Al entrar, prende un pequeño interruptor que alumbra una escalera en bajada.
Voy detrás de ella, pisando aquellos viejos escalones llenos de polvo, cuando el olor a humedad inunda mi nariz.
– Por aquí – señala una mesa de escritorio en muy mal estado y polvorienta, junto a un par de sillas enfrentadas – toma asiento.
Observo atenta alrededor. Esto parecía ser algún tipo de oficina, pero a juzgar por el estado del lugar, deduzco que hace mucho nadie viene por aquí, ni siquiera los chicos.
– Bien… – tomó un portarretrato de un cajón y limpiando el cristal me lo pasa. – ¿Reconoces a alguien de aquí?
Lo tomo y se echa en el respaldar, mostrándose tranquila. La miro unos segundos antes de enfocarme en la imagen.
– La verdad es que no, lo siento – se lo regreso, pero lo rechaza.
– Una vez más Emma, mira fijamente por favor, no desvíes la atención de la foto. Como dicen “una imagen vale más que mil palabras” – su voz era suave, templada, relajada.
Se para de su asiento, rodeándome y tirando de mis hombros hacia atrás – relájate, no estés tensa – ahora me doy cuenta… estaba haciendo algún tipo de hipnosis, pero no era nada comparado con el que padecí anteriormente.
La voz de Samanta iba bajando cada vez más, hasta convertirse en susurros casi inaudibles, y los ojos comenzaban a pesarme. La fotografía parecía empezar a cobrar vida. Primero comenzaron a moverse sutilmente las figuras, luego empezaron a oírse ruidos mezclados con voces.
– Comienzas a oírlos ¿verdad? – susurra. Embobada, solo asiento con la cabeza. – Entonces es hora – me empuja hacia adelante, dándome un impulso y despertándome.
Minutos después estaba dentro de la imagen. Los colores iban intensificándose poco a poco, saliendo del sepia.
Frente a mí, se encontraba un grupo de personas, las mismas que estaban en aquella fotografía. Caminé hacia ellos, pero parecían no verme. El fotógrafo se estaba retirando con un equipo viejo, mientras los allí presentes, ahora estaban hablando.
Me acerco para oírlos mejor ya que estaba un poco alejada todavía; Parecían estar discutiendo.
– Padre, no es momento de ser orgullosos, necesitamos el apoyo de Kaiser. Ya mataron a la mitad, si las cosas siguen avanzando a este ritmo… me temo que no van a ser los únicos. – comenta el rubio oscuro, cuya cara me resulta algo familiar.
– La mitad, que vaya causalidad, eran todos humanos – Un hombre de piel blanca, ojos marrones y pelo castaño, intervino en la comunicación.
- Dante, ya hablamos de eso hijo. Kaiser no es de fiarse, juega bastante sucio – un hombre anciano, sentado en una silla de ruedas, con sus manos temblorosas que descansan sobre sus piernas.
- Aparte fue uno de los que más negado estuvo con este trato. – refuerza una mujer castaña, pelo lacio hasta la cintura y ojos verdes.
- Piensa Dante ¿Quién se beneficiaría con la situación? Es muy sospechoso – refuerza nuevamente el pelinegro.
- ¿Acaso tienes pruebas de que fue él? – habla a la defensiva mi tío.
- Si las tuviéramos ¿Seguirías con aquella idea? – le contesta nuevamente
– ¿Acaso me éstas acusando de algo? – sonaba indignado.
- Nadie está acusando a nadie. – Exclama quien creo que fue mi abuelo - Solo creemos que es prudente esperar y ver que pruebas consigue Zenón. Si resulta inocente, prometo que TODOS – hace énfasis – tendremos en cuenta la propuesta de Kacius.
- Solo esperas que mi hermano venga para dictaminar su punto de vista. Siempre haces lo que dice Zenón. Nunca me escuchas, yo también soy tu hijo – le reprocha.
- Zenón y tu son mis hijos, eso nunca va a cambiar. Sin embago, esto no depende solo de mi, ni siquiera de tu hermano, depende de todos. Para cuando él vuelva, entonces, volveremos a hablar sobre el tema y votaremos. Es mi última palabra – sentencia el anciano. El resto, salvo Dante, asienten en acuerdo.
– Lo siento padre – baja la cabeza – por ti y por todos los presentes – una sonrisa diabólica se dibuja en su rostro.
En ese preciso momento, un montón de sobras encapuchadas, comienzan a salir del suelo y empiezan a ahorcar a todos en el lugar. Primero luchan por salirse de su agarre, aunque pronto van cayendo inconscientes.
– Díganle a Kaiser que aquí ya terminamos, aunque de mi hermano, me ocupo yo. – Las sombras asienten y desaparecen entre las paredes. Dante toma un cuchillo que tenía guardado entre el pantalón y su camisa, acercándose a mi abuelo.
– Es una lástima que no puedas estar para presenciar esto, padre. Esos humanos se lo buscaron. Ahora, que el pacto está roto, somos libres de hacer lo que querramos. De una buena vez por todas es hora que se den cuenta que somos una raza superior – infla su pecho con orgullo.
- Te equivocas hijo – tose ante el esfuerzo que le implicaba hablar – siempre habrá más gente dispuesta a respetar y cumplir el pacto. Ellos, te detendrán…
Dante gruñe ante aquellas palabras y luego degüella su cuello mientras de su boca exclama “JAMAS.”