La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 20

Me quedé inmóvil frente a la puerta principal de la discoteca. Iván, Lucía y Jaime continuaron hacia el interior, y al cabo de unos segundos yo seguí sus pasos. Este tipo de lugares me traían malos recuerdos, en uno como estos comenzó mi pesadilla. Después de aquello, mi interacción social se redujo a las obligaciones escolares y las sesiones de terapia. Incluso me distancié de Ángela, mi mejor amiga. Sentirme recluida reducía las posibilidades de ser acosada o secuestrada de nuevo. Aunque las estadísticas indicaban que la probabilidad de repetirse tal hecho era prácticamente nula. Pero siempre existía un margen de error que pesaba más que los malditos números. Sin embargo, si algo había aprendido en esta terapia de apoyo era su peculiar lema, juntos lograríamos romper con cualquier prejuicio.
Ya en el interior, la música me embargó y como si me sintiese libre de preocupaciones, mi cuerpo comenzó a moverse al ritmo de la melodía... Atrás quedaron mis inseguridades, parecía que estaba presionando el botón de retroceso y estaba regresando a mi antigua vida. Con una salvedad, las personas que ahora me rodeaban me devolvían a una realidad en continuo "play". Una realidad en la que había aprendido a convivir con la parte positiva de las cosas, a que un "pause" no ayudaría a cambiar nada. Aun así, si nada hubiese sucedido aquella noche, hoy ellos no estarían en mi vida. Y sin ellos, tampoco sería tan feliz como lo era ahora.
Lucía estaba a mi lado dándolo todo, ¡qué loca! En el fondo me recordaba a Ángela... ¿qué sería de ella? Tal vez fuese un buen momento para recuperar nuestra amistad, siempre supe que ella se sintió culpable por dejarme sola aquella noche y yo nunca fui capaz de explicarle que no era así. ¿Por qué siempre buscábamos culpables? O aún peor, ¿por qué culpábamos a gente inocente? El verdugo de esta historia no era otro que aquel monstruo de mirada intimidante, pero eso ya había quedado atrás. Por mi bien, debía seguir adelante y la forma en la que Lucía tiró de mi brazo para llevarme al centro de la pista deshizo mis pesadillas.
—¡Menudo temazo! ¡No se te ocurra decirme que no te gusta bailar! —inquirió divertida.
—¡Me encanta! —le grité al tiempo que uníamos nuestras voces para cantar al unísono.

Le dije al DJ que ponga la canción
Que me rompe el corazón, la del amor de mi vida
Llevo aguantándome la respiración
Qué mierda de situación, qué mierda la despedida

Con una mirada nos entendíamos a la perfección, y pronto nuestros chicos se vieron obligados a acompañarnos. En la segunda estrofa de la canción la pareja ya estaba dando rienda suelta a su amor. Se besaban apasionadamente sin importarle lo que hubiese a su alrededor. Tenían la capacidad de evadirse de este mundo para surcar el suyo propio. Mientras tanto, Iván y yo posamos nuestras miradas uno sobre el otro, nuestra comunicación visual superaba cualquier interacción física.

Puedo besarte, pero no desbesarte
Y yo no puedo soltarte sin abrirme una herida
Puedo quererte, pero no desquererte
Porque un amor tan fuerte como tú no se olvida

Quisiera que esta noche no se acabe
Quisiera que tus besos se me graben
Si no te vuelvo a ver otra vez, quiero comerte otra vez
Juro que nunca te olvidaré
Quisiera que esta no-
Quisiera que esta no-
Si no te vuelvo a ver otra vez, voy a comerte otra vez
Juro que nunca te olvidaré

—Nunca te olvidaré —Iván me susurró a gritos junto al oído. No supe por qué, pero aquello sonaba a una despedida sin serlo. Era como si me avanzase lo que en el futuro pudiese ocurrir. ¿Qué significaba eso?

Amores vienen y van, pero no así
Te iba a querer para siem-, pero casi
Fuimos amor de verano en Madrid City
Y la verdad, no me sirve Madrid sin ti

Por fuera
Digo que estoy bien aunque adentro duela
Déjame un beso tuyo en mi cartera
Que me espera para usarlo si no puedo dormir

—Nunca —y lo besé como si eso sirviese para sellar nuestra promesa. Fue un beso breve, pero intenso. Cargado de sentimientos, de emociones varias que confluían en el fuerte amor que sentía por él.

Quisiera que esta noche no se acabe
Quisiera que tus besos se me graben
Si no te vuelvo a ver otra vez, quiero comerte otra vez
Juro que nunca te olvidaré
Quisiera que esta no-
Quisiera que esta no-
Si no te vuelvo a ver otra vez, voy a comerte otra vez
Juro que nunca te olvidaré

Quisiera que esta noche no se acabe
Quisiera que tus besos se me graben
Si no te vuelvo a ver otra vez, quiero comerte otra vez
Juro que nunca te olvidaré

La canción iba llegando a su fin, apoyé mi cabeza sobre su pecho como si quisiera albergar la melodía de su corazón más que la música que pudiese sonar esa noche. Era tan intenso, tan veraz, tan irreal. Yo sintiendo, lo que creí imposible tiempo atrás. Esos dulces ojos grisáceos se habían grabado a fuego en mi mente, supliendo aquella sagaz y deplorable mirada. Pero todo monstruo compartía esa cualidad en común, y pronto mi vista se fijó en un sujeto que bien parecía venir del mismísimo infierno.

Juro que nunca te olvidaré

Corrí a socorrer a esa pobre e inocente chica que se negaba a satisfacer su hambre feroz cual lobo acechaba a su presa. Los demás, impactados por mi forma de actuar, siguieron mis acelerados pasos que ponían rumbo a una situación bien conocida. Me interpuse entre ese monstruo y su posible presa. La respuesta de ambos fue de asombro, él no se esperaba que yo le echase a perder la caza de esa noche; ella, que la fuese a socorrer del que podía convertirse en el peor de sus días.
—¡Deja a la chica en paz! —le escupí, hiriendo su orgullo.
—Shh —me mandó a callar—, bonita, hay para todas... Lo pasaremos bien los tres —esbozó con hedor a alcohol para después dibujar en sus labios una terrorífica sonrisa, a la vez que cogía un mechón de mi pelo.
—¡Olvídalo, capullo, y no te atrevas a ponerle la mano encima! —bramó mi chico furioso—. ¡O te las tendrás que ver conmigo! —añadió, dándole un empujón.
—Yo de ti estaría preocupado —y se rió de manera exagerada—, quizá tenga que buscar a otro tío porque no le das lo que merece...
El debate concluyó ahí, en cuanto a lo verbal me refería claro, porque la pelea que se inició fue monumental. Los guardias de seguridad tuvieron que poner fin a la disputa, donde Iván parecía resultar el vencedor. Con presteza les expliqué que ese bastardo trataba de forzar a la chica, la cual estaba en completo "shock", y que tuvimos que intervenir para impedirlo. De esa forma, los seguratas se llevaron a ese imbécil fuera de la discoteca y nos aseguraron que ellos mismos acompañarían a la chica hasta su medio de transporte para evitar que nada malo pudiese sucederle.
La joven, entre lágrimas, logró reaccionar y me agradeció tal gesto. Pude charlar unos minutos con ella, el miedo que brotaba en sus palabras me recordaba tanto a lo que yo sentí aquella noche... Por suerte, solo sería una pesadilla de lo que pudo ser y nunca fue. Y eso me hizo recapacitar, ¿hasta cuándo tendríamos que sentirnos solas las mujeres? Vulnerables, dóciles y sumisas, cumpliendo todo tipo de deseos de nuestro depredador, todo con el fin de lograr salir vivas de tal escena de terror. ¿Por qué no podíamos valernos de nuestros derechos, ya no como mujeres sino como personas, para gozar de plena libertad sin ser agredidas física o psicológicamente? La sociedad necesitaba evolucionar, enseñar lo obvio: El respecto mutuo entre personas.
Iván me respetaba, no insistía en hacer algo que yo no quisiera. Para él, yo era un templo digno de admiración y, pese a los deseos de querer entregarse a mí en cuerpo y alma, respetaba mi espacio. Y que en este mundo hubiese personas capaces de decidir por nosotras, solo acrecentaba la desconfianza en el resto. ¿Por qué debía marcarnos más una persona mala que una buena? Yo había decidido darle el lugar que merecía. Si lo dijese en voz alta podrían tacharme de ingenua e incluso podría no hacerse realidad, pero mi deseo por mi decimoctavo cumpleaños no era solo para mí, sino para todas las mujeres de este mundo: Ni una más. Ojalá todas pudiesen tener a su lado a alguien como Iván, ojalá nunca experimentasen el miedo de ser utilizadas contra su voluntad.




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