La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 19

Y llegó el día más esperado, ese que por derecho me otorgaba la capacidad para tomar mis propias decisiones: mi cumpleaños. Si echase la vista atrás un mes, las cosas habían cambiado bastante. Una vieja promesa de dejar aquel campamento el día en el que cumpliese la mayoría de edad se había esfumado. Mis deseos ahora eran muy distintos, incluso más bien se acercaban a lo opuesto. Quería quedarme, seguir avanzando en el camino, ayudar a los demás y, sobre todo, permanecer al lado de quienes quería. Lucía, Jaime... Iván, en ellos recaía esa responsabilidad, en especial sobre el último. Nuestro amor se había convertido en un dulce cuento en el que reinaba el respeto. Mi chico nunca me había presionado, ni había buscado ir más allá de nuestros abrazos o nuestros inocentes besos en la mejilla. Suponía que eso significaba el amor verdadero...
—¡Clara! ¡No puedo creerme que no quieras hacer nada especial por tu cumpleaños! —me reprochó Lucía—. Ojalá yo volviese a cumplir dieciocho otra vez... Sabes que Ana nos ha dado permiso para salir por la noche o, si no te apetece, para que pases al menos ese día con tu familia y amigos.
—Ya te he dicho que no, que estoy bien aquí —repliqué, omitiendo sus ideas.
—Clara, ¿te da miedo pensar que ahí fuera todo volverá a ser como antes? —me preguntó Jaime con su sosegada voz.
—No sé, es que... ¿Y si el miedo regresa? —me avergoncé al valorar tal opción.
—Cariño, todo lo que has conseguido está en ti. No es el lugar, eres tú. Ya nada volverá a ser lo mismo, confía en mí —me tranquilizó Iván con sus preciosos ojos grises, al tiempo que yo le devolvía mi más sincera sonrisa.
—¿Eso significa que nos vamos de "party"? —chilló Lucía eufórica, a pesar de enunciar una pregunta que daba pie a una respuesta negativa por mi parte.
—Sí —balbuceé yo poco convencida.
—¡Vamos! ¡Demuestra emoción! —me balanceó con los brazos—. ¡Esta noche cerramos la discoteca! —concluyó, besando a un sonrojado Jaime. Eran tan diferentes entre sí, pero se complementaban a la perfección. La locura de Lucía y la serenidad de Jaime, unidas por un romántico beso.
Semejante acto me llevó a desviar la vista hacia Iván que me miraba con el mismo anhelo que yo debía reflejar. Esos gruesos labios rojos que tanto me atraían, pero que aún no había probado. ¿Cómo se sentiría besarse de manera consentida? Debía ser el mayor de los placeres... La confluencia de un amor recíproco. Un sueño aún por cumplir, un deseo que solo el genio de la lámpara mágica podía concederme. Y como si el chico leyese mis pensamientos, me envió un beso con la mano que para nada suplía las necesidades que se estaban desatando en mi interior. Siempre tan correcto, cohibiendo su instinto, esperando el momento adecuado. Era él, Lucía estaba en lo cierto, no cabía duda de que era el dueño de mi corazón.

∞∞∞∞∞∞

Después de haber soplado las dieciocho velas que clamaban incandescentes la entrada de mi nuevo año y agradecer las felicitaciones del resto de mis compañeros, me encontraba rebuscando en el armario algo de ropa decente que pudiese simbolizar la alegría de tal celebración. Mi falta de ganas no ayudaba en la tarea, pero la sonrisa de felicidad que se dibujó en el rostro de Lucía al aceptar su propuesta me servía como imperativo a elegir entre las prendas. Mientras proseguía absorta con mi propósito, un pañuelo envolvió mis ojos que regresaron a la oscuridad que llevaba noches acompañándome. La dulce voz de Iván acarició mi oído, despertando una sensación placentera en mi organismo:
—Feliz cumpleaños, cariño —susurró besándome el cuello, incentivando mi cosquilleo interno.
—¿Es este mi regalo? —murmuré con la voz algo temblorosa.
—No, el pañuelo sigue siendo de mi propiedad —masculló entre risas—. ¿Me odiarás si te digo que aún no tengo un regalo para ti?
—¿En serio? Sólo hay una forma de que te perdone y no te odie por ello... Como buen genio de la lámpara mágica —comencé diciendo con voz juguetona—, hay un deseo que me podrías conceder...
—¿Y qué deseo es ese si se puede saber? —titubeó, instándome a continuar con mi petición.
—Un beso —le supliqué quedando justo frente a él, tan cerca que podía sentir su cálido aliento. La banda me impedía observar su semblante, ¿estaría igual de emocionado que yo?
—Te acabo de dar uno, ¿no te ha gustado? —bromeó con sorna.
—No es en el cuello donde quiero que me beses —sentencié firme al tiempo que me mordía el labio inferior.
—¿Estás segura, mi amor? —insistió él antes de llevar a cabo tal fin.
—Sólo si tú quieres —musité nerviosa.
—Me muero de ganas, Clara —admitió tan próximo a mi boca que su cercanía hizo que con sutileza rozase su nariz con la mía.
Las terminaciones nerviosas de mis fibras sensitivas estaban alcanzando niveles nunca antes experimentados. Entreabrí mis labios en respuesta y me acerqué a ciegas buscando corresponder aquello que tanto anhelaba. Un suave mordisco me llevó a colocar mis brazos alrededor de su cuello, incitando a que cumpliese con su cometido sin más dilación. Iván posó su boca sobre la mía, permitiéndome degustar el sabor del dentífrico mentolado que aún persistía en ella. Nuestros labios danzaron entre sí, acariciándose con dulzura y separándose cuando la respiración ya estaba a punto de faltarnos. A continuación, tiró del pañuelo que cubría mis ojos y de ese modo pude comprobar la ilusión de su mirada. Los puntitos oscuros dentro de sus grisáceos iris brillaban de emoción, y estaba segura de que el sentimiento reflejado en los míos no distaría demasiado.
Si me preguntasen cuál de mis logros me hacía sentir más orgullosa, no me quedaba duda de que este era mi más preciada victoria. Ni la oscuridad que reinaba en mi dormitorio, ni las cuatro paredes cerradas que me rodeaban... Nada era comparable a la amalgama de sensaciones vividas cuando mis labios se fusionaron con los de Iván. Y como si esa llama sirviese para prender una gran fogata de esperanza en mi interior, tiré de su camiseta y retrocedí hasta dejar mi espalda apoyada sobre la madera de la puerta. La tensión creada entre nuestros cuerpos era palpable, el baile de nuestros labios que dejaban a nuestras incontrolables lenguas experimentar entre sí, hicieron que al profundizar el beso una marea se desatase en mi organismo. Las manos de Iván presionaban mi cintura y fueron descendiendo hasta llegar a esa zona maldita que marcaba mi piel. Esa puta maldición llevó a mi subconsciente a empujar al chico con todas mis fuerzas.
—Clara, tal vez sea demasiado pronto. No te agobies, esperaremos el momento indicado —trató de animarme, haciendo que abriese los ojos que luchaban por no dejar escapar las lágrimas contenidas. Ya no había ningún "lo siento", ambos deseábamos entregarnos a nuestro amor. Pero, pese a que ya no quedase ningún resquicio del miedo, mi cuerpo aún parecía actuar por instinto para protegerme.
—Dime que nuestro amor podrá con todo, dime que esto no seguirá siendo así por siempre —le rogué, abalanzándome sobre sus brazos en busca de cobijo. Lloraba, las lágrimas de furia ardían sobre mi piel. Me negaba a creer que no pudiese, pero pronto mi mayor apoyo disuadió mi incertidumbre.
—Nuestro amor podrá con todo, esto no seguirá siendo así por siempre. ¿Y sabes por qué? —limpió la humedad de mis mejillas y sostuvo con su mano mi mentón, quedando nuestras miradas conectadas—. Porque eres la chica más valiente que he conocido y sé que no te darás por vencida.
Recuperando la fe perdida, el chico depositó un romántico beso en mis labios para sellar nuestro amor. No me doblegaría siquiera a mi propio cuerpo, al fondo de mi ser que por alguna razón más allá de la obvia se mostraba reacio a cumplir mis deseos... Pero, ¿acaso no eran tres los deseos que el genio de la lámpara mágica era capaz de cumplir? Ya solo disponía de dos, con el beso había gastado el primero de ellos. Claro que no existía magia capaz de regalarte algo sin habértelo trabajado. Y al igual que luché con uñas y dientes y conseguí ganarle la partida a mis miedos, haría todo lo posible por vencer a mis instintos.




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