La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 11

—¡Joder! ¡Maldito hijo de puta! —bramó el chico, estallando de rabia al tiempo que yo lloraba con desesperación. Revivir aquella pesadilla en mi mente y no verbalizarlo no ayudaba a calmar mi inquietud, pero no me sentía capaz de confesarle toda la historia. La confianza era algo que debía cultivarse paulatinamente para dar sus frutos...—. Lo siento, de verdad que lo siento —agregó con la voz más calmada, agarrando mi mano con fuerza. En ese instante tal vez comprendió que su frustración solo incrementaba mi malestar, y por primera vez acepté su consuelo.
—Ese hubiese sido mi deseo, no cruzarme con aquel monstruo de mirada intimidante —resoplé con la voz quebrada, sintiendo la calidez de sus manos envolviendo las mías.
—El genio de la lámpara mágica no puede concederte un deseo de algo que ocurrió en el pasado —comentó de forma afable, acariciándome la mano.
—¿Pero y si el pasado es imposible de superar? —proseguí dubitativa.
—Si lo deseas, el genio te lo concederá —me sonrió, a lo que respondí de misma forma.
—Ya veo... Ojalá fuese tan fácil. ¿No te gustaría a ti olvidar el dolor y solo recordar lo bonito que viviste con tu hermana? —e Iván asintió con añoranza.
—¿No decías que tú también eras la genia de la lámpara mágica? ¿No me concederías ese deseo dejándome ayudarte a cumplir el tuyo, como si fueses mi hermana? —planteó, llevándose el asunto de nuevo a su terreno.
—¡No desaprovechas ninguna oportunidad, ehh! —expuse, oprimiendo con fuerza su mano en un gesto que lo descolocó—. Sólo te daré una oportunidad...
—Gracias, hermanita —apostilló con un brillo indescifrable en sus ojos.
—No me llames hermanita, sólo Clara —clamé sintiendo algo extraño dentro de mí al escuchar dicho término. Yo no quería que él me considerara su hermana, ni que tuviésemos una relación fraternal...
—Está bien, Clara —se esforzó con interés en pronunciar mi nombre.
—¿Cuál es tu lugar favorito? —continué soltando, esta vez definitivamente, su mano. Su contacto no me intimidaba ni me aturdía, pero tampoco debía acostumbrarme a ello.
—¿Qué? —cuestionó mi pregunta.
—Me toca a mí preguntar, ¿cuál es tu lugar favorito? —repetí, obviando su cara de asombro.
—Este —señaló la frondosidad del bosque con la palma de la mano—. Al principio a Sandra —pronunció por primera vez el nombre de su hermana con la voz entrecortada, se notaba que hacerlo era una ardua tarea para él—, tampoco le gustaba este sitio. Pero con el tiempo se convirtió en una vía de escape, su lugar seguro... Así que siempre que vuelvo es como reencontrarme con ella, con aquellos recuerdos bonitos, con su lucha por superar la depresión.
—Quédate con eso, no la juzgues por lo que hizo —comenté sin ahondar en un tema que sabía que sólo traería frustración, resentimiento y culpabilidad—. Pues, ¿sabes?, yo no tengo ningún lugar preferido. Si me preguntases cuál odio, lo tendría claro...
—¿En serio? ¿Y por qué has hecho esa pregunta? —rió tratándome como a una idiota, pero sin insistir en conocer cuál sería la opción inversa. Ambos habíamos asumido hasta qué punto podíamos profundizar en determinados temas.
—Sí, lo admito, soy idiota —me resigné a decir.
—No lo eres, Clara. Yo, por ejemplo, no tengo una comida favorita, me gusta todo. Y eso no significa que sea un idiota... Aunque a veces me comporte como un capullo —se esforzó en animarme.
—¿Por qué te comportabas conmigo como un capullo? —mascullé, buscando el motivo de crear esa coraza sobre sí mismo.
—Porque me daba miedo —dudó un segundo y ante mi comprensiva mirada, prosiguió—, era la primera vez que Ana me asignaba una compañera. Yo me negué, incluso lo entendí como un castigo, pero ahora he comprendido por qué lo hizo. Confiaba en mí.
—Yo tampoco he sido miss simpatía —solté una risita nerviosa—, y también me daba miedo abrirme con la gente. Es más, aún me aterra, y ni siquiera creo que pueda superar mis miedos.
—Empieza por confiar en ti misma, no solo me des una oportunidad a mí, sino a ti también —esbozó curvando sus labios.
En ese momento me percaté que algo en mi interior había cambiado, no podría confiar en los demás si no lo hacía en mí primero. Ese debía ser el primer paso, merecía darme una oportunidad, al fin y al cabo eso implicaba la capacidad de resiliencia. El dibujo que tatutaba mi piel así me lo confirmaba, un recordatorio de que las adversidades únicamente se erigían ante nosotros para probar nuestra fuerza de voluntad y de lucha, fobias que anhelaban ser superadas a fin de romper las cadenas del pasado y volar hacia el futuro, como lo hacían las mariposas trazadas en mi antebrazo. Las ganas, ganaban la partida...

Yo necesito ganas, no querer ganar
Y si algún día perdiese mi miedo a perder
Me duele haber corrido para no llegar
Ahora sé que el camino es la meta, también

Ya me crecieron miedos que nunca eduqué
Y me sé las respuestas, por no preguntar
Ya sentí como nadie, cuando tuve el bien
Y lloré como todos, cuando algo se va

Nadie te enseña a ser fuerte, pero te obligan
Nunca nadie quiso un débil para confiar
Nadie te enseña los pasos en un mundo que
Que te obliga cada día a poder levantarte y caminar

Donde fuiste tan feliz, siempre regresarás
Aunque confundas dolor con la felicidad
Y ya no seas ni tú mismo, pero pienses en ti mismo
Y eso matará

Y ojalá nunca te abracen por última vez
Hay tantos con quien estar, pero no quien ser
Tan solo somos caminos que suelen torcer
Miles de complejos sueltos que debemos de vencer




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.