La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 21

—¿Y si alguien me hubiese salvado aquel día como yo hice con esa chica? —lancé la pregunta al aire mientras sostenía mi mano entrelazada con la de Iván. Sí, había superado mi miedo a la oscuridad, a los espacios cerrados. Ya podía dormir con la luz apagada y la puerta cerrada, no existía ninguna excusa que me atase para vencer esos miedos. Sin embargo, Iván y yo nos habíamos convertido en inseparables, pasábamos casi todo el tiempo juntos.
—Ojalá existiesen más Claras como tú, que se defienden con uñas y dientes y que pelean por mantener a salvo a quienes lo necesitan —me contestó, jugueteando con mis dedos y dejando un beso en mis nudillos.
—¿Aunque eso significase no habernos conocido? —dudé de si quería escuchar la respuesta de sus labios. Una que no pudo ser verbal... Siempre dijeron que los hechos pesaban más que las palabras.
Un dulce beso se apoderó de mi boca, lo amaba, no quería separarme de él y él tampoco parecía querer despegarse de mí... "¿Por qué la vida siempre nos ponía tantas piedras en el camino? ¡Joder, también merecíamos ser felices!", me preguntaba una y otra vez. El destino podía jugar con nuestra capacidad de resiliencia, eso no era algo nuevo para mí, pero siempre me golpeaba con rudeza e intentaba tambalear mi mundo. Y eso no parecía cambiar.
—Si supiese que podrías ser feliz aun no estando yo a tu lado, volvería al pasado para impedir que nada malo te sucediese —alegó después de su muestra de amor.
—¿Y si ahora soy más feliz a pesar de haber vivido todo aquello? —le cuestioné, mirándolo fijamente a los ojos.
—Pues solo me quedaría darte motivos para que no te arrepintieses de esa decisión —me sonrió, haciendo que me perdiese en esa preciosa curva que sacaba la mejor versión de mí.
De repente, el chico se levantó y cogió un bolígrafo y un trozo de papel. Comenzó a escribir frases que mantuvo a escondidas tras mis múltiples intentos por echarle un vistazo a sus anotaciones. Su secretismo terminó por irritarme y me abalancé sobre la nota que guardaba con tanto recelo. Solo pude hacerme con el bolígrafo, el papel desapareció de mi vista. Sus poderes de genio mágico funcionaban incluso para hacer desaparecer las cosas.
—Enséñame lo que has escrito en ese papel —lo amenacé, apuntándole con el bolígrafo como si fuese un arma letal.
—No quiero —se negó tajante al tiempo que me sacaba la lengua acrecentando mi enfado—. ¿Qué piensas hacer? ¿Pintarrajearme con un boli? —continuó la burla.
—Pues sí, gracias por la idea —asentí, acercando más mi arma a su cuerpo.
—Bueno, si vas a ser la autora de mi primer tatuaje espero que me dibujes algo bonito —masculló, aproximándose esta vez él hacia mí.
—Déjame pensar —me hice la remolona tramando algo con lo que contraatacar—, ya sé, pienso llenarte entero de corazoncitos.
—Calma, calma —gesticuló con sus manos en son de paz—. Solo uno, y me lo tatuaré de verdad. Lo prometo.
Accedí a su petición, lo que estaba a punto de garabatear en su piel se quedaría allí por siempre. Un corazón con mi inicial, sí, era demasiado cursi, pero a estas alturas la fiebre del amor nublaba mi entendimiento. Busqué con la mirada algún punto estratégico donde desease realizar mi obra de arte y lo hallé a escasos centímetros de su cuello, junto a su clavícula. Un minúsculo corazón que rodeaba a una letra "C" pasó a ocupar aquel terreno inexplorado por la tinta en su piel. Su sonrisa de satisfacción fue contagiosa, ¿podía estar más enamorada?
—¿Así que quieres que te lleve conmigo para siempre? —cuestionó a la vez que yo acariciaba el boceto—. Yo también quiero hacerlo —agregó cogiendo el bolígrafo de entre mis dedos.
—La venganza de la venganza, suena bien —reímos ante mi comentario—. Pero que no se te olvide que tendrás que enseñarme lo que sea que has escrito con tanto secreto en ese papel.
—Todo a su debido tiempo, cariño —pronunció, haciéndome enloquecer. ¿Había dicho ya que me encantaba que me llamase de esa forma? A continuación, depositó un beso corto en mis labios—. Quiero... quiero escribir algo junto a tu cicatriz —masculló con nerviosismo señalando mi cadera, yo asentí invadiéndome el mismo sentimiento.
Iván me pidió que me tumbase sobre la cama, desabrochó con mimo el botón de mi pantalón y retiró la parte que cubría la zona. Esa horrible cicatriz quedó a la vista, mas sus ojos, al contrario de los esperado, parecían idolatrarla. Eso no cambiaría lo mucho que la odiaba, no solo estéticamente, sino por los traumas que despertaba en mi interior. Esa capacidad de autodefensa que se activaba de manera inconsciente, que dominaba sobre la razón y la pasión, aquella que me impedía entregarme en cuerpo y alma al amor de mi vida.
El chico delineó con sus dedos el mensaje que pretendía dejar escrito, sus caricias en las inmediaciones de la cicatriz erizaron mi piel. Si bien, mi instinto, como si de un radar se tratase, me avisaba de que estaba aproximándose a una zona pantanosa. Tentaba al instinto, al subconsciente, e intentaba demostrarme que la psique era la que dominaba sobre el resto del organismo. No más fobias, no más miedos. Y como si utilizase el bolígrafo a modo de sellar un acuerdo no verbal entre nuestros cuerpos, la frase quedó impresa en mi piel:

Somos de quien besa las cicatrices sin abrir heridas nuevas.

Un cosquilleo me hizo estremecer, como una brisa fresca sentí la calidez de su aliento al leer la frase en voz alta. Tenía tanta razón, él me había demostrado que me amaba con mis virtudes y defectos, con mi pasado y mis temores, con las cicatrices de mi cuerpo y de mi alma. Yo ya era suya, mi corazón, aunque a pedazos, le pertenecía. Llevaba su nombre clavado tan adentro... que se había convertido en el motor que ponía en marcha mis engranajes y activaba mi capacidad de superación. En definitiva, él lo era todo para mí.
—¿Crees en el destino? —inquirí obnubilada en su mirada.
—El destino siempre ha traído cosas malas a mi vida, pero si tú eres la razón para que crea en él... Lo haré —esbozó con serenidad. Solo conocía dos hechos traumáticos de su vida: la pérdida de su hermana y su adicción.
—El destino es muy caprichoso, pero por suerte tengo al genio de la lámpara mágica que sí que puede concederme aún dos deseos —mascullé, haciendo que saliera de esa aura de negatividad.
—¿Y supongo que estás pensando en gastar uno de ellos? —me miró con suma atención, esperando una respuesta.
—Así es... Me gustaría que me demostrases que he encontrado a la única persona capaz de besar mis cicatrices —le rogué, tendiéndole la mano para que regresase a mi lado.
—Deseo concedido, señorita Clara —asintió, tomando mi muñeca y trazando un camino de dulces besos que seguían el recorrido de las mariposas delineadas.
—No me refiero a esa cicatriz —dije, empujándolo a que permaneciese sentado en el borde de la cama mientras yo me colocaba justo frente a él.
Con un ligero contorneo de mis caderas, dejé que mi pantalón cayese al suelo. Coloqué mis brazos sobre su cuello y busqué conectar nuestras miradas. Sus ojos permanecían fijos en el mensaje, contemplando la que parecía ser la más hermosa de las cicatrices. Al cabo de unos segundos, tragó saliva y establecimos contacto visual. Nunca lo había visto mostrando tanta inseguridad, parecía estar esperando a que reforzase mi afirmación para cumplir con mi deseo.
—Estoy preparada, de verdad —musité con la respiración agitada. Estaba experimentando las mismas sensaciones que el momento que precedía a exponerme a mis fobias pasadas, pero con una excepción. La euforia y el anhelo predominaban sobre el miedo.
Iván acercó sus labios a la tinta de mi piel, no parecía importarle que tan bonito mensaje se emborronase. Ya había dejado huella de por vida. Acarició con su labio inferior la superficie serigrafiada, un gemido ahogado salió de mi boca anticipando el deseado momento. En cuestión de segundos, la humedad de su boca se encontraba sobre el relieve de mi cicatriz. Seguía el trayecto de la misma en sentido descendente. Mientras tanto, yo trataba de controlar a mi instinto que estaba dejando marca en su espalda. Me agarraba con las uñas a él, pero mi chico pareció entender ese gesto como una alternativa para no sucumbir a mis actos reflejos.
Las caricias de su lengua y el toque de sus dedos que buscaban tener acceso a la parte más baja de la marca, despertaban en mí mil y una emociones. Me temblaban las piernas, me sudaban las manos, pero nada era más fuerte que mi deseo por superar aquel horrible miedo. Cuando todo el trayecto había sido recorrido, repitió el mismo esta vez en sentido ascendente. Y de nuevo llegaron más besos y más caricias de su parte, ocasionando que de mi boca escapase algún que otro gemido. La fuerza con la que apretaba mis uñas contra su espalda debía estar provocándole dolor, pero el momento de intimidad que compartíamos era superior.
—Te quiero, Clara —musitó junto a mi piel.
—Y yo —reafirmé su muestra de amor.
Definitivamente me quedaría con quien besaba mis cicatrices en lugar de abrir nuevas heridas. Alguien que me demostraba tal cariño no podría herirme jamás. Si me pidiesen que escogiese a una sola persona que me acompañase hasta el final de mis días, no dudaría ni un segundo en que era él. Iván había unido las piezas que completaban el puzzle, le había devuelto a esta Clara las ganas de vivir, de ser valiente, de no tener miedo, de sentirse libre para amar y ser amada. ¿Cómo alguien que me prometía amor eterno podría romper mi resquebrajado corazón?




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