La oscuridad de su mirada - Libro I

Capítulo 29

Con la preocupación por las nubes, todos fuimos a buscar a Ana. Al llegar, un cúmulo de personas la rodeaba, estaba dedicándoles un emotivo discurso, donde las palabras de agradecimiento fueron las protagonistas de la fiesta de despedida. ¡Qué ilógico sonaba que por la cabeza de Iván esa palabra le estuviese rondando con un objetivo muy distinto! No me atreví a adentrarme en el centro del meollo, sino que permanecí a lo lejos mientras mis amigos avanzaban a toda velocidad. Mientras tanto, la psicoterapeuta halagaba al resto de participantes por los logros obtenidos, al mismo tiempo que animaba a aquellos que no habían sido tan afortunados en superar sus fobias a que no se rindiesen y siguieran trabajando en ello:
—Me siento muy orgullosa de todos vosotros, y no lo digo solo por aquellos que han vencido a ese gigante al que llamamos "miedo", sino por todos los que lo han intentado: cada vez estáis más cerca de conseguirlo. No es momento de culparse por no haber cumplido el objetivo, sino de sentirse afortunados por todo lo que habéis avanzado y ayudado al resto de vuestros compañeros... Recordad que "la unión hace la fuerza", y la unión que habéis forjado entre vosotros ya será un vínculo inquebrantable. Siempre que necesitéis ayuda contad conmigo, con quienes tengáis a vuestro lado, y nunca, nunca, penséis en abandonar el camino —pronunció Ana un tanto afectada por los méritos logrados, a la vez que era aplaudida y ovacionada por todos.
¿Por qué no nos mantuvimos unidos? ¿Por qué lo dejé solo aún sabiendo que mis palabras podían herirlo en lo más profundo de su ser? ¿Por qué no había sido sincera y le había pedido ayuda a Ana desde el primer momento en que sospeché de la peligrosidad de las consecuencias de mis actos? Ya era tarde para lamentarme por lo que hice en el pasado, como bien decía Iván: "uno no puede cambiar el pasado pero sí trabajar en el presente para mejorar el futuro". Así que, por muy herida que me sintiese, el peso de la culpabilidad superaba en estos momentos al de la traición. Y lo más importante de todo, si estaba en mis manos, no dejaría que Iván abandonase el camino...
Mis amigos llegaron hasta donde estaba Ana, sus rostros bañados de preocupación hicieron que la psicoterapeuta se alejara del tumulto en busca de dilucidar el motivo de su inquietud. El destino quiso que su plan de huida coincidiese con el lugar donde yo me encontraba, quedándose paralizada frente a mí. Mis ojos enrojecidos, mis labios hinchados y mis mejillas humedecidas denotaban el profundo caos que el mensaje de Iván había desencadenado en mí. Sí, mis desafortunadas palabras habían sembrado el caos, aunque aún era demasiado pronto para saberlo.
Ana me rogó con la mirada que le diese una explicación, si bien mis nervios no me dejaron expresarme con claridad. Los vocablos, atorados e incompletos, parecían salir de mi boca como gritos susurrados. Ante mis dificultades, Jaime, alzó su voz y le explicó a la psicoterapeuta el mensaje con el que el chico había intentado poner fin a lo que algún día tuvimos. Ana, por su parte, no comprendió de la misa la mitad, puesto que hasta ese momento le habíamos ocultado lo que realmente pasó en el homenaje de Sandra.
—No entiendo... ¿Habéis discutido? —preguntó Ana en busca de entender lo ocurrido.
—Sí... El otro día, en la playa —afirmé con la voz rota—. Iván me dejó entrever que solo había estado conmigo para no sentirse culpable por la muerte de su hermana —esbocé al tiempo que notaba cómo ardía mi garganta conforme las palabras salían de mi boca—... Y yo... yo le eché en cara que me había abandonado como abandonó a Sandra —completé rompiendo en llanto.
—¿Y el mensaje, qué decía? —continuó el interrogatorio a la par que su preocupación se acrecentaba.
—Ha sido su forma de despedida —dije, mostrándole el texto en la pantalla de mi teléfono móvil.
—¡No puede ser! —clamó Ana al terminar de leer el mensaje—. ¡Quedaos aquí! —nos pidió lanzándole una mirada a mis amigos para que me vigilasen. Por supuesto que quería ir tras ella, necesitaba comprobar con mis propios ojos que esos malos augurios no tenían fundamento y que Iván seguía... con vida.
—¡No! ¡Quiero ir! —le rebatí su orden.
—Clara, entiéndelo, es mejor que te quedes aquí —reafirmó sus intenciones—. Por favor, si te ve...
¿Qué quería decir con eso? ¿podía ser yo el detonante del peor de los desenlaces si me veía? Ahora comprendía lo culpables que podían llegar a sentirse las personas que nos rodeaban cuando la vida de un ser querido pendía de un hilo de forma voluntaria. Iván siempre se cuestionaba sobre los motivos que llevaron a su hermana a escoger esa vía, y ahora él se encontraba en esa tesitura. Y lo peor de todo era mi papel en tal escenario. La culpa me carcomía por dentro, pero el amor prevalecía sobre cualquier sentimiento. ¿Acaso importaba más la primera impresión que hizo que Iván se fijara en mí que el amor que juntos habíamos construido? Necesitaba y debía pelear por ese amor, ahora veía con nitidez la intencionalidad de su mensaje. Si siempre me había confesado lo mucho que me amaba, ¿no pensaría que me iba a tragar esa patraña para alejarme de él?
Cuantas más vueltas le daba a la cabeza, mayor era mi preocupación. La fiesta seguía su marcha, como si la vida continuara y el universo no fuese capaz de detenerse ni un segundo a esperar a nadie. Grandes pancartas colgaban de los árboles con un mural en el que los miedos no existían, o eso decía el letrero del cartel. Nunca imaginé que me desharía de la agonía que me provocaba la oscuridad y los espacios cerrados, jamás pensé que alguien más allá de aquel monstruo de mirada intimidante pudiese ser el protagonista de mis pesadillas. Era la pura realidad, puesto que yo misma estaba viviendo en una. La impaciencia no dejaba que mi pie izquierdo permaneciese quieto sobre el suelo, se movía de forma involuntaria al ritmo del segundero del reloj. No había noticias, y la frustración ya estaba haciendo mella en mi interior. ¿Cuándo podría despertar de este mal sueño? ¿Dónde estaba aquel que prometió protegerme de los malos sueños? Como si reviviese ese momento, comencé a entonar tan preciosa nana:




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