La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 6

—Tranquila, no te haré daño —pronunció el chico con una voz demasiado pausada. Una calma que no fue capaz de contagiarme, pues seguí absorta en el aura de temor que me embargaba—. Te lo prometo, de verdad —continuó intentando acercar sus manos a mis pies, los cuales hice retroceder en un acto reflejo. En consecuencia, él pareció comprender la gravedad del asunto y desechó el intento de acercarse de esa forma.
Permaneció unos segundos inmóvil, supuse que me observaba sin saber bien cómo actuar. Mientras, mis nervios seguían a flor de piel. El transcurso del tiempo no había logrado disipar el miedo. Escuchaba sus palabras como si estuviese a kilómetros de distancia de mí, como un sonido lejano que no llegaba a calar en mi interior. Me sentía recluida, cohibida, sin fuerzas para volver a la realidad o a la ficción, porque si de algo estaba segura era que no podía confiar en nadie. Entonces un canto melódico llegó hasta mis oídos, y como si me convirtiese en presa de su voz, alcé mi cabeza para encontrarme con aquellos ojos grises que irradiaban paz y tranquilidad. La calma llegó a mí, aunque continué quieta como si me hubiese quedado cautivada por la magia de esa melodía.

Tranquila mi niña
No tengas miedo
Que yo te protejo
De los malos sueños.

Tranquila mi niña
No tengas temor
Que yo te protejo
Con mi corazón.

Mi vista se posó sobre la suya, mis lágrimas comenzaron a cesar al mismo tiempo que las suyas brotaban de sus ojos. Aquella nana sirvió para lograr su objetivo, a pesar de que el efecto provocado en Iván fuese justo el inverso. Algo escondía, él podría negarlo pero sus ojos no. Si algo me caracterizaba era la facilidad para leer a los demás a través de sus miradas, y observando la suya la hipótesis que ocupaba mi mente no tenía cabida. No quería hacerme daño, la oscuridad que ocultaba su mirada iba más allá de la posibilidad de cometer actos impuros. Nada tenía que ver con los ojos intimidantes que me perseguían haciendo de cada sueño una pesadilla.
—Deberías darte una ducha, eso te ayudará —concluyó, ladeando la cabeza y rompiendo así el contacto visual. Yo, que ya me encontraba más repuesta, simplemente asentí. Un baño de agua tibia refrescaría mi memoria y disiparía los malos augurios.
De modo que tomé la ropa necesaria para cambiarme y me dispuse a bañarme. Como llevaba haciendo estos días, dejé la puerta del aseo entreabierta. Al principio dudaba de que Iván pudiese invadir mi espacio personal atentando contra mi intimidad, pero no fue así. "Quizá no debía tenerle miedo, quizá fuese distinto", pensé para mí misma; "no podía confiar en nadie", contradije la primera idea. Conforme el agua cayó sobre mi cuerpo, los demonios que me atormentaban se fueron con ella por el sumidero. Ahora mis propias preocupaciones pasaron a un segundo plano y la incertidumbre acerca de lo que ocultaba mi compañero opacó el primer puesto. La tristeza de sus ojos y la añoranza tras la canción podían estar relacionadas con la chica de la foto, aquella desconocida que despertaba mi curiosidad.
Salí del baño, ya cambiada, y me dirigí al que desde hacía cinco días consideraba mi dormitorio. Las sábanas y el resto de la ropa de cama habían desaparecido, solo yacía el colchón y la almohada desnudos. Avancé hasta el pasillo y crucé la puerta que daba a la habitación del chico, que se encontraba acomodando su propia cama. Antes de que pudiera abrir la boca para rebatir su excesiva libertad para quitar mis sábanas, preguntar dónde guardaba la ropa de cama o decir un simple pero veraz "lo siento", el joven me invitó a entrar a su habitación. Tardé algo de tiempo en procesar su solicitud, los reproches de aquel día por colarme donde no debía se habían transformado en una invitación que me estaba produciendo cierto hormigueo en todo el cuerpo. Calmé mi ansiedad y entré al cuarto.
—Será mejor que te quedes aquí a dormir. He quitado las sábanas de tu cama y las he metido en la lavadora. Como no contaba con invitados, sólo tenía un par... Yo dormiré en el sofá —explicó tranquilo a la vez que hacía ademán de salir de la habitación.
—¡Espera! —elevé el tono de voz, reforzando con énfasis la que sería mi siguiente intervención—. Lo siento —agregué casi en un susurro.
—No hay nada que perdonar —trató de quitarle hierro al asunto.
—Por lo del otro día, no debí entrar aquí sin tu permiso y mucho menos rebuscar entre tus cosas... Ahh, y también lo siento por haber roto el... —y paró en seco mis disculpas, a lo mejor sabía hasta dónde quería llegar y simplemente no quería dar respuesta a mis preguntas.
—Estás perdonada, yo tampoco debí utilizar ese tono de voz tan de... —esta vez fui yo la que lo detuvo.
—...Tan de capullo —completé la frase, provocando que una sonora risa escapara de su boca.
—Buenas noches, Clara, ¡descansa! —se despidió él.
—Buenas noches, Iván —repetí el saludo pronunciando por primera vez su nombre. Nos intercambiamos una sonrisa y cada uno ocupó su lugar para dormir.
No sabía bien cómo interpretar lo ocurrido, cerré los ojos y un par de minutos después estaba en el séptimo sueño. Mentiría si dijese que eran sueños bonitos, pues no recordaba nada. Tal vez me hubiese protegido de mis pesadillas como decía su canción. Estaba claro que el protagonista de los mismos no era aquel monstruo de mirada intimidante que me perseguía desde hacía dos años.

∞∞∞∞∞∞

Desperté a la mañana siguiente radiante, hacía tiempo que no descansaba tanto y tan bien. Mi buen humor se hizo denotar y tarareé la primera canción que se me vino a la memoria. Al rato comprobé cómo un espectador me observaba desde el umbral de la puerta con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Hasta ese momento sólo me había percatado del color y la intensidad de sus ojos, pero ahora estaba descubriendo nuevos detalles en su rostro. Un lunar junto a su ceja partida, su cabello moreno peinado hacia atrás que le daba un aire de madurez y una barbita incipiente perfectamente recortada. Diría que rondaría sobre los veinticuatro años, aunque más bien podría tener veintitrés.
—Veo que has dormido bien —dijo al fin rompiendo el hielo.
—Sí —musité, dejando mi vena artística de lado—. Si no supiera que llevas usando esta habitación durante tanto tiempo, incluso me habría enfadado contigo por haberme dado la peor cama.
—¿Y cómo sabes que llevo mucho tiempo aquí? —me preguntó intrigado por mi enorme sabiduría.
—Pues porque es obvio —sentencié—. Yo solo he traído un poco de equipaje y tú tienes hasta fotografías en el cuarto...
—¡Qué observadora, por no llamarte de otra forma! —exclamó en un tono algo neutro.
—Admito que soy buena detective, pero no llego hasta tanto... ¿Por qué estás en el campamento en una cabaña separada del resto y no con los demás? ¿y por qué no vienes a terapia con el grupo? —proseguí con mi intento por resolver algunos de los muchos interrogantes que me surgían sobre él.
—Porque no vengo a terapia, esa es mi respuesta a tus dos preguntas —contestó, generando más dudas que otra cosa.
—Pero entonces, no entiendo nada... ¿por qué te han asignado como mi compañero si ni siquiera formas parte de esto? —enuncié, perdiendo la fe de obtener una contestación que arrojara algo de luz al asunto.
—Que no vaya a terapia no significa que no forme parte de ella —soltó con una risa irónica que despertó mi furia, la cual quedó perfectamente reflejada en mi semblante—. ¿Alguna otra pregunta?
—Sí... ¿Quién es la chica de la foto? —clamé, señalando el marco que contenía el retrato, ahora reconstruido y pegado tras el golpe que recibió por mi culpa.
—¡Vaya! Creo que ya has gastado el cupo de tus tres preguntas... Lo siento — gestualizó con los brazos a modo de disculpa.
—¡¿Pero quién te crees, el genio de la lámpara mágica?! —grité enfurecida, el muy idiota se había jactado de mí—. Y para tu información, un deseo no es lo mismo que una pregunta. Si me dieran a elegir, si pudiese cumplir un deseo, uno solo, no dudaría ni un segundo.
—¿Y qué desearías? —inquirió enigmático.
"Desearía que ese monstruo de mirada intimidante no se hubiese cruzado en mi camino. Sin él nada de esto hubiese pasado. Sin él no le tendría miedo a nada. Sin él no estaría aquí. Sin él no tendría a este idiota frente a mí en este preciso instante", me autorrespondí a mí misma en mi mente. Preferí callar, no sería al mismo idiota que tenía delante a quien le confiara mi más temido secreto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.