Las horas pasaron y el sol salió reemplazando a la oscuridad. Mentiría si dijese que dormí toda la noche, y también mentiría si dijese que pasé la velada llorando por nuestro final. Sí, lloré incesantemente, pero no por nuestro final sino por la preocupación de que algo malo le hubiese pasado a Iván. Mis psicólogos siempre me dijeron que yo era muy pesimista, que me aferraba al lado malo de las cosas y que esa no era la manera adecuada de enfrentarse a la vida; pero... ¿acaso no me había golpeado la vida donde más dolía? Podía haber sido una cobarde, sí, pero un pálpito dentro de mí me decía que tenía razones más que suficientes para estar intranquila. Esa angustia que me atormentaba, esa opresión en el pecho que desataba mi taquipnea, la que hacía que mi corazón latiese más acelerado de lo normal. Lo estaba sintiendo de nuevo, el órgano vital que creía perdido cabalgaba con fuerza y a toda velocidad dentro de mi cavidad torácica. Le regalé a Iván mi corazón, me despojé de él y se lo entregué como quien vende su alma al diablo, y ahora esa parte que un día dejó de ser mía estaba volviendo a su ser. Esa no era más que otra señal de que mi presentimiento cobraba sentido, Iván se estaba yendo poco a poco.
Me levanté con ese malestar dominando mi cuerpo, que me sintiese culpable solo era la excusa perfecta para encender la llama que hacía prender toda la hoguera. Nunca imaginé que un corazón roto podía volver a recomponerse, y mucho menos que me fuese devuelto después de habérselo entregado; jamás pensé que un alma rota de la que solo quedaban las cenizas de lo que un día existió, podría arder en llamas otra vez, incendiando todo mi ser. Como pude me encaminé hacia la explanada del bosque donde aquel día montamos un improvisado campamento. Allí se encontraba Ana, ultimando los preparativos de la fiesta de despedida. Aquel lugar me traía tan buenos recuerdos... ¡Qué bonito fue nuestro reencuentro, la forma en la que inocentemente nos confesamos nuestro amor y el apoyo mutuo e incondicional que nos prometimos más allá de nuestras vivencias pasadas! Ojalá hoy hubiese sido un día como ese: el más feliz de mi vida, en lugar del más triste...
—¡Clara! ¿Cuándo pensabas venir? Llevamos una hora preparándolo todo —me reprendió Lucía mientras desenrollaba la guirnalda de luces. Lucía, Jaime y el resto de compañeros estaban absortos en sus propias tareas, pero pronto mi amiga se percató de mi presencia y con una mirada enigmática me rogó que no le contara la verdad.
—Yo... yo... —comencé diciendo sin saber bien qué pretexto inventar—.
—Deberías haberme dicho que querías quedarte en el albergue para no estar sola en la cabaña, ¿tan ingenua os pensáis que soy para creerme que ese par de dos se pelearían por semejante tontería? —se rió, señalando a los laureados actores. Tal vez necesitarían un par de ensayos más para que no los pillaran en la próxima mentirijilla.
—No quería que te enfadases con Iván —esbocé con tono lastimoso.
—¿Enfadarme? Conocí a Sandra y sé lo mucho que Iván la apreciaba, es normal que en un día tan especial quiera estar con ella —asintió Ana pensativa y yo comprendí que sí que se había tragado esta vez la invención de alguno de mis amigos.
—Lo siento —supliqué tragándome la verdad y con ella, mis inquietudes.
—No te preocupes, pero no vuelvas a mentirme. Sabes que puedes confiar en mí para contarme lo que sea que te preocupe —repuso la psicoterapeuta como si fuese capaz de leerme el pensamiento.
Confiaba en pocas personas, pero sin duda una era ella. Junto con Lucía y Jaime, Ana se había convertido en mi acompañante durante todo el proceso de superación de mis fobias, me había apoyado y me había demostrado lo importante que era confiar en una misma. Y ahora mismo eso era lo que me faltaba en este momento, la autoconfianza. Me estaba engañando al tratar de encerrar bajo siete llaves mi preocupación por la desaparición de Iván, como si omitir esa posibilidad la hiciese menos real. Y eso no era así. Sin embargo, el día continuó al igual que yo proseguí con mi autoengaño. Intenté estar ocupada, con la cabeza en cualquier irrelevancia de la celebración para no pensar así en lo importante. Hasta que un jarro de agua fría cayó sobre mis hombros al escuchar la notificación de un mensaje en mi teléfono:
Tienes toda la razón, Clara. Te utilicé, jugué con tus sentimientos y te abandoné. Nada de lo que hubo entre nosotros fue real...
Comencé a leer el texto de su mensaje, mas la dureza de sus palabras, que refutaban una verdad innegable, hicieron que las lágrimas brotaran de mis ojos como cascadas. El llanto pronto se acrecentó, y decidí refugiarme en la soledad de mi nuevo dormitorio. Jaime fue cómplice de mi estado de ánimo, ni la grata amistad que había forjado con Iván fue suficiente para ponerse de su lado. Sus palabras solo pretendían desatar un torbellino de emociones en mi interior, desvaneciendo cualquier preocupación sobre su vida. Iván estaba aquí, en algún lugar remoto, pero seguía pisando el mismo suelo que yo. Debería haber puesto los pies en la tierra antes de que todo esto se me fuera de las manos. ¿Por qué el amor traía más desgracia que felicidad?
No sé cómo pasó
Que en dos meses, de la nada, nos quisimos tanto
Que dijimos y juramos nunca hacernos daño
Creo que haberte conocido es lo mejor que me ha pasado (tan bueno)
Pero si era tan bueno, ¿por qué no duró?
Y si era tan perfecto, ¿por qué se acabó?
Y solo pasó que un día te fuiste
Nunca volviste
¿En dónde quedé yo?
¿Por qué es más fácil
Siempre terminar que comenzar?
¿Por qué es tan fácil
No darse una oportunidad?
De intentar, de soñar
De lograr una vida juntos