La siguiente jornada de la terapia grupal comenzó con la confesión de Jaime y Lucía. Ambos quisieron explicarle a los demás integrantes que sus miedos no habían sido superados por arte de magia, sino que habían requerido un trabajo continuo para lograrlo. Y que su presencia en el grupo de apoyo se debía a que querían mostrarnos que en esta lucha no estábamos solos, que con la ayuda mutua nosotros mismos también podríamos vencerlos. La reacción del resto de compañeros fue muy distinta a la mía cuando descubrí la realidad, incluso les aplaudieron y ovacionaron por los logros alcanzados. Comprendí mi impulsividad y lo desacertada que había sido mi respuesta. De modo que en el descanso me acerqué para disculparme con ellos:
—Chicos, siento las palabras que os dije el otro día. Estaba enfadada y lo pagué con vosotros, lo siento —les dije a Jaime y Lucía, cuyas miradas no mostraban ningún atisbo de rencor.
—No te preocupes, no tienes de qué disculparte —contestó él, devolviéndome una cordial sonrisa.
—Sé que de verdad queréis ayudar a los demás, y no teníais la culpa de que estuviese cabreada con otra persona... ¿Me perdonas, Lucía? —le rogué, dirigiéndome a ella que continuaba sin abrir la boca.
—Por supuesto, Clara, estás súper-mega-hiperperdonada —clamó al fin, rodeándome en un efusivo abrazo. Jaime y ella eran tan opuestos, que debían compenetrarse a la perfección—... Bueno, ¿y a esa otra persona le has dado su merecido?
—Os dejo hablar a solas —comentó Jaime antes de marcharse. Pese a superar su fobia social, se notaba que era un chico tímido y que huía de chismorreos.
—Venga, cuenta —inquirió la chica con impaciencia.
—No sé qué decir... Nos peleamos, nos reconciliamos y creo que ahora estamos bien. Él también lo ha pasado mal —confesé muerta de la vergüenza. Lucía creía que Iván me gustaba, y sus preguntas eran más del ámbito amoroso que de una simple relación cordial.
—¡Ay, qué monos! ¿Y qué pasó? ¿Crees que tienes alguna oportunidad? —me reí al escuchar eso último, solo le daría una oportunidad y no era precisamente en términos románticos. Pero claro, Lucía interpretó mi risa como una respuesta afirmativa que tuve que negar de forma tajante.
—No... Me ve como una hermana —aclaré con cierta tristeza en mi tono de voz, la realidad y la ficción se estaban entremezclando de tal forma que dudaba de si ese sentimiento era veraz.
—¡Mierda! —exclamó, tapándose la boca tras soltar un improperio—. No te rindas, Clara... ¿Sabes si está pillado?
—Ni idea, pero tampoco creo que deba ilusionarme. Lo nuestro nunca funcionaría —musité con cierta melancolía.
—Confía en ti, nada es imposible —me animó ella con otro de sus abrazos amorosos.
"¿Por qué todo el mundo me pedía que confiase en mí misma?", me preguntaba. Parecía ser la pieza clave para resolver todos los problemas, y como si esos momentos sirviesen para anticipar lo que iba a suceder, la terapia grupal se desarrolló en torno a la autoconfianza y el poder que ella suponía. De nada servía hacerse pequeñita y asumir que nada podía cambiar, tenía que creer en mí, la lucha continuaba, el juego podía llegar a su fin...
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La tormenta que se cernía sobre nosotros se reflejaba en el traqueteo de las gotas que caían sobre el tejado de la cabaña. Los relámpagos iluminaban la oscura noche y los truenos resonaban con eco en el bosque. La lluvia me recordaba a las lágrimas derramadas... "Por cada lágrima me debes una risa", eran las palabras que Iván le decía a su hermana Sandra cada vez que lloraba. Estaba segura de que ya era hora de que los dos demostrásemos nuestra felicidad, demasiado habíamos sufrido. Y con el objetivo de llevar a cabo tal fin, nuestra relación avanzaba viento en popa. No habíamos reñido ni discutido, es más, se portaba tan bien conmigo que en el fondo temía que el afecto que sentía por él según Lucía se hiciese realidad.
En definitiva, Iván había pasado de ser un capullo a convertirse en un buen ¿hermano? Bromeábamos constantemente sobre la forma en la que me trataba, no era una niña pero él se empeñaba en cuidarme a su manera. Me despertaba todas las mañanas con su "buenos días", me obligaba a comerme toda la comida del plato y me acomodaba las sábanas antes de dormir. Una vez me jacté de él, retándolo a que solo le faltaba mecerme en el columpio del árbol y sin pensárselo dos veces lo hizo. Las risas que inundaron aquella estampa se habían transformado ahora en el crepitoso sonido de la lluvia, esa que me recordaba a las lágrimas. Y como si esa sensación precediera a lo que iba a pasar, la luz de mi mesita de noche se extinguió dejando paso a la oscuridad.
El grito que di retumbó en las paredes de la habitación, necesitaba encontrar mi teléfono móvil y encender la linterna. ¿Dónde demonios lo había dejado? La desesperación aumentaba por momentos, hasta que el abrupto choque me dejó paralizada. Unos cálidos brazos rodeaban mi menudo cuerpo, me protegían de mis miedos. La voz tranquilizadora de Iván apaciguó mi angustia, aun así, el no poder contemplar sus ojos me impidió impregnarme de su característica calma.
—Tengo que encontrar mi móvil... Tengo que encontrarlo —musité desesperada, manoteando para soltarme de su agarre y seguir con las búsqueda—. Suéltame, necesito encontrarlo para encender la linterna.
—Tranquila, estoy aquí, no tengas miedo —y me abrazó con más fuerza. Yo no pude reprimir las lágrimas y pronto mi llanto inundó el lugar.
—No puedo, no puedo —sollocé dejando caer mi cabeza sobre su pecho, a lo que él respondió acariciando mi coronilla.
—Sigo aquí, no me iré... ¿Confías en mí? —me susurró al oído, palabras que llegaron a mí como una suave melodía que calmaba mi taquicárdico corazón y mi arrebatada respiración.
—Confío en ti —expuse en voz baja.
—Cierra los ojos —comenzó diciendo junto a mi oído—, ¿qué ves?
—Todo está oscuro, no puedo ver nada... Estoy encerrada, hecha un ovillo atada de pies y manos —relaté los recuerdos de aquella pesadilla sintiéndola tan real como fue, recuperando la ansiedad que me tenía dominada segundos antes.
—Shhh, no estás sola —volvió a tranquilizarme con su armoniosa voz—. ¿Escuchas algún ruido que pueda ayudarte a decirme dónde estás?
—Sí... Oigo el ronroneo de un coche en marcha. Creo que estoy en el maletero... Sí, ese monstruo me ha drogado y me ha metido en el maletero... No sé a dónde me lleva —proseguí angustiada entre lágrimas.
—¿Dónde estabas cuando ese monstruo te capturó? —continuó Iván.
—Estaba en la calle, esperando un taxi, justo enfrente de la discoteca "Ayala" —expresé ahora ensimismada en la historia.
—Estoy cerca, buscándote. Veo un coche en marcha, ese hijo de puta quiere raptarte pero no dejaré que lo haga. Estoy forcejeando con él, le he quitado las llaves. Ya voy a sacarte de allí, pero aún no abras los ojos —relató mi salvavidas.
—¡Ven, por favor, ayúdame! —le supliqué con nerviosismo.
—Estoy aquí, abriendo el maletero. Tengo que desatar las cuerdas, aguanta un segundo... Lo logré, ya puedes abrir los ojos, ¡estás a salvo! —concluyó, descubriendo que la luz había vuelto a iluminar la estancia. Iván me había salvado, lo había conseguido.
—Estoy a salvo —repetí parpadeando con rapidez para poder enfocar bien y encontrarme con esos ojos grisáceos que me devolvían la paz y la tranquilidad. En consecuencia, se restablecieron mis constantes vitales, pero mi corazón siguió latiendo aceleradamente, tal vez por otro motivo—. Quédate, Iván, por favor.
Con unas palabras que se asemejaban a la súplica que salió de su boca semanas antes, yo le rogué lo mismo. Su compañía me hacía bien, es más, la compañía mutua nos beneficiaba a los dos. Su sonrisa sirvió como respuesta afirmativa, acompañándome hasta la cama y recostándose a mi lado. Confiaba en él, su ayuda me había servido para superar la ansiedad que me generaba dicha situación. De forma que apoyé mi cabeza sobre su pecho, el latido de su corazón era tan sonoro que retumbaba en mi oído. Casi podía escucharlo entremezclado con el mío propio. El tiempo transcurría, todo mi cuerpo se iba relajando, cada músculo abandonaba la tensión vivida excepto uno de ellos, el más importante de todos: mi corazón. Esa sensación extraña despertaba en mí sentimientos encontrados, un atisbo de temor y mil emociones cosquilleaban en mi interior... ¿Qué me estaba sucediendo?