La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 26

Me negué a comer y beber nada, el nudo que tenía en el estómago me lo impedía. El homenaje que con tanto cariño habíamos preparado para Iván se había convertido en algo desagradable, no por la pobre Sandra, sino por lo sucedido entre nosotros. Su sentimiento de culpa, disfrazado de falso amor, me hizo replantearme nuestra relación. Nunca habíamos definido lo nuestro como "algo", ni siquiera le habíamos puesto un nombre. No estábamos saliendo, pero de sobra sabía que yo no era un simple rollito de verano. Siempre había expresado lo mucho que me amaba, el cariño que me profesaba. Pero descubrir que ese amor había surgido como forma de erradicar la culpabilidad que sentía por la muerte de su hermana, me rompía el alma.
Yo me había enamorado de él sin buscarlo, Iván no era un "parche" que colocaría sobre mis oscuros temores y mis cicatrices. Era mucho más que eso, me había hecho olvidar lo malo que viví sin pretenderlo. Así debía ser el amor verdadero, una hermosa rosa no florecería si se hallaba entre tierras húmedas y sombrías. Iván me había ofrecido la calidez del sol para florecer, pero ¿cómo había sorteado todas las espinas sin salir lastimado? Siempre creí que ese camino solo lo podría recorrer alguien que amase con todo su corazón, pero me equivoqué.

Ya veo que es claro que perdí cuando me perdí por ti
O por una versión que nunca existió de ti
Quizás lo que duele en verdad es que negué la realidad
La disfracé y yo sé, me di cuenta tarde que

Decir te amo no es amar, estar a medias no es estar
Traté por los dos y no pude más

Me equivoqué, ¿por qué no me fui antes?
Si ya es claro que desde el inicio no te importé, eh
Me equivoqué ya, ya se me hizo tarde
Me da rabia que no me fui a tiempo y me enamoré, eh
Me equivoqué

Después de darle muchas vueltas a la cabeza, me alejé de la orilla del mar y deshice mis pasos regresando hacia donde se encontraban los demás. Todos lucían cabizbajos, como si yo no fuese la única que luchaba por sacar afuera las malas energías. Al mirar a mi amiga, recordé lo que una vez me dijo en una de nuestras confesiones: no hablar de lo sucedido no serviría para nada. Ella misma me aconsejó que me enfrentase a Iván aquella vez en la que creí que estaba huyendo de mí, y hoy no sería diferente. Aunque me doliese, tenía que hacerlo. O de lo contrario podría arrepentirme toda la vida. De modo que me dirigí hacia él sin contemplaciones, en sus ojos veía reflejado el sufrimiento de los míos.
—Necesito hablar contigo —le pedí al chico, más bien con tono exhortativo que como una súplica.
—Está bien —aceptó con la voz rota. A ambos nos estaba pasando factura y estaba muy lejos de dejar de hacerlo.
Mis amigos comprendieron que había llegado el final del homenaje, si realmente se había celebrado tal evento. Recogieron los platos de comida que permanecían sin tocar, los adornos florales y el gran retrato de Sandra. Iván le dedicó una mirada a la imagen, estaba devastado. Su recuerdo reavivada su pasado, el dolor que siempre había sentido en su pecho. Pero ahora mi corazón latía junto al suyo, y el sentimiento de culpa nunca podría separarse de esa sombra que se cernía sobre el amor.
—Dime qué sientes por mí –le exigí, aguantando las lágrimas que acechaban con salir de mis ojos. El silencio le siguió a mis palabras...

Ignorando lo que sentía, escapándome cuando querías
De seguro ni leías las cartas que te hacía
Dicen que el amor es ciego, contigo lo confirmé
Me quedé, me fallé, ya sé

Me equivoqué, ¿por qué no me fui antes?
Si ya es claro que desde el inicio no te importé, eh
Me equivoqué ya, ya se me hizo tarde
Me da rabia que no me fui a tiempo y me enamoré, eh

Ah-ah, no-oh, ah-ah, no-oh
Ah-ah, no, me equivoqué

—Me equivoqué, no sientes nada —proseguí al no encontrar respuesta por su parte.
¡Joder! ¿por qué? ¿por qué no me fui antes? ¿por qué dejé que nuestro amor llegara tan lejos? No, estaba equivocada, no había un "nosotros"; al igual que no había ningún tema que discutir. Estaba harta de ser siempre yo la que daba el paso, la que insistía en seguir a su lado. Para mí, todo había cobrado sentido, y continuar frente a él escuchando sus excusas ya no era una alternativa. De modo que decidí alejarme de su vista y me encaminé de nuevo hacia la orilla del mar.
Me temblaban las manos, la frustración y la rabia hacían que el aire, algo más denso de lo habitual, llegase con dificultad a mis pulmones. Esa sensación de ansiedad que le precedía a la tragedia. Traté de calmar mi inquietud entrelazando las manos, como si eso fuese suficiente para detener mis nervios. Entonces advertí que aún llevaba la pulsera que Iván me había regalado como obsequio por superar mi fobia a la oscuridad, la arranqué de mi muñeca y la lancé al mar. Con aquel acto pensé que el dolor se disuadiría, que sería engullido por el enorme océano y que nada seguiría perturbándome. De nuevo, ¡qué equivocada estaba!
—Por supuesto que estás equivocada, Clara... Yo te amo, desde que te conocí algo me atrajo de ti y ese algo se ha convertido en amor —expuso siguiendo mis pasos, y dejándose embriagar por la brisa marina.
—Ese algo solo fue tu estúpido sentimiento de culpa —le escupí cuando volví a estar frente a él, tras rehuyir de su agarre—. Te sientes culpable por la muerte de tu hermana y creías que si me dejabas huir, si seguía inmersa en un mundo de miedos, fracasarías. Yo solo era una excusa, un intento por dejar de culpabilizarte. Y cuando lo lograste te diste cuenta de que nada cambiaría, que Sandra seguiría bajo tierra y yo... yo no te había dado la paz mental que buscabas —concluí, ahora sí, entre sollozos. Todo un baño de realidad le había caído sobre los hombros, Iván no era capaz de levantar la cabeza y mucho menos de rebatir mi discurso—. ¿Te vas? ¿En serio? —resoplé con ira—. ¡Siempre huyes cuando las cosas se tuercen! ¡Me abandonas como abandonaste a Sandra! —le grité mientras él corría hacia el coche. No me arrepentía de mis palabras, me había dejado claro que su amor era una mera ilusión.




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