a la casa, Elías solo negó. Esa casa solo malos momentos le hizo pasar, su futuro trabajo aun le esperaba, su lógica poco a poco estaba regresando. Debía de irse de ese lugar, ya no debe de importarle si las personas le creen lo que vio o no. no desea ser parte de un lugar tan podrido como ese pueblo.

La turba se formó al atardecer.

No eran muchos, pero llevaban la desesperación en los ojos y en las manos las armas necesarias. Jake Mills los lideraba, con la furia juvenil cegándolo a cualquier otra verdad.

Elías los vio acercarse desde la ventana. No sintió miedo esta vez, sino una profunda y amarga resignación. Había intentado advertirles, pero ellos no querían soluciones. Querían un sacrificio. Necesitaban creer que podían volver a controlar el horror, como lo hicieron sus antepasados.

Golpearon la puerta, pero él ya la había abierto. Se quedaron paralizados un momento, sorprendidos por su pasividad.

—¿Vinieron a llevarme al matadero? —preguntó Elías, su voz serena, mirando más allá de ellos, hacia el Bosque Viejo que se teñía de púrpura con el crepúsculo.

—Vinimos a que arregles lo que rompiste —espetó Jake, blandiendo una escopeta.

—¡Yo no rompí nada! —respondió Elías, con una sonrisa triste y un deje de ironía en su voz—. Solo me negué a ser la cena. El hambre de esa cosa es más grande que yo. Siempre lo fue. Ustedes solo son los siguientes en el menú.

Sus palabras, en lugar de disuadirlos, los enfurecieron aún más. Fue el viejo Walter quién, emergiendo de entre la multitud con una cuerda en la mano, puso fin al altercado.

—Es inútil, muchacho —dijo, y su voz en sintonía con el crujir de la misma cuerda—. La Cosecha debe realizarse. Es la única manera. El pacto... debe restablecerse.




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