La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 23

Calmé esa inquietud que despertaba en mi foro interno, esa que ponía en duda la veracidad de sus palabras. Me negaba a creer que existiese la posibilidad de que nuestra relación estuviese destinada al fracaso. Un mes y medio había transcurrido desde que puse un pie en este grupo de apoyo, un período de tiempo en el que me había autodescubierto a mí misma, dejé atrás un pasado de fobias y comencé a vivir un presente libre de cargas. Las mariposas de mi antebrazo, hoy por hoy, me representaban a la perfección. Cómo el trazado de aquellos esplendorosos seres podía definirme tan bien, ahora entendía cómo aquellas figuras simbolizaban lo que tanto anhelaba. Ya no era un deseo, sino una realidad. Los tatuajes no solo dejaban la marca en nuestra piel de situaciones vividas o sueños por cumplir, también de quienes eran importantes en nuestras vidas.
"Somos de quien besa las cicatrices sin abrir heridas nuevas", recordé aquella bonita frase. Y como si el destino me tuviese preparado una sorpresa relacionada con aquello, Iván denegó la invitación de nuestros amigos para, según él, darme mi regalo de cumpleaños atrasado. No sabía bien cuántas veces le había dicho que no era necesario que me agasajase con algo, que lo material no me importaba, que con nuestro amor ya era suficiente. Pero como buen tozudo que era, ninguna de mis razones le bastaba para olvidar aquello...
—Está bien, tortolitos, disfrutad celebrando tu segundo cumpleaños... Espero que para el tercero nos invitéis a nosotros también —nos reprochó Lucía entre risas.
—Claro, como bien dijiste: los dieciocho sólo se cumplen una vez —bromeé a colación de sus palabras.
—Venga, Lucía, déjalos tranquilos... ¿O acaso no te acuerdas de cuando nosotros empezamos a salir? —concluyó Jaime abrazando a su chica y compartiendo una mirada un tanto pícara. El chico se había vuelto más sociable, había cogido confianza e incluso me atrevería a decir que Iván y él se habían convertido en buenos amigos. Sin duda, esto nos estaba haciendo bien a todos. ¿No sería nuestra querida psicoterapeuta, Ana, la verdadera genia de la lámpara mágica?
—También podemos rememorar nosotros viejos tiempos —le lanzó tal indirecta que solo faltó que saltaran chispas entre ellos. El fuego se veía en sus miradas, ¿tan obvia era la supuesta sorpresa que Iván me había preparado?
—Bueno, siempre es buen momento para celebrar el amor —rió Iván al tiempo que rodaba los ojos. ¿Qué me estaba perdiendo?
Nos despedimos de la pareja de manera apresurada, estaban deseando hacer aquello que de forma coloquial habían denominado "celebrar el amor". Mi chico me sostuvo la mano durante todo el trayecto de regreso a la cabaña. Pensé que su sorpresa estaría lejos de allí, pero por algo aquel era su lugar favorito. Entramos a la cabaña, echó el cerrojo como de costumbre, a pesar de que ya no habría ningún intento de huida, por mi parte. Y acto seguido me pidió que me detuviese. A continuación, colocó el famoso pañuelo que ya parecía ser más suyo que mío y me vendó los ojos.
—Si no, ya no será tan sorpresa —explicó junto a mi oído. Qué decir de cómo mis sentidos se afinaban cuando mi visión se nublaba, nunca supe si la culpable era su voz o las mariposas internas que revoloteaban avivando mis nervios.
Me guió con su mano hasta la parte trasera de la cabaña, y cuando estuve en el lugar indicado retiró el pañuelo de mis ojos. Aquel espacio natural antes invadido únicamente por una cuerda y una rueda a modo de columpio, ahora brillaba con decenas de luces rodeando el tronco y las ramas del árbol. En los pies del mismo, un mantel cubría el suelo y apetitosos tentempiés caseros protagonizaban la escena. ¿Pero en qué momento este chico se había vuelto un romanticón?
—¡¿Una cena romántica a la luz de la luna?! —exclamé asombrada, con la boca abierta. Estaba babeando, todo tenía una pinta deliciosa, aunque el magnífico cocinero aún más.
—Vale, he sido poco original —admitió con el ceño fruncido—, pero he de decir a mi favor que me ha costado pelearme una hora con las luces para que se quedaran así...
—¿Sabes?, ya sé cuál es mi lugar favorito —asentí con la cabeza—: Tú. Donde tú estés, allí estaré.
—Feliz segundo cumpleaños, cariño. Me gustaría decir lo mismo, pero yo también he descubierto algo... "Que tu boca es mi comida favorita" —entonó la melodía de Camilo a la vez que se lanzaba sobre ella.
Durante la cena todo fueron risas, carantoñas y palabras bonitas. Creía estar viviendo un sueño, una fantasía en la que me encontraba bajo la protección del que se había convertido en el amor de mi vida. Con su melódico canto caí rendida a sus pies, aquella bonita nana me embaucó. Si bien fue su mirada la que me atrajo desde el primer momento, sus iris grisáceos, aun albergando oscuridad, me proporcionaron la paz y el sosiego que necesitaba. Semejante escena quedó grabada en mi memoria. Éramos él y yo, simplemente. En aquel lugar compartimos nuestras primeras confesiones, prometió ayudarme y bajo las estrellas yo reafirmé esa misma promesa. Ahora el silencio dominaba entre nosotros, su silueta brillaba bajo las lucecitas del árbol como aquellos astros que fueron partícipes de nuestro amor.
—Me dijiste que no querías algo material como regalo, que con nuestro amor era suficiente —empezó relatando sin despegar sus ojos de los míos—. Así que he cumplido la promesa, solo que... No he podido evitarlo y ahora estás escrita en mi piel.
No logré articular palabra, mis curiosos dedos le ganaron a mis cuerdas vocales. Con delicadeza ladeé su camiseta hasta encontrar el dibujo de un corazón con la letra "C" en su interior, tal y como yo misma había garabateado. Estaba ahí, bajo su cuello junto a su clavícula. La prueba de nuestro amor grabado a fuego o, mejor dicho, a tinta, en su piel. La zona aún estaba enrojecida, el tattoo era reciente. Los restos de pomada permanecían sobre ella, como si nuestro amor estuviese herido. Borré con rapidez ese pensamiento de mi mente, y me adentré en lo más profundo de mis sentimientos...
—Me has dado el regalo más bonito que jamás podrías hacerme —le agradecí tirando por completo de su camiseta, para proseguir con un susurro—. Pero aún me queda un deseo por cumplir, querido genio de la lámpara mágica, y quiero que esta noche se haga realidad.
—Piensa bien lo que deseas, es tu última oportunidad —murmuró con la respiración agitada al tiempo que se acercaba hacia mí.
—Ya lo tengo decidido —besé su labios atrayéndolo hacia mi cuerpo mientras buscaba su contacto.
—¿Y qué es lo que desea, señorita Clara? —insistió, separándose de mi boca el tiempo suficiente para pronunciar su interrogante.
—Demuéstrame cuánto me amas —dije suplicándole en su oído.
—Solo... podré... concederte... ese... deseo... si... tú... me... demuestras... que... también... me amas —se limitó a decir intercalando cada palabra entre los besos que iba depositando sobre mi sensible cuello.
—Sí —logré decir dominada por el ardiente fuego que comenzaba a inundar todo mi cuerpo.
—Deseo concedido —musitó, cargándome en brazos sin dejar de besarme ni un segundo.
Tras varios tropiezos que desataron mi risa, llegamos a su habitación. Con ella, mis nervios desaparecieron, aunque el acelerado latido de mi corazón continuó. Parecíamos haber invertido los roles, puesto que dicha torpeza despertó en Iván la desazón, mientras que yo permanecía en calma. Traté de sosegarlo atrayéndolo hacia mí, demostrándole que estando juntos no habría lugar para el miedo y como si firmásemos un acuerdo no verbal, nuestros labios se fusionaron en un apasionado beso.
Él respondió a mi demanda, sus delicadas caricias avivaron mi fuego interno, sus dulces besos humedecieron mi piel, y la excitación del momento se fue incrementando. Sentí nuestros cuerpos danzando, sometidos al placer, pero, sobre todo, al profundo amor que nos profesábamos. Nunca creí que mi corazón hecho añicos y mi alma reducida a cenizas pudiesen ser capaces de sentir tanto por él. La oscuridad se alzó en el dormitorio, convertido ahora en un lugar carente de miedos y repleto de amor. Lo nuestro era inquebrantable, o así siempre quise yo creerlo...




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