Alexandra desapareció por una puerta de metal pintada de blanco y caminó por pasillos iluminados hasta llegar a la Sala Magna. Allí estaba su padre, leyendo un libro gastado.
—¿Padre?— llamó ella.
—¡Alexandra! ¡Hija!— exclamó él, abrazándola cálidamente. Cada vez que llegaba era así, porque cada vez que partía, era como si nunca más fuera a regresar. Su padre aún no se acostumbraba a que ella supiera sobrevivir fuera de la Morada.
—¿Cómo ha ido todo?— preguntó él.
—Muy bien, el Vigía perdido está aquí.
—¿Sabía él de nosotros?
—Desde luego que no, fue un encuentro casual. Ni siquiera sabía que era él hasta que se identificó. Te lo enviaré cuando esté presentable.
—Excelente. ¿Algún problema con los gorgs?
—Tuvimos dos encuentros con ellos, pero todo resultó bien. Lo buscan a él, quieren matarlo.
—Me lo imagino.
—Tal vez tengamos a esos inmundos rondando por aquí.
—Advertiré a los centinelas.
Alexandra asintió gravemente.
—¿Qué estás leyendo?
—Asimov.
—¿Y qué es lo que dice?
—Deberías leerlo. Habla de que la historia es predecible matemáticamente.
—Me pregunto si habrá predicho esto— murmuró ella.
—Yo me pregunto si habrá predicho lo que pasará después de esto.
—Espero que la teoría de los ciclos sea cierta y que salgamos de esta decadencia.
—Desde luego, mi querida, nosotros estamos construyendo el nuevo mundo, la nueva civilización.
Ella asintió, seria.
—Será mejor que vayas por el Vigía, ansío conocerlo— dijo él, cambiando de tema.
—Claro— dijo ella, y se retiró.
Cuando llegó a la sala de entrada, Art estaba listo para la entrevista, aunque no entendía aún qué era aquel lugar.
Alexandra lo guió hasta su padre y los dejó solos.
—Bien— comenzó el anciano, aún con el libro de Asimov en las manos—. Me dicen que eres el Vigía perdido.
—No estaba perdido, sino solo— protestó él. No sabía bien quién era aquel viejo, pero actuaba como alguien que tiene autoridad. Inclusive llevaba una chaqueta de cuero que era una réplica exacta de la suya, excepto por unas insignias en el hombro derecho.
—Nunca estuviste solo— dijo el viejo—. Estuve siguiendo tus pasos todo el tiempo, pero te perdí cuando incendiaron tu escuela. Pero no puedes quejarte, envié a mi propia hija a buscarte. Aunque la pobre no pudo reconocerte, igualmente estás aquí y eso es lo que importa.
—Pero... ¿quién es usted?