La Orden de los Vigías

PARTE 9

Entretanto, Carla se había alejado de aquella sala llena de muerte por los ductos de aire, muy a su pesar, pues hubiera deseado quedarse a ayudar a Art. Por suerte, su raciocinio le había ganado a su corazón, y fue así como se dio cuenta de que el quedarse sólo habría provocado que hubiese dos prisioneros en las mazmorras en vez de uno. Comprendió que estando ella afuera, los dos tenían más posibilidad. Ahora sólo tenía que pensar en cómo liberar a Art y escapar de la Morada, tarea nada simple.

            —Alexandra— pensó Carla—. Ella me ayudará. Siempre ha sido mi amiga, no me puede fallar ahora.

            Carla, en su inocencia, no comprendía aún que había cosas más allá de la lealtad de una amistad: Alexandra era la hija del Vigía Mayor.

            La cocina estaba desierta, las labores habían terminado y todo relucía con un brillo que superaba lo que se hubiera podido esperar. Carla se felicitó por haber desandado el camino sin tropiezos y descendió por el boquete. Ajustó la rejilla nuevamente y se dirigió sin demora a la habitación de Alexandra. Golpeó casi tímidamente, y Alexandra abrió la puerta, lanzándole una mirada entre sorprendida y curiosa.

            —¿Puedo pasar un momento?— preguntó Carla.

            —Desde luego— respondió Alexandra—. Pero... ¿no se supone que debes estar durmiendo? ¿Has pedido permiso al Mayor para deambular a estas horas por los pasillos?

            —Alexandra...— comenzó Carla, revolviéndose las manos nerviosamente y tratando de ordenar sus ansiosos pensamientos para explicar la situación lo más clara y convincentemente posible—. Hay algo que debo decirte... es un poco largo...

            —¿Estás en problemas?

            Carla asintió con la cabeza:

            —Necesito tu ayuda.

            Alexandra escuchó toda la historia. Carla omitió la incursión en la biblioteca y el robo del libro y aquellos papeles con dibujos, y puso mucho énfasis en el hallazgo del cadáver de su amiga.

            —¿Estás segura de que era Lianne?

            —Absolutamente. También era tu amiga, ¿recuerdas?

            Alexandra suspiró:

            —Lo que me cuentas es imposible— sentenció—. Todo esto es producto de tu imaginación.

            —No he imaginado nada— protestó Carla.

            —No me gusta nada tu juego, Carla.

            —Te digo que no es ningún juego. Si no me crees, puedes revisar esa habitación, incluso puedes ir hasta las mazmorras y comprobar que Art se encuentra allí en algún lugar, encerrado por haberlo descubierto todo, si es que no lo han matado ya.

            —Art está descansando en su habitación.

            —Ve hasta allá y compruébalo por ti misma— la desafió Carla.

            —No, no saldré a merodear por ahí, es hora de dormir.

            —Por favor Alexandra, ayúdame. ¡Vamos! Tú has estado muchas veces allá afuera en el desierto, conoces el mundo de afuera, tu mente tiene que estar más abierta que la de todos nosotros. Piensa...

            —Cada vez que salgo al desierto, encuentro más motivos para regresar aquí. Eres muy joven y no entiendes que estás viviendo en un paraíso, en la civilización.

            —Un paraíso de mentiras— respondió Carla—. Prefiero las cosas de frente.



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En el texto hay: historiacorta, postapocaliptico

Editado: 10.08.2018

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