La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 10

A la mañana siguiente, Iván se negó a hablar del tema con la excusa de que él no era persona hasta que desayunara. Accedí a ello, pues tampoco quería iniciar una discusión cuando la noche anterior habíamos prometido no pelear. Además, supuse que si lo que decía era verdad, abordar dicha conversación con el estómago vacío podía sacar su carácter de capullo y tampoco era algo que me agradase. De modo que desayunamos sin abrir la boca más allá que con el objetivo obvio, a veces desviaba mi mirada buscando la suya a fin de detectar alguna señal que me indicase que tenía luz verde para hacerlo, pero nada. Con el castañeteo que sonó al dejar los platos y vasos en el fregadero, me armé de valor y no di más rodeos:
—¿Podemos hablar ya? —mascullé con cierta agriedad en mi tono de voz.
—Ve a cambiarte, te espero en cinco minutos en el jardín de atrás —sentenció saliendo de mi vista y sin dar opción a cualquier debate.
¿Siempre era tan imperativo y tan estricto con el tiempo? ¿Y si me apetecía salir en camisón en treinta segundos? Total, era en la parte trasera de la cabaña y nadie nos vería... ¿Qué más daba? Resoplé y acaté su orden. "No discutiríamos, no discutiríamos, no discutiríamos...", me repetí a la vez que me dirigía hacia mi dormitorio y sacaba lo primero que pillaba del armario. Me vestí con rapidez y cepillé mi pelo con delicadeza. Cuatro minutos y cuarenta y dos segundos después estaba en el jardín de atrás, tal y como habíamos acordado o, mejor dicho, tal y como el chico había impuesto.
Desde aquella perspectiva, el bosque parecía aún más frondoso y espeso. Bajo la rama de un árbol colgaba una rueda que parecía ser usada a modo de columpio, era lo único que decoraba aquel ambiente tan natural. Iván y yo nos sentamos en el escalón del rellano de la cabaña. Debía confesar que el aura que desprendía el bosque me transmitía algo de paz y tranquilidad, pero no más que sus ojos. La oscuridad de su mirada era hipnotizante, y la sensación de alivio que despertaba en mí me hacía sentir libre. ¡Qué irónico sonaba eso!
—Pregunta —exigió, mirándome con esos ojos grisáceos que me hacían ver más allá de la oscuridad.
—¿Por qué no me dijiste que trabajabas aquí? —formulé el primer interrogante.
—Trabajar no es la palabra correcta, soy voluntario —aclaró sin rodeos.
—Llámalo como quieras, lo que no entiendo es por qué no me lo dijiste —insistí ladeando la cabeza, estaba enfadada.
—¿Me habrías dejado ayudarte si te lo hubiese dicho? —esbozó girando la cabeza para mirarme a los ojos.
—Seguramente no, pero tampoco aceptaría tu ayuda por mucho que intentases venderme la idea de que lo hacías de forma altruista —le rebatí sin importarme lo cerca que estábamos de iniciar una discusión.
—¿De verdad piensas que te quiero ayudar por obligación? —contraatacó elevando el tono de voz—. Te dije que no discutiríamos —agregó más pausado.
—Y que no te comportarías como un capullo... Así que deja de fingir, pero, ¿sabes?, me da igual que intentes ayudarme porque te dediques a eso o que Jaime y Lucía pretendan hacerle ver a los demás que pueden superar sus miedos. Me da igual, porque en tres semanas cuando cumpla los dieciocho me iré de aquí —finalicé mi discurso levantándome del escalón y caminando hacia el bosque.
—¡Joder! ¡Clara! ¡Espera! —me rogó andando tras de mí.
—¡Vale! ¡Lo había olvidado! ¡No puedo ir sola a ningún sitio, no vaya a ser que me escape! —resoplé dando la vuelta y dirigiéndome de nuevo hacia la cabaña—. Tranquilo, que puedo volver yo solita a mi prisión —añadí al pasar a su lado.
—¡Basta! ¡Deja ya de comportarte como una cría! —me reprendió, cogiéndome del brazo. Parecía estar reviviendo aquel tenso momento cuando me colé en su habitación para buscar la llave, y lo supe en el instante en el que me quedé embobada en su mirada. La paz y la tranquilidad se apoderaron de mí—. Quiero ayudarte porque quiero hacerlo, no porque alguien me obligue. Si confías en mí, yo confiaré en ti. Y solo de esa forma, te dejaré salir... ¿Entendido?
—¿Y cómo sé que puedo confiar en ti? —cuestioné sin despegar mi mirada de la suya.
—Te lo demostraré... Yo siempre cumplo mis promesas, y prometí cuidarte como si fueses mi hermana —expuso recalcando el último término y soltándome a fin de dejarme ir. Al contrario, permanecí inmóvil digiriendo sus palabras.
Quería confiar en él, pero mi pasado pesaba más que mi futuro. El presente se me hacía aún cuesta arriba y la confianza no era algo irrelevante que pudiese otorgarle a cualquiera. Sólo me fiaría de él si no trataba de ocultarme nada, si me decía toda la verdad. Esa era la única premisa que, una vez cumplida, me permitiría decidir si era digno o no de mi confianza. Al fin y al cabo, no me dejaría llevar solo por la tranquilidad y la paz que me brindaba su mirada. Había oscuridad en ella, y si pretendía que creyese en él debía abrirme las puertas de su pasado. No obstante, yo no contaba con que él me presionara para inmiscuirse en lo que yo misma viví.
—Sólo podré confiar en ti si me cuentas toda la verdad —repuse casi en un susurro, dudando de si mis palabras habrían llegado con claridad a sus oídos.
—¿Y cómo sé que puedo confiar en ti? —me devolvió la misma pregunta que segundos antes yo había realizado.
—Si quieres ayudarme, tendrás que hacerlo —expuse con rotundidad, como si mi autoestima se encontrase en un punto álgido.
—Esto es cosa de dos, yo me sincero contigo si tú lo haces conmigo —me rebatió, desafiándome con la mirada.
—¡Claro! —dije en tono irónico—. ¿Y si hay cosas que yo no quiero contarte? —contraataqué, plantándole cara.
—Lo mismo digo... Solo queda una solución: Pregunta lo que tú también quieras responder —propuso Iván, que lo entendió como una idea brillante.
—¿Y cómo sé que no pretendes engañarme? —lo cuestioné. Todo en sí me generaba dudas, sencillamente miedo.
—¡¿Por qué desconfías tanto de la gente?! —exclamó al tiempo que volvía a sentarse en el rellano de la parte trasera de la cabaña.
—Tengo mis razones —dije sentándome a su lado—. ¿Por qué repites como voluntario todos los años?
—Veo que has estado investigándome —me chinchó, empujándome en el hombro. No entendí bien por qué lo decía con un tono tan amable, como si disfrutase de mi interés por él. Me entró el pánico al pensar que pudiese malinterpretar la situación como me ocurrió con Lucía.
—¡Qué menos podía hacer! No te hagas el interesante —aclaré con rapidez.
—Soy el genio de la lámpara mágica, normal que quieras saber de mí —bromeó jugueteando con las manos, con nerviosismo. Después procedió a dar respuesta a mi pregunta—. Empecé a venir por mi hermana, buscaba apoyarla para superar su depresión... Y seguí viniendo después de que... Ya sabes... —no quiso pronunciar el terrible desenlace—. ¿Y tú, por qué estás aquí? Quiero decir, ya sé que por obligación, pero ¿cuál es la razón?
—Para superar mis miedos, lo sabes de sobra... ¿Hace falta que te recuerde cómo te reiste de mí? —rememoré el traspiés del día de las presentaciones.
—No, no me reí de ti, no sé cuántas veces tengo que repetírtelo... Y no me refería a tus miedos, sino a la causa en sí —hizo hincapié en llegar al fondo de la cuestión.
—¿De verdad que no lo sabes? Pensaba que te pasaban mi currículum para ponerte en situación —sopesé si decirle la verdad o mentirle.
—¡No! —negó con la cabeza—. Algo puedo intuir, ¿alguien intentó hacerte daño, o propasarse contigo? —pronunció, como si estuviese midiendo las palabras. Probablemente sabía que verbalizar el motivo me rompiese el alma. Estaba equivocado, ya la tenía rota.
—No lo intentó, lo hizo —afirmé cerrando los ojos en un vano intento de evadir los pensamientos que azotaban mi cabeza.
De alguna forma estaba confesándole mi experiencia vivida, no quería ahondar en el tema pero la confirmación servía para borrar cualquier atisbo de duda. Desde ese momento, Iván conocía algo más de mi verdad. Sentía que estaba compartiendo algo muy íntimo con un desconocido, pero sus ojos grisáceos me reconfortaron. ¿Significaba eso que estaba aceptando su ayuda?




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