La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 13

Aquel latido acelerado de mi corazón marcó el compás de la incógnita que se cernía sobre mí, o mejor dicho sobre nosotros. Un mar de dudas inundó mi mente, y como las olas avanzaban y retrocedían a su paso, mis párpados se fueron entrecerrando hasta sucumbir al sueño. Aquella noche no tuve pesadillas, mi protector me alejó de los malos sueños. Descansé como hacía días que no podía, ni siquiera me moví de la posición que había adoptado. Seguía reposando sobre el pecho de Iván, el cual me mantenía rodeada con uno de sus brazos. Era la primera vez que le ganaba al miedo; Clara: uno, oscuridad: cero.
Aunque no solo le estaba plantando cara a esa fobia, sino que la cercanía de ese chico significaba algo más. Aquello que se había convertido en casi un tabú para mí, me estaba desafiando. La paz y la tranquilidad que veía en los ojos de Iván habían pasado a un segundo plano, sus labios entreabiertos captaron toda mi atención. Ahora que el chico permanecía en el país de los sueños, yo podía deleitarme con ese dulce rasgo de su anatomía. Nunca había besado a nadie, queriendo, puesto que aquel monstruo me había robado mis primeras veces, todas sin mi consentimiento. Una lágrima cayó sobre mi mejilla, en ese momento me pregunté si sería capaz de superar el peor de mis temores, ese que tanto miedo me daba sacar a la luz.
Mientras barajaba las mil y una posibilidades de que aquello pudiese llegar a buen puerto, me quedé abstraída y de pronto el "bello durmiente" despertó, emitiendo un sonido tétrico que me asustó. En respuesta, pegué un respingo hacia atrás y él se mofó por haber logrado su cometido. El cabreo se instauró en mi rostro, mientras que sus sonoras carcajadas llenaban la sala. Aun así, no podía fingir que esa bonita curva de la felicidad que me tenía embobada minutos antes, me hizo sonreír por dentro. Aquellos sentimientos que afloraron en mi interior me generaban demasiada incertidumbre, pero la conclusión del asunto parecía ser clara, tanto como mi propio nombre.
—¡Clara! ¿Es que te he asustado? —preguntó entre risas.
—Anda, no, ahora no digas que no era tu intención asustarme —repliqué haciéndome la ofendida.
—No te mentiré, era lo que pretendía —agregó intentando retirar el brazo que le unía a mi cuerpo—. ¡Mierda! Se me ha dormido el brazo...
—¡No cambies de tema y para de reírte! No soy ninguna niña, tonta, asustadiza —añadí los tres últimos términos de forma separada como si mi mente estuviese divagando entre todas las cualidades de las que se había jactado de mí.
—Lo de niña está por ver —gimoteó con el objetivo de hacerme enfadar aún más.
—Me quedan dos semanas para los dieciocho, así que... Y tampoco soy ninguna tonta ni asustadiza —resoplé ladeando la mirada y dándome la vuelta en la cama, quedando de espaldas a él.
—Un poco asustadiza sí que eres, la verdad —me chinchó con el dedo en mi espalda—. Lo de tonta estoy seguro de que no, es más, eres una chica inteligente, valiente y fuerte que está intentando superar sus miedos —comentó con su melodiosa voz, yo seguí con mi mutis—. Ayer dimos el primer paso, poco a poco lo lograrás.
Un suave gimoteo salió de mi boca y rompió el silencio que dejaron sus palabras, su forma de hablar en plural y sus ánimos me encogieron el corazón. Quería ser la Clara valiente, la chica que desafiaba sus fobias y las vencía, aquella que era capaz de ganarle la partida a ese monstruo de mirada intimidante que, aún en las sombras de mi alma, seguía tan cerca de mí como durante los tres días que estuve bajo su yugo.
—No llores, Clara —me rogó Iván—. No te he dicho eso para que te pongas triste.
—No estoy triste —asumí con la voz quebrada—, es solo que...
—Recuerda que por cada lágrima me debes una risa, así que... —y empezó a hacerme cosquillas por la tripa.
Yo comencé a reír exageradamente, pidiéndole que parase, pero cuanto más lo hacía, él más se ensañaba. Mis risas involuntarias que acompañaban a la sensación que provocaban sus dedos sobre mi cuerpo, se entremezclaron con las suyas que clamaban victoria por haber conseguido su objetivo. Sin embargo, un grito ahogado y seco salió de mi boca en el momento en el que sus inocentes caricias rozaron aquella zona sensible e impune a ser tocada: la cicatriz de mi cadera. Los malos recuerdos invadieron mi mente, cómo el monstruo tiró de mí y con algún objeto punzante trazó una delgada pero penetrante línea en aquel lugar, que seguiría marcándome de por vida. Una señal no solo física, sino emocional que me limitaba hasta el punto de entrar en pánico. Iván se detuvo y me miró con los ojos tristones:
—Lo siento si te he hecho daño, te juro que no era mi intención —se excusó de algo de lo que él no tenía culpa alguna.
—No es culpa tuya, soy yo —y rompí a llorar, esta vez de frustración y tristeza. Aquello que anhelaba, solo sería un sueño—. Déjame sola, por favor.
El chico acató la orden y abandonó mi habitación, pero no tuve el valor de mirarlo a la cara. Seguramente sus ojos apagados llenos de pena hubiesen exacerbado mi compungido llanto. La posibilidad de sentirme amada se alejaba de mis manos, nunca conseguiría librarme de mis cadenas. Desde hacía dos años me había convertido en la presa de aquel temido monstruo, aunque ya no me encontrase retenida en aquel mugriento y oscuro cuarto. El amor era como la libertad, ambos deseos inalcanzables. Ahora me debatía entre dos opciones...

Cuál de las opciones no sé
Una es pedirte perdón, la otra no te vuelvo a ver
Ya me he quedado sin tiempo
Desde hace ya mucho tiempo

Y es que yo puedo por orgullo perderte
Pero no sé esconder que hoy he vuelto a quererte
Ya no sé lo que siento
Solo sé que lo siento

Hay una parte de mí
Que está pidiendo que me aparte de ti
Que aunque sé que está mintiendo va yendo y viniendo
Clavándome puñales tan dentro, muy dentro




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.