La Orden De Ónofre - El Despertar

CAPITULO 2

Me desperté por el reflejo del sol que entraba por la ventana, no recuerdo en qué momento había logrado conciliar el sueño. Me acerco a la ventana y río por dentro.

- Parece mentira que ayer el cielo se caía abajo y hoy este semejante gordo anaranjado fuera – dice cantante mi madre apoyada el marco de la puerta de mi habitación.

Le doy una sonrisa en forma de respuesta y me siento en la cama. Tomo mi celular y reviso si hay mensajes. NINGUNO. Bostezo y extiendo mis brazos hacia arriba estirándome, y me dispongo a levantarme.

Paso por la puerta y deposito un corto beso en la mejilla de Beth, el cual recibe con una alegre sonrisa.

Ya en la cocina, mientras ella prepara el desayuno, busco en el celular algún tipo de “información” acerca de mi anterior instituto, y que mejor para ello que las redes sociales. Pero aquí es donde viene el inconveniente, y es que FUI BLOQUEADA, es decir, mi cuenta fue bloqueada. Por lo que no puedo ingresar, obtener noticias ni ponerme en contacto con ningún compañero siquiera, aunque tampoco querría contactarme con alguno de ellos.

Suspiro de cansancio y me dedico a ayudar a Beth a poner la mesa. Me sirvo una taza bien cargada de Café y agarro una tostada con manteca.

Beth me mira atenta antes de lanzar su pregunta - ¿Ninguna novedad…? – se a lo que se refiere.

Suspiro pesadamente y meneo la cabeza en forma de negación. Ella hace lo mismo, pero de manera positiva, como recibiendo el mensaje de “No me apetece hablar de ello ahora”, aunque le agregaría “ni nunca” a esa frase.

Luego de eso, seguimos desayunando mientras hablábamos de trivialidades, hasta que llegó el momento que más detestaba, el de quedarme sola mientras ella se iba a trabajar.

-Nos vemos en la noche cariño- dijo y luego deposita un beso en mi frente. – Si necesitas algo, llámame – dijo antes de irse.

Una vez sola, me dirijo al rellano, conecto mis auriculares en el celular para escuchar música mientras veo hacia la calle, haciendo el vano intento de no pensar demasiado, aunque claro, es casi imposible.

Desde que llegué no he hablado con nadie que no sea mi madre, su supuesto amigo Dante – el que ayudó con la mudanza-, no había hecho acto de presencia todavía, y sumado a que mi entrada en el actual instituto se postergó una semana más, tenía demasiado tiempo para aburrirme en casa.

Camino hacia el espejo del baño y me miro horrorizada en el espejo, mi cabello todo desordenado y mis ojeras debajo de los ojos, más pronunciadas de lo que normalmente las tengo. Eso me pasa por dos razones. La primera, dormir con el pelo húmedo, y la segunda por no haber dormido como corresponde.

Abro la ducha y decido pegarme un baño. Antes de entrar, coloco algo de música con mi celular, y comienzo a cantar mientras dejo que el agua caiga primero sobre mi pelo y luego sobre mi cuerpo.

 Salgo envuelta en mi bata y con una toalla envuelta en mi cabeza hacia el cuarto y abro el placar para ver que me pondría.

Agarré unos jeans azules oscuros ajustados, una blusa y un sweater suelto color rosa, por arriba un saco de paño color melange y en los pies, me coloco unas botas taco bajo, al estilo tejanas, del mismo color.

Me dirijo al espejo del baño y empiezo a hacer magia. Me seco el pelo dejándolo caer naturalmente por debajo de los hombros, armándose unas pequeñas ondas en las puntas. Tomo el delineador y trazo unas finas líneas alrededor de mis ojos para resaltarlos, aplico la mascara de pestañas y el corrector para esas manchas negras llamadas ojeras, y por último un poco de brillo en los labios.

 Echo un último vistazo a mi apariencia ahora, y quedo sumamente conforme con el resultado.

Tomo mi celular y lo coloco en el bolsillo trasero del pantalón. Bajo hacia la cocina y saco el dinero que me había dejado mi mama y lo guardo en el bolsillo de al lado. Tomo las llaves de la casa y me voy caminando, ya que Beth se llevó la SUV.

Mientras voy andando, me pongo a observar el paisaje. El vecindario parecía una zona residencial, si bien las casas no eran lujosas, casi todas tenían la misma fachada que la mía. Algunas tenían cerco, otras solo un jardín abierto antes de la entrada principal.

Al dar la vuelta a la cuadra, comienzo a sentir una sensación extraña, como si alguien me estuviera siguiendo, como si me estuvieran observando. Volteo para ver si hay alguien detrás, pero estoy sola. De repente, caigo en cuenta que estaba parada en el mismo lugar en el que estaban aquellas sombras. Quedé inmóvil unos cuantos segundos debatiendo si regresar a casa o seguir andando, pero mi cuerpo actuó más rápido que mi cabeza y seguí caminando -casi corriendo-, y suspiro aliviada de ver una biblioteca.

Al entrar, quedo asombrada por lo grande y tenebrosa que era, comienzo a recorrer los largos y angostos pasillos, viendo de reojo los libros que posaban en los estantes, mientras era guiada por más pasadizos gracias a las tenues luces que alumbraban el lugar.

Mientras más recorría, más asombrada estaba. He ido a otras bibliotecas y no tenían siquiera la mitad de libros y estanterías que estas. Había más libros que personas en el pueblo, de eso estaba segura. Las repisas parecen llegar hasta el techo, y todas ellas, que seguramente son más de cien, repletas de estos, viejos, otros más nuevos, algunos gigantes, otros más pequeños, pero cientos y cientos en fin, y si bien no era muy fanática de la literatura, me gustaba leer de vez en cuando alguna novela.



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En el texto hay: fantasia, misterio, romance

Editado: 30.01.2020

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