La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 14

Una parte de mí me pidió alejarme de Iván, la otra que siguiese luchando. Escoger una u otra opción se había convertido en una ardua tarea, necesitaba escapar del torbellino de emociones encontradas que sentía tan dentro de mí. Pero, ¿por qué elegir? Era la primera vez que había conseguido ganarle la partida a la oscuridad, ¿tan cobarde sería por no seguir intentándolo contra la claustrofobia y, por qué no, contra mis sentimientos? Puse en práctica la autoconfianza que me enseñaron en la terapia grupal, si creía en mí podría lograr todo lo que me propusiese.
Por otro lado, el chico no discutió mi decisión, guardó las distancias conmigo y no me presionó por el motivo. "Tengo suerte de tenerlo a mi lado", pensé, puesto que él era capaz de comprender mis temores y mis dificultades para vencerlos. Ya poco quedaba de aquella Clara que se presentó el primer día ante todos como la chica que había aprendido a convivir con sus miedos, ahora confiaba en mí misma y los demás también creían en mi capacidad de resiliencia. Lo llevaba grabado en la piel, las mariposas delineaban mis ansias de libertad. Y si la libertad estaba al alcance de mi mano, ¿por qué no el amor? Mis pensamientos acerca del asunto habían cambiado, le había dado la vuelta a la tortilla, en estos momentos estaba decidida a ganar la partida.
Comencé con los ejercicios de respiración que habíamos ensayado hacía unos días, el aire que inspiraba y expiraba me ayudó a relajarme. Cerré los ojos y me imaginé que estaba en el bosque admirando la frondosidad de sus altos árboles y respirando su aroma característico, un olor que me infundía tranquilidad. Ese hermoso paraje era inmenso, miles o millones de hectáreas verdosas me rodeaban. El aire llegaba a mis pulmones con fluidez, todo estaba en calma. Indagué más caminando a través del pequeño sendero que incurría en el bosque, seguí mis pasos y un tiempo después me hallé delante de una carretera secundaria. El mismo coche que paró para auxiliarme estaba ante mí, y allí estaba él al mando del volante, ayudándome a superar mis fobias aunque todo fuese producto de mi imaginación. Iván.
Me sentía con las energías renovadas, capaz de todo. Ahora me encontraba sentada frente al grupo de terapia con las manos enlazadas a dos de mis compañeros, preparada para escuchar las historias que se escondían detrás de sus miedos. Sabía que mi turno llegaría poco después, pero esta vez era diferente. Estaba preparada física y emocionalmente, el apoyo del resto y mi propia confianza me empujaban a saltar la primera barrera: hablar del horrible monstruo de mirada intimidante. Al fin y al cabo todos compartíamos una situación, ya fuese algo o alguien, que desencadenaba nuestras peores pesadillas. Entonces comprendí lo especial de este campamento y su lema de "la unión hace la fuerza", la irracionalidad no era la causa de nuestros temores. Todos y cada uno de ellos tenían una razón de peso, un móvil que les erizaba no solo la piel, sino el alma.
—Soy Clara, supongo que ya todos me conocéis, la famosa chica que aprendió a convivir con sus miedos. Pero hoy sé que estoy aquí porque quiero superar mi miedo a la oscuridad y a los espacios cerrados, y con vuestra ayuda lo estoy consiguiendo —hablé desde lo más profundo de mi corazón ante la atenta mirada de quienes me rodeaban. Ya no había rostros ensimismados o anulados, ahora veía la fortaleza y la valentía en sus miradas. Juntos, todo era posible.
—Adelante, Clara, cuéntanos tu historia —me invitó Ana a que comenzase con mi relato.
—Todo empezó hace dos años, una noche de fiesta en una discoteca de mi ciudad. Había un tipo que no me quitaba los ojos de encima en toda la noche, pero yo pasé de él. Algo en su mirada me intimidaba, horas después descubrí que aquellos ojos eran los de un monstruo. Me secuestró y me retuvo en un cuartucho sucio y maloliente. Estuve encerrada tres días entre aquellas cuatro paredes, sumida en la oscuridad —me detuve unos segundos para tomar aliento y continuar mis vivencias sin romper a llorar—. Solo podía ver la luz cuando aquel monstruo entraba a la habitación. Me insultaba, me golpeaba..., abusaba de mí —expresé al tiempo que unas lágrimas recorrían con rebeldía mis mejillas—... Pero después de varios intentos, el tercer día conseguí escapar. Y ahora estoy aquí, cargando con los frutos del miedo que crecieron después de que ese monstruo plantara las semillas en mí —concluí con la voz quebrada.
Todos mis compañeros me miraron con una mezcla de sorpresa y pena. Empatizaban con mi trágica experiencia. Algunos contenían sus lágrimas, otros las liberaban. Finalmente, yo sucumbí a lo último, quería liberarme de esa carga. Contarlo suponía dar un paso más en este juego emocional, avanzar una casilla podía ser algo insignificante en el largo recorrido, pero también implicaba estar más cerca de la ansiada victoria. Y como si el resto de los oyentes pudiese intuirlo, todos se fundieron en un enorme aplauso y me vitorearon por lo valiente que había sido. En eso parecíamos estar todos de acuerdo. Miré a Ana, la psicoterapeuta, que se encontraba con la mirada perdida en otro punto de la sala y como si mis ojos suplicasen la atención que merecía, volvió a dirigirse hacia mí:
—Muchas gracias por compartir tu historia, Clara, eres una mujer valiente capaz de enfrentar su propio destino y avanzar con fuerza en la vida... Estoy segura de que cumplirás todo lo que te propongas, y que lograrás vencer todos tus miedos —me agasajó la especialista con su dulce sonrisa, con el fin de apaciguar mi llanto.
—Eso espero —musité aún con tono tristón, limpiando la humedad de mis mejillas.
—Chicos, cinco minutos de descanso y seguimos —afirmó ella acercándose a mi lado para luego dedicarme unas palabras algo más personales—. Me alegro de que hayas confiado en nosotros. Tu testimonio también sirve de ayuda para los demás... Ya sabes que cuentas con nuestro apoyo y, créeme, no lo hacemos por obligación —agregó a colación de la disputa que tuve con Iván días atrás. ¿Acaso estaría al tanto de todo? Sabía lo importante que Ana era para él... y para Jaime y Lucía—. Te has ganado nuestro aprecio...
No supe bien por qué, pero me quedé como una boba con las mejillas ruborizadas parada en aquel punto. El tono de ese "te has ganado nuestro aprecio" sonaba a algo más. Seguro que Lucía le había contado mi supuesto interés amoroso por mi compañero. ¡Mierda! ¿Y si Iván también lo había descubierto? No la mentira, sino los sentimientos que de verdad estaban creciendo en mi corazón. Quise rebatir sus palabras, aclarar que el afecto era mutuo e igualitario hacia todos mis compañeros, pero la psicoterapeuta había desaparecido. Se había esfumado, creyendo lo que no era, o lo que no podía ser...
Los otros cuatro minutos restantes estuve conversando con la pareja. Lucía me juró y perjuró que no le había hablado a Ana de mis sentimientos hacia Iván, que única y exclusivamente la había tranquilizado asegurándole que habíamos aprendido a llevarnos bien, ya que le preocupaba haber tomado una decisión desacertada y que nos perjudicara en lugar de ayudarnos. Ana confiaba en Iván, y viceversa, lo sabía porque él mismo así me lo había confesado. No obstante, no quise contarle a mi nueva amiga la crisis de pánico que había sufrido, solo le expliqué la forma en la que había superado el apagón. La chica demostró efusivamente su alegría, mientras que Jaime me felicitó de manera cordial.
Ana regresó puntual para retomar la terapia grupal y el resto de compañeros prosiguieron explicando el origen de sus miedos. Después de semanas preparándonos emocionalmente para luchar contra nuestras fobias, narrar las vivencias que las desencadenaron era el paso previo a la actuación. La terapia de exposición no me había servido con anterioridad, pero ahora había un nuevo ingrediente esencial que podía influir en mi logro: la confianza. Creía en mí, al fin y al cabo, eso era fundamental e imprescindible. La psicoterapeuta se despidió de la sesión, pero me llamó para comunicarme algo en privado. Ya habíamos hablado en el descanso anterior, así que desconocía cuál sería el asunto a tratar, pero por su aspecto no parecía ser nada bueno:
—Clara, tendrás que alojarte en el albergue durante unos días. No te preocupes por tu equipaje, Iván lo ha dejado en tu nueva habitación —esbozó Ana con una mirada enigmática.
—¿Qué? —titubeé sin asimilar la información que llegaba a mis oídos—... ¿Por qué? ¿Le ha pasado algo a Iván?
—No, todo está bien... Puede que tenga que ausentarse unos días, supongo —contestó con rapidez a fin de disuadir mi inquietud.
De todas formas, había algo en su tono de voz que mantenía mi preocupación activa, no terminaban de encajarme sus palabras. ¿Acaso Iván no podía hablar conmigo y decirme por su propia boca que debía salir unos días? ¿Tan precipitado había sido todo que incluso dejó mis pertenencias en el albergue y no tuvo ni cinco minutos para avisarme? ¿Le habría ocurrido algo y Ana no me lo quería decir? Ella misma me había negado esto último, mas algo no encajaba en este rompecabezas. Había un motivo oculto... Unos días decía..., ¿sería el chico conocedor de mis sentimientos y quería mantenerse lejos de mí? Era un opción factible, y dicha conclusión implicaba otra aún peor: tales sentimientos eran no correspondidos.




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