La Orden de los Vigías

PARTE 11

—Él va a matarla— comentó Art con tristeza mientras avanzaban por la nada.

            —Es su propia sangre, ¿crees que se atreva a tanto?

            —Es un hombre muy malvado.

            —Pero ella es una mujer muy inteligente.

            —De eso no me cabe duda.

            —Entonces, no dudes de ella. Lo hará bien.

            —Eso espero.

            —¿Qué me dices de nosotros Art?

            —¿Qué quieres que te diga, mi querida?

            —Bueno, para empezar, ¿hacia dónde vamos? ¿a la ciudad?

            —Sabes que no puedo regresar allí.

            —¿Entonces?

            Art suspiró:

            —Vamos hacia donde yo me dirigía en un principio, antes de que Alexandra me encontrara.

            Por un buen rato, Art no dijo nada más, y Carla no insistió en saber el punto de destino de aquel viaje. Poco le importaba saber el lugar a donde iban, después de todo, ella no conocía el desierto, y cualquier lugar que no fuera la Morada le venía bien por el momento.

            El desierto se extendía más allá de lo que Carla nunca había imaginado, y el sol comenzaba a calentar la arena, de modo que el avance se hacía cada vez más penoso. Aquella gran extensión de arena y rocas le causó una sensación de soledad y desprotección casi insoportables, pero nada dijo. Trataba de ser fuerte, Alexandra había sido su modelo. De pronto se detuvo, ya no podía más, nunca en su vida había caminado tanto, y menos en un clima tan hostil.

            Art, que la observaba de reojo cada tanto y admiraba su valor, pues adivinaba que todo aquello no era fácil para ella, la vio detenerse, y de inmediato, sacó una cantimplora de la mochila y le dio a beber. Ella tomó el agua sin decir palabra y agradeció el gesto de él con una sonrisa.

            —¿Te agradan los niños?— le preguntó Art de pronto.

            —Creo que es justo amarlos— respondió ella con sinceridad.

            —¿Justo?— dijo él, desconcertado.

            —También yo fui niña y me gustó que me cuidaran y me amaran, así que creo que mi deber es hacer lo mismo con los niños que han nacido después de mí.

            Art rió ante aquel razonamiento:

            —¿Y qué piensas de los niños de raza pura de la Morada?— quiso saber.

            —Siempre pensé que estaba bien que hubiera una raza privilegiada, sobre todo porque yo formaba parte de ella, pero ahora me doy cuenta de que las normas de la Morada le competen solo a ella. Creo que las cosas afuera son distintas. Todo es difícil para mí: es difícil asimilar que crecí en una mentira, es difícil poder ver la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal...

            —A mí no me parece que tengas muchas dificultades al respecto— comentó Art.

            —Si eso es verdad, es gracias a ti. Si no hubieras llegado a mi vida, nunca habría descubierto la verdad.

            —Eso es mentira: tenías pensado huir aún antes de que yo llegara.

            —Pero nunca habría tenido las agallas para realizarlo sin tu ayuda.



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En el texto hay: historiacorta, postapocaliptico

Editado: 10.08.2018

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