La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 25

Los días pasaban, el final se acercaba y cada vez eran más los compañeros que sumaban sus fobias superadas a una larga lista. La nictofobia y la claustrofobia podían leerse en ese listado junto a otras, como la agorafobia (miedo a los espacios abiertos), la acrofobia (miedo a las alturas), la brontofobia (miedo a los fenómenos atmosféricos, concretamente a las tormentas), la enoclofobia (miedo a las multitudes) y la fobia social. El primer día anotamos cada uno de nuestros nombres, seguido de nuestros temores; ahora aquella pancarta que adornaba el albergue solo contenía lo primero. Aquello que comenzó definiéndonos, se había transformado en algo pasajero. Nuestros miedos habían dejado de ser una razón para condicionar nuestro estilo de vida. Y juntos lo habíamos conseguido.
Sin embargo, no todo eran buenas noticias. Algunos de los participantes aún cargaban con ese lastre emocional. La ansiedad que despertaba el solo hecho de pensar de forma anticipada lo que suponía enfrentarse a su temor, hacía que su fuerza de voluntad pendiese de un hilo. En ese momento recordé cómo Lucía había necesitado varios años de terapia para lograr su objetivo, y que gracias a Jaime pudo ver la meta al final del camino. ¡Cómo de afortunada me sentía por haber encontrado a esa persona capaz de ayudarme a romper mis cadenas! Sin Iván, esta Clara no podría existir. Desafortunadamente, estos días estaban siendo demasiado duros para él. Me explicó cómo celebraban año tras año el cumpleaños de Sandra, preparaban una fiesta en la playa y todos sus amigos acudían a lo que conocían como el "Festival del verano". El bajón de mi chico me llevó a organizar una especie de homenaje en su nombre, debía recordar a su hermana con una sonrisa en los labios. Además, por cada lágrima le debía una risa, y ella no habría estado de acuerdo en que no cumpliese su promesa.
—Ana nos ha dado permiso... Jaime y yo nos encargaremos de la comida y la bebida, la mentirijilla para llevarlo hasta allí corre de tu cuenta —me dijo Lucía por lo bajini para evitar destrozar tamaña sorpresa.
—Vale... Cruza los dedos —le pedí a mi amiga, rezándole al karma para que la suerte estuviese de mi lado.
—¡Sí, y más te vale no cagarla! ¡Nada de frutos secos, o tendremos la fiesta en el hospital! —le recordé la alergia de Iván.
—Entendido. Repasaré la lista de ingredientes de cada cosa... —me sonrió antes de retomar una conversación improvisada justo cuando los chicos se aproximaban a donde nosotras nos encontrábamos—. Yo opino que sí, que este campamento es lo mejor que te ha pasado en tu vida... Y que, obviamente, es porque me has conocido a mí.
—Clara-mente, no es como suena —cantó Iván en mi defensa, haciéndome reír... ¿Se estaban peleando por mí? ¿Desde cuándo este chico contestaba empleando versos de canciones?
—Bueno, ya está bien... Yo os quiero a todos por igual —musité con la intención de contentar a todos ellos.
—¡¿Cómo?! —me reclamó Lucía, haciéndose la ofendida.
—¡¿Qué?! —contraatacó Iván, intentando ocultar una sonrisa que pronto salió a relucir.
—Puff, con vosotros es imposible... —reímos a carcajadas a la vez. Ver que esta tontería había servido para alegrar a mi chico en estos días tan grises, me llenó el alma.
Al cabo de unos minutos, los dos abandonamos el campamento para visitar a la que años atrás fue la anfitriona de este día. La tumba de Sandra estaba sutilmente adornada con gladiolos rojos, una fotografía suya descansaba sobre su lápida. Se veía una chica jovial, divertida y extremadamente guapa. Iván y ella compartían la misma mirada, con un matiz: la oscuridad vinculada a su triste pasado distaba mucho de la luminosidad de los ojos de la joven. Después caí en la cuenta de que esa foto no debía ser demasiado reciente, su rostro era similar al de la imagen que compartía con Iván en aquel famoso retrato cuyo marco yo misma rompí. Siempre deberíamos recordar a las personas que ya no estaban por cómo eran, en sus días felices, con su sonrisa, con su mirada complacida. Si nos quedásemos con la tristeza y el sufrimiento, su bonito recuerdo quedaría emborronado y no lo merecían.
Los ojos se me llenaron de lágrimas al contemplar cómo mi chico rompía a llorar tras pronunciar en bajito un "Felicidades hermanita" junto a su tumba. Decidí darle intimidad y me retiré para que pudiese desahogarse. Él mismo me había confesado que solía visitar su mausoleo y sincerarse sobre sus problemas, era algo terapéutico para él. Sandra debió ser algo más que su hermana, fue su confidente y su mayor apoyo. Aquella conversación que mantuvimos al poco de conocernos cuando descubrió la cicatriz de mi muñeca, estaba repleta de culpabilidad y sentimientos encontrados que yo traté de disuadir. Él no era el causante de tan lamentable final, mas su compungido rostro dejaba entrever que mis palabras no habían calado en su interior. De modo que me aventuré a interferir en su lucha interna, ese bajón anímico no era algo con lo que pudiese lidiar él solo. Necesitaba mi ayuda.
—Iván, sabes que si ella misma pudiese hablar contigo te pediría no solo que dejases de llorar, sino de sentirte culpable por lo que ocurrió —le acaricié el hombro a fin de calmarlo—. "Por cada lágrima le debes una risa", recuérdalo...
—Es algo que nunca entenderé... Me dejó solo, ¡joder!, quizás si hubiese actuado de otra forma ella estaría hoy aquí, celebrando su cumpleaños —dijo entre sollozos, apoyando su cabeza sobre mi hombro. Estaba roto, completamente roto—. Siempre habíamos sido ella y yo, pero la abandoné... Todo fue por mi culpa.
—Estoy segura de que estuviste allí para apoyarla, como el buen hermano que eres —insistí, no creyéndolo capaz de dejar a Sandra en su peor momento.
—No soy como tú crees, Clara, ojalá yo hubiese intervenido como tú hiciste con aquella chica en la discoteca —se reprochó a sí mismo—. No la protegí, y nunca me lo perdonaré —tomó aire antes de proseguir con el relato—. Cuando cumplí la mayoría de edad me escapé de casa con la excusa de buscar a mi madre. ¡Cómo pude ser tan capullo! ¿Buscar a una madre que nunca quiso actuar como tal y dejar a mi pobre hermana con el maltratador de mi padre...?
—Somos humanos, cometemos errores... Y tú siempre has sido un buen hermano... Tú mismo me dijiste que comenzaste a venir a este sitio para ayudar a que Sandra superase su depresión. Eso es ser un buen hermano —alcé su rostro, mientras acariciaba una de sus mejillas.
—¿Por qué no huí con ella? —agregó dolido—. ¿Por qué no...?
—Basta —le pedí con dulzura—, una vez me dijiste que no se podía cambiar el pasado pero sí trabajar en el presente para cambiar el futuro —y me detuvo antes de terminar con mi frustrada enseñanza.
—¿Y por qué crees que te ayudé? No quería cometer el mismo error, prometí cuidarte y, créeme, me has devuelto las ganas de vivir, pero ella sigue muerta y eso no cambiará —sus palabras me dolieron. Sabía que su ayuda no era desinteresada, tampoco era algo obligado por su función como voluntario, pero sí motivado por algo personal. Para qué engañarnos, me rompió el corazón.
—Nunca podré reemplazar a tu hermana, pero no quiero estar con alguien que se sienta obligado a estar a mi lado —afirmé despegándome de su cuerpo—. Te espero en el coche... Ahh, y no quiero ser aguafiestas, pero habíamos preparado un homenaje en la playa donde tu hermana solía celebrar su cumpleaños. Al menos, no seas desagradecido con los chicos.
Con el final de mi intervención me encaminé hacia el coche. Me senté, inspiré y expiré en repetidas ocasiones, pero las lágrimas, aunque silenciosas, brotaron de mis ojos. Me sentía utilizada, engañada, menospreciada. ¿De verdad estaba enamorado de mí? ¿O solo era una ilusión? Minutos después, el chico se subió y encendió el automóvil. El ruido del motor, que permanecía aún estacionado, no calmaba su nerviosismo. Él mismo había comprendido la dureza de sus palabras, y lo que significaban para mí. ¿Era este nuestro final?
—No quería decir eso, sabes que te has convertido en la persona más importante de mi vida... Te quiero Clara, por favor, no dudes de mis sentimientos —me rogó en un vano intento por entrelazar nuestras manos.
—Necesito tiempo —le exigí, rehusando su agarre.
Llegamos a la playa, donde Lucía y Jaime esperaban con ansias para sorprender a Iván. La foto de Sandra, rodeada de varios centros florales y delicadas telas, era la protagonista del lugar. El sonido del mar me atrajo hasta la orilla. Mis amigos, al ver mi reacción, se preocuparon por mí, pero con un simple "quiero estar sola" los mantuve alejados. Solo quería estar acompañada de mis pensamientos, aclarar mis ideas y lo que pasaría a partir de ahora, puesto que mis sentimientos eran concisos y certeros. El amor... podía hacerte volar cual mariposa o hundirte en las mismísimas profundidades del océano.




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